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“La Celestina” o las palabras inacabadas de nuestro lenguaje

“La Celestina” o las palabras inacabadas de nuestro lenguaje
17 de enero de 2014 - 00:00

Habría que empezar definiéndola para entender el riesgo que tomó al adaptar e interpretar sola una obra de teatro tragicómica, en la que interactúan varios personajes y en la que el castellano de la época cuando fue escrita (hablamos de La Celestina, atribuida a Fernando de Rojas) aún estaba en formación.

Marie Lourties es una mujer de 71 años cuya vida es el resultado del desplazamiento, de la migración forzada y voluntaria. Esa recurrente movilización le permitió desarrollar lo que hasta ahora hace con gran solvencia y amor, eso se ve en sus húmedos y agrietados ojos: el teatro, sobre todo, “alternativo”, dice ella.

Nació en Landes, una pequeña comuna ubicada al sudoeste de Francia, y luego se trasladó junto a su madre a la efervescente ciudad de París, donde se sintió más identificada con los migrantes españoles que habitaban allí porque compartían su misma condición de ser ambulante y diferente. Después, recorrió algunos países de América Latina y terminó instalándose en Quito, ciudad donde actuó en español por primera vez. “Fue toda una aventura la de aprender a moverse en otro idioma, en otro universo simbólico, en otro sistema de representaciones”.

Tal vez, dadas sus circunstancias geográficas, para Marie Lourties interpretar individualmente a Celestina fue la posibilidad de exponer su propia constitución idiomática, que proviene del ejercicio de implantar una lengua sobre otra, literalmente. “Esa idea de un solo idioma, una sola nación, un territorio, una identidad ¡qué tontería! El poliglotismo es una maravilla, porque aprender un idioma no es solo eso, sino es darse cuenta de que hay maneras de expresarse que cambian”.

Además, la obra de Fernando de Rojas le permitió a Marie jugar (fonética y corporalmente) con el idioma, pues La Celestina condensa las disputas del castellano de los siglos XV y XVI que se batía entre el lenguaje popular, frente a uno denominado como “culto”.

“Este montaje obvia toda estructura de ‘escena’. El texto queda desembarazado de toda intencionalidad performativa, no persigue propósito alguno, queda en su pura materialidad, su pura inmanencia. El placer del espectáculo es el mismo del texto”, anticipa Marie.

‘La Celestina’ en una sola voz y cuerpo
Negro y estrecho es el espacio donde se encuentra Celestina. Surge una música acompasada por el sonido de un piano hondo mientras breves destellos de luz circunvalan la habitación. Es como si esa imagen poco a poco te fuera arrastrando hacia las entrañas de esa oscuridad, a las entrañas de ese ser que se encuentra ahí, fijo, pero vivo.

Se enciende el escenario y, al costado de la sala, está ella. Sabes que es Celestina. Tiene la piel rocosa y un abultado vestuario: calza botines, un vestido largo y brillante, y un abrigo de púas. Tiene un ojo entreabierto, y, sin embargo, te mira con determinación. Sus manos son largas y precisas, así como sus expresiones. Inquieta verla.

Conoce el texto con claridad, de memoria, pero no lo recita, lo habla, lo gesticula con las manos, con la lengua, con sus piernas, con su cabeza, con el sonido que hacen sus tacos, con sus poses, con sus acusaciones y precauciones, con todo su cuerpo, y cuando lo hace, no se la entiende con exactitud. Sabes que está hablando un castellano de hace más de 500 años. Te parece que son frases mal elaboradas, palabras entredichas, pero no, es la imposibilidad del lenguaje, es la distancia histórica y cultural.

“Tratándose de un espectáculo unipersonal, todos los incisos, que solo tienen sentido en el marco de un diálogo, han sido cortados, de manera que el texto ahora es un continuum de alguien que está sola y habla, recuerda, comenta, en una palabra de alguien que habla consigo misma”, explica Marie.

Y ese método funciona. Te estimula la atención, te agota mentalmente, te invita a pensar en las palabras no como un hecho, sino como un proceso inconcluso que adquiere sentido en nuestro interior.

Por su parte, Celestina termina en la misma oscuridad en la que nació, como todos.

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