La cantante cumplió las expectativas de un público que conoció a la banda con la voz de su antecesora
La agresividad musical de Arch Enemy rompe barreras ideológicas y fronterizas (Galería)
La influencia que la música clásica ejerce en las composiciones y mensajes del metal pesado ya no es novedad, pese a que ningún autor llegó a pronosticar el alcance temporal que han tenido las melodías de hace siglos atravesando partituras contemporáneas. Las barreras espaciales y morales de estos sonidos aún existen aunque poco tienen que ver con inquisidores medievales.
Las últimas horas del pasado miércoles, el quinteto de death metal melódico Arch Enemy arribó a Quito por primera vez y, mientras se instalaba en un hotel capitalino, aún con la fatiga que le provocó el concierto que un día antes ofreció en el Teatro Flores, de Buenos Aires (Argentina), el guitarrista Michael Amott conversó con este Diario sobre la música que los ha llevado a emprender giras mundiales desde 1996, cuando empezó su proyecto.
La religión y las libertades individuales han sido temas que la banda trata con agresiva irreverencia en cada uno de sus discos, ¿eso le ha causado algún problema con la audiencia o con los medios de comunicación a Arch Enemy?
Para Michael, en un mundo en el que aún hay rincones que “por desgracia no tienen garantizado en un 100% sus libertades políticas, religiosas y de expresión”, la postura y puesta en escena de su grupo puede generar resistencias y hasta casos de censura, “por ejemplo —recuerda el guitarrista de 44 años—, en China, nuestras letras tenían que pasar por un análisis y aprobación antes de que pudiéramos presentarnos allí. En Marruecos y las Maldivas había manifestaciones y protestas en contra de nuestros conciertos. Hasta ahora hemos superado cada obstáculo para tocar, pero me parece muy trágico cuando los gobiernos tienen miedo de su propio pueblo y del arte que ha elegido para disfrutar”.
Michael es parte de una generación europea que escuchó con asombro y admiración, durante finales de los 80 e inicios de los 90, a los brasileños Sepultura, al punto de basarse en los fortísimos arpegios que caracterizaban a los hermanos de Belo Horizonte, de esa agrupación para la huella que dejó en bandas como Spiritual Beggars y en los célebres inventores del grindcore (género aún más agresivo y oscuro), Carcass.
Pero Arch Enemy es el mayor testimonio de la técnica que este músico emplea al momento de tocar las 6 cuerdas equilibrando la agresividad sonora con melodías que hablan de sus variados gustos musicales.
Es que sus preferencias van, según cuenta, de otros exponentes brasileños, en el género bossa nova (muy influido por clásicos del jazz), hasta el tango del compositor Astor Piazzolla y parecen romper toda barrera imaginable si tomamos en cuenta la versión del tema Shadow on the Wall que grabó para el disco que también da nombre a la gira que lo trajo, War Eternal.
The very first time in Ecuador
Al igual que la introducción de su último disco, producido en 2014, el preludio del concierto que Arch Enemy dio el pasado jueves en Quito fue una sinfonía en la que resaltan voces corales que proclaman, en latín: “El humo en las llamas / el tiempo nada sana / sin perdón / ni olvido / odiar es humano”.
Luego llegaron los acordes de teclado que abren el redondo Wages of sin (2001) para dar paso a la canción Enemy Within que se inmortalizó con la voz de la alemana Angela Gossow, quien decidió, en marzo del año pasado, que su reemplazo fuera Alissa White-Gluz, cuyo estilo, personal y, a la vez, respetuoso del pasado de la banda, complació a los asistentes que se dieron cita en la Plaza de Toros Belmonte, antes de las 20:30.
A esta hora la banda ecuatoriana Total Death abrió el show para presentar de forma oficial su placa Inmerso en la sangre, la cual interpretaron parcialmente durante la media hora que duró su aparición.
El repertorio de la banda estelar prosiguió con los movimientos de la vocalista canadiense que, de forma cadenciosa y coordinada a las notas de la batería (que toca Daniel Erlandsson) y el bajo (Sharlee D’Angelo) en especial, no dejaron de aparecer incluso en las partes en las que no cantaba. Solo mermaban en los solos que alternaron el trío de instrumentos de cuerda (completados por el guitarrista Jeff Loomis) y en los momentos en que la altura de la capital llevaba a Alissa a respirar oxígeno de un tanque sin que eso desmejorara su portentosa voz, con la cual hizo una interpretación impecable.
War Eternal, los ya clásicos Ravenous y Nemesis, No More Regrets, Talking Back my Soul, My Apocalypse, Snow Bound, Burning Angel, Dead Eyes See No Future, No Gods No Masters, Under Black Flags We March, We Will Rise y Fields of Desolation se sucedieron en un orden que solo quedará grabado de forma fiel en las centenas de cámaras intrusas que el millar de aficionados llevó para registrar algunos instantes del concierto.
El show duró una hora y media con aplausos parecidos a los que arrancaría una brutal y agresiva orquesta sinfónica.