“La ciudad tiene sentido porque estamos en ella”
Abandona la compostura de escritor de gran talla y se extravía entre la gente. El tiempo en él se ha congelado en una especie de juventud nostálgica interior. Conoce a profundidad la literatura. Desde pequeño veía, a quienes serían los mayores exponentes de la literatura en Bogotá, pasearse por su casa. Creció tertuliando con Gabriel García Márquez, Álvaro Mutis, Alejandro Obregón, entre otros íntimos amigos de su padre.
El escritor colombiano Gonzalo Mallarino Flórez, invitado especial de la Feria del Libro en Ecuador, Expolibro 2011, presentó -el sábado- su novela La intriga del lapislázuli.
¿Qué hace que se identifique tanto con personajes femeninos?
Su femineidad. Cuando pienso en los personajes femeninos puedo decirte que fue tan difícil buscarlos entre las entrañas. Estuve con ellas de manera intensa y las quiero terriblemente. Si tuviera que escoger una, podría ser la última, Adelaida (personaje de la Trilogía Bogotá). A quien pude haber conocido porque fue en los 80, por eso el retrato de ella fue tan agotador. Era una cosa más cercana y en cierta forma Adelaida reúne tres mujeres que quise mucho. El pelo, el cuerpo y la piel es una. La mente es otra. Y el corazón es otra.
¿Cómo influyó en usted don Gonzalo Mallarino Botero, su padre?
Muchísimo. Oírlo hablar, sus ademanes, el recitar versos. Ver en la casa todos esos personajes. Después uno se da cuenta y dice: “Miércoles, esos tipos eran importantísimos”. Me acuerdo cuando “Gabo” se ganó el Premio Nobel. Me quedé anonadado, era un señor que iba a la casa siempre. Personajes como Mutis, Obregón, toda esa generación de colombianos que es estupenda; Castaño, Caicedo, Hoyos, entre los que recuerdo ahora.
El cómo mi padre se paraba ante a esa cosa extraordinaria que era la literatura y su creación. La certeza de su juicio, el cuidado, la discreción y la tremenda emoción que le daba, inmediatamente me di cuenta de que iba a estar cerca de mí.
¿Fue por rebeldía o por gusto que dejó la economía por las letras?
Fue por miedo. Porque desde los últimos años de bachillerato yo era muy enamorado y muy borracho. La relación con todo eso era angustiosa. Yo pensé: “Necesito una carrera férrea que me salve de mí mismo”. Fue una fuga al destino literario. Lo mejor que he podido hacer es no engañar a los lectores ni aprovecharme de su buena fe. He encontrado en mi país una tonalidad y una voz.
La muerte es un elemento recurrente en sus obras, ¿le teme?
Sí, muchísimo. Pero no a la “morida”, como decimos en Bogotá, sino a la nostalgia de perderme de la vida que tiene todavía tantas cosas. A mí me quedarán 30 años, si no es más. Los libros que vendrán, el tiempo en compañía de Carmen y la vida de los hijos, su familia, el tiempo de ellos ahora. Qué pesar perderse todo eso. Pero si viene, que sea de rayo. Y otra cosa que me estremece es el dolor de María y Gonzalo (sus hijos) y de Carmen (su esposa).
¿Qué se lleva de la Expolibro?
La feria me parece monumental. Es decir, excelentísima. Como está hecha es una cosa en la que te puedes acercar, tocar, conversar, reír, vas y vienes, y los libros ahí. Todo eso de una manera en la que no he visto en otras ferias que hay, una cosa como que pesada. Aquí hay una cosa más suelta y más sencilla que es muy rica, la sonrisa de todos y esa cantidad de pelados de las universidades ahí. Ese es el esfuerzo y la dirección correcta para crear lectores. Déjenlo así, la ciudad nos irá diciendo hacia dónde hay que ir.
De la ciudad me llevo la noche, los árboles, las sonrisas. El río (Guayas) realmente me ha enamorado.