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El Telégrafo
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En su obra austracism, Vernon Ah Kee evoca cómo el racismo se mantiene vivo en Australia

La discriminación persiste en la cotidianidad y el lenguaje (Infografía)

La discriminación persiste en la cotidianidad y el lenguaje (Infografía)
25 de julio de 2014 - 00:00 - Xavier Flores Aguirre*

Australia

¿Cómo distinguir a una persona racista en los tiempos modernos? Usualmente empieza sus frases con un ‘no es que yo sea racista, pero…’, para a continuación decir cualquier estupidez racista, la que siente suficientemente justificada con la advertencia hecha por el uso de esa muletilla. En Australia, el artista aborigen Vernon Ah Kee ha expuesto crudamente en su obra ‘Austracism’ el uso de esta muletilla con relación a sus habitantes aborígenes (los que no llegaron en barcos a fines del siglo XVIII sino que vivían en ese territorio desde aproximadamente 60.000 años).

La obra de Ah Kee es una impresión digital de 120 x 180 cm, en la que la palabra ‘Austracism’, mezcla de Australia y de la palabra racismo en inglés (‘racism’), resalta en grandes letras. A lo largo de la impresión, escritas en letras pequeñas y de manera continua, constan las palabras “I am not a racist but…” (que pueden traducirse como “no es que yo sea racista, pero…”) seguidas de expresiones que explicitan los prejuicios raciales aún vigentes en la sociedad australiana: que los aborígenes no pueden cuidar apropiadamente de sus casas, que si no fuera por los blancos habrían muerto ya hace tiempo, que son pobres porque no pueden manejar adecuadamente el dinero, en fin, un largo etcétera discriminador. Es una obra con un mensaje sencillo y poderoso, que evoca cómo el racismo se mantiene vivo en Australia, aunque revestido de hipocresía.

Ahora, ¿cómo se distinguía antaño a una sociedad racista? Pues bastaba simplemente con echar un vistazo a su legislación. Australia es un buen ejemplo de ello. En su primer año como Estado independiente, en 1901, su Parlamento aprobó la Immigration Restriction Act (Ley de Restricción de la Inmigración), con la que de una manera efectiva se restringió el ingreso a su territorio de los inmigrantes no europeos, en lo que se conoció como la White Australia Policy (Política de la Australia Blanca). En el debate parlamentario para la aprobación de esta ley, el primer ministro Edmund Barton afirmó: “la doctrina de la igualdad de los hombres no pretendió incluir la igualdad de razas”, pues las razas no blancas eran “distintas e inferiores”. La White Australia Policy mantuvo su vigencia hasta 1973.

Australia no fue, ni mucho menos, el único Estado en adoptar una política discriminatoria en materia racial. En los Estados Unidos de América hubo una legislación de corte similar; en Sudáfrica, las leyes del apartheid (estricta segregación racial entre blancos y no blancos -negros, mulatos y asiáticos-) estuvieron vigentes hasta 1992, y en Alemania, en un escenario más brutal, se pusieron en práctica durante el gobierno nacionalsocialista (1933-1945) leyes y disposiciones administrativas de exterminio racial, a las que en ocasiones se las quiere presentar como un camino particular (sonderweg) recorrido por un gobierno demencial, cuando no fueron otra cosa que el desarrollo político y administrativo del antisemitismo que imperó en Europa por aquella época, tan bien documentado por la filósofa judía Hannah Arendt en sus 3 volúmenes sobre ‘Los orígenes del totalitarismo’ y en su estudio sobre el juicio a Adolf Eichmann (uno de los responsables administrativos del exterminio judío) llevado a cabo en Jerusalén en 1961.

En materia de leyes de discriminación racial, tampoco el Estado ecuatoriano fue una excepción. El año 1889, un decreto presidencial durante el gobierno de Antonio Flores Jijón estableció en su artículo primero la prohibición de “la entrada de chinos a la República”. Según el Presidente Flores, esa disposición obedecía a que en la población china, “sus ideas, idioma, gobierno, religión y costumbre son contrarias a nuestra civilización y bienestar”. La disposición fue sostenida y ratificada por los gobiernos liberales y no fue sino hasta el segundo período presidencial de Velasco Ibarra, en 1944, que se la eliminó (aunque en todo caso, nunca fue efectiva: para 1938, los chinos eran el segundo mayor grupo migratorio en el país, solo después de los colombianos). En el caso del antisemitismo, hubo el decreto del general Alberto Enríquez Gallo en 1938, por el cual se conminó a los judíos “que no se dediquen a la agricultura o a la industria en forma ventajosa para la Nación” a que abandonen el territorio ecuatoriano.

Después de los horrores de la Segunda Guerra Mundial y una vez adoptada en diciembre de 1948 la Declaración Universal de los Derechos Humanos, según la cual ‘todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos’, los Estados han eliminado de manera paulatina de sus legislaciones (unos más tarde que otros, como los casos de Australia y Sudáfrica) las normas discriminatorias por razón de raza.

Pero para retomar la idea de la obra de Vernon Ah Kee, no es suficiente con que en el plano legislativo se disponga la no discriminación, cuando en la práctica esa discriminación persiste en la cotidianidad del trato y del lenguaje. El auténtico reto es visibilizar las diferencias todavía existentes (en esperanza de vida, en salud, en educación, en desempleo, en el ingreso a las prisiones: indicadores que usualmente se saldan en negativo para las personas de las razas que han sido tradicionalmente oprimidas y discriminadas) y consolidar la idea de la diversidad como una riqueza y no como un lastre. Ese es el cambio cultural que se requiere para que cada vez se escuche menos esa tonta muletilla que dice “no es que yo sea racista, pero…”.

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