La Bienalsur tensiona la memoria de los espectadores
Una semana antes de que la Bienalsur inaugurara su proyecto ‘Colección de colecciones’ en Guayaquil, falleció la argentina Graciela Sacco, una de las artistas que interpela al espectador en la muestra abierta en el Museo Antropológico y de Arte Contemporáneo (MAAC). Una serie de dedos índices apuntan al visitante al llegar.
La obra de Sacco, con este gesto, hace lo que los padres restringen a sus hijos: señalar con el dedo al otro. La artista pregunta desde ese dedo redimensionado, dictatorial, en secuencia y sobre un fondo negro: “¿Quién fue?”.
Inmediatamente el espectador buscará a los culpables, inspeccionará sobre sí mismo y, en el intento por responder y eludir la culpa, mirará hacia atrás, hacia sus espaldas. Entonces encontrará el rostro sonriente de un niño que al crecer fue parte de la SS, la fuerza paramilitar nazi.
Junto a este cuadro perturbador, trabajado por el artista Gabriel Valansi, está el futuro de ese niño en la foto favorita de Hitler, guardada por Evita Perón y reconstruida en serigrafía por Shanna Miller. La pieza llegó al MAAC como una donación y apareció para dialogar en esta muestra que reúne las colecciones disímiles de este museo y el Macro-Castagnino de Rosario, Argentina.
Para Marina Aguerre, curadora de esta muestra junto con Fernando Farin, Graciela Sacco cuestiona “nuestra humanidad y nuestra inhumanidad. Nos está diciendo de lo que no debemos olvidarnos”. Las preguntas que plantea la argentina cargan de tensión la muestra y Sacco se repite en una especie de homenaje y conmoción.
La artista se preguntaba a través de su producción “cuál es el límite que el otro te pone y hacia dónde manifiestas tu esencia. Me resulta totalmente misterioso, enigmático, y aquello me lleva a la próxima obra. La multitud siempre tiene un rostro anónimo, todos son culpables y nadie es culpable”, decía Sacco en un video preparado para la Bienalsur.
Denuncias
Las imágenes que convoca esta muestra tienen relatos implícitos. Algunos, como este primer núcleo, evocan a la historia con tropiezos, desde la mirada de cada individuo y sus maneras de pensar el pasado. Para Valansi, las imágenes que trabaja en su obra tienen que ver con la forma como los seres humanos recuerdan: saltan de un pensamiento a otro sin reflexionar de forma cronológica.
En este diálogo sobre el pasado se encuentran también las obras de Juan Carlos Romero, en una pared repleta de la palabra ‘Terror’, que está repetida, casi en loop, con el mismo negro sobre fondo amarillo de las cintas que se encuentran en la calle para delimitar una zona de investigación o un territorio que se reconstruye.
Esta obra, pensada como un mural, abre el paso a otra serie de denuncias latinoamericanas como la pieza ‘Buena memoria’, de Marcelo Brodsky, trabajada con el álbum fotográfico del coronel colombiano Jorge Méndez; o la tipografía de Coca Cola que dice ‘Colombia’ aludiendo al discurso del territorio en venta de Antonio Caro.
En este núcleo, los discursos históricos tienen que ver con las luchas sociales, con la imagen de los territorios donde los artistas se empiezan a cuestionar, en los años 80, sobre los espacios de lo cotidiano y los apropian en su trabajo. En esta serie aparecen tensiones sobre la globalización y sobre las realidades regionales que actualmente siguen en discusión.
En el recorrido hay un diálogo en el que la colección del MAAC se potencia junto con la del Macro-Castagnino: como cuando se relacionan las obras de figuración y abstracción con trabajos de mediados de los años 60, de autores como Luis Molina.
Aguerre señala que “quizás en este núcleo es donde la colección del MAAC tenga más peso con guiños, nos habla de diálogos que ya existieron, de historias y vínculos en las instituciones”.
El recorrido culmina, o inicia, si el espectador así lo requiere, con una serie sobre las formas de pensar el ecosistema. Aparece la obra de Andrea Juan en su serie sobre la Antártida y una cartografía imaginaria de Tábara. (I)
Los cuerpos que se mimetizan en la tradición
→Las obras del artista argentino Gabriel Baggio utilizan tradiciones caseras, mantas y tejidos para revistar cuerpos diversos y quitarles su identidad. Foto: Miguel Castro / et
→Tal vez este núcleo se hubiera llamado sexualidad y sensualidad, pero sus autores buscan la ambivalencia de las identidades de género. Entonces las escenas utilizan el cuerpo y sus formas de mimetizarse.
El artista rosarino Gabriel Baggio utiliza mantas caseras, llenas de apliques, elementos tejidos con los que cubre cuerpos humanos para robarles su identidad genética, sexual y de género.
El artista de Rosario busca una narrativa que tenga que ver también con su tradición, con la herencia que asume de su madre y de su abuela. En esta sección aparece una obra del guayaquileño Jorge Velarde, en la que, como ocurre con toda su producción, se autorepresenta en un sueño o pesadilla. “El artista es el rostro de sus propias búsquedas”, dice Marina Aguerre.
En otro lado de la muestra aparece la obra de Mónica Van Asperen que, a través de fotografías en gran formato, pone a dialogar cuerpos desnudos, similares, que intentan tocarse aun cuando están separados por algún tipo de arquitectura.
“Con mi obra intento introducir pequeñas ampliaciones de la percepción del cuerpo, a través de los procedimientos constructivos de la arquitectura o de la representación formal espejada de un cuerpo frente a otro, o de soplar un globo, o de tratar de limitar el espacio que te rodea a partir del propio aire, de la propia saliva, de la relación con un espacio rítmico, sonoro, de la interacción a partir del trabajo con otro cuerpo”, dice la artista sobre su producción. (I)