La civilización del espectáculo: Calderón Chico y la generosidad
Dice Vargas Llosa que “es probable que nunca en la historia” se haya escrito tanto sobre la cultura como en nuestro tiempo, y lo que más sorprende es que esto suceda cuando el vocablo cultura –en el sentido que tradicionalmente se le ha dado- está a punto de desaparecer.
Tras señalar que su “pequeño ensayo” no pretende abultar el elevado número de opiniones sobre la cultura sino dejar constancia de la metamorfosis que ha experimentado el concepto de cultura en las vivencias propias desde los días en que los de mi generación ingresábamos a la universidad.
Y hace luego este señalamiento básico: “La ingenua idea de que, a través de la educación, se puede transmitir la cultura a la totalidad de la sociedad está destruyendo la alta cultura, pues la única manera de conseguir esa democratización universal de la cultura es empobreciéndola”.
El gran escritor peruano hace un exigente intercambio de contenidos y de autores, desde Eliot y Steiners, hasta Baudrillard y McLuhan, para llegar, como quien no quiere la cosa y en la forma más llana y sencilla, elegante y austera, a la pregunta del millón: ¿de qué manera el periodismo y otros modos promocionales han influido o contribuido, “sin quererlo y sin saberlo” a consolidar “esa civilización light que ha dado a la frivolidad la supremacía que antes tuvieron las ideas y las realizaciones artísticas?”.
Resulta difícil seguir la línea argumental del autor de La ciudad y los perros en este ensayo sobre la trivialización de la cultura, en parte por las señales implícitas que da por ciertas (y lo son, con o sin duda) y la sujeción cada vez mayor de la especie humana al consumo del escándalo como noticia o, en la misma tesitura, de las catástrofes. Ambos elementos (escándalos y catástrofes) amenizan (tranquilizan) la vida del hombre al ver los toros desde la barrera.
La conclusión es contundente. Lo que la sociedad contemporánea traiciona es el sentido y conciencia de la realidad, y los seres humanos, consumidores a ultranza de la realidad virtual que les proporciona el desarrollo tecnológico, sobreviven moribundos en la civilización del espectáculo, es decir, del escándalo como forma de conocimiento (y de consuelo, aunque sea masturbatorio).
Esto hace que –Braudillard dixit- la realidad real haya sido remplazada por la realidad de la ficción mediática, única realidad real de nuestra era, que es la “era de los simulacros”.
Hasta aquí había llegado este articulo cuando me enteré del fallecimiento de Carlos Calderón Chico. Y cataplum p·adentro, a mi comisario no le gusta el bolero, y Calderón le Petit, diría un mal payaso napoleónico, es el intelectual porteño a quien todos recordaremos por la más imperecedera memoria que puede dejar un ser humano: su generosidad.
En efecto, dueño de una biblioteca fabulosa por la calidad de los libros atesorados, Calderón Chico la tuvo siempre a la orden de sus amigos escritores del país y otros países del mundo. En este aspecto su generosidad no tuvo limites. Somos muchos los que fueron beneficiados por su hombría de bien.