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Ecuador, 20 de Enero de 2025
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El Telégrafo
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Juan el caminante

Juan Hadatty Saltos fue un ser humano especial, pudiendo hacerlo rehusó adquirir un vehículo ni aprendió a manejar, ni compró zapatos italianos de marca. Su atuendo sencillo: la guayabera y sus sandalias de caminante infatigable. Siempre se lo vio deambulando por las calles de Guayaquil, agitado y cordial. Un día lo encontré pedaleando su bicicleta por la calle Boyacá, allá por los años 60, después de abandonar su natal Bahía de Caráquez, luego de que habíamos culminado el bachillerato en el Colegio Eloy Alfaro de nuestra querida urbe caraquense. Fue ahí donde nos conocimos y donde inició una larga e ininterrumpida amistad.

Juan “el trashumante” era una mezcla del árabe y del manaba. Su padre, don Antonio nacido en Líbano y su madre Damiana Saltos -chonera, manabita- mujer noble, humilde y generosa forjadora de sus 3 hijos. De él heredó la  prudencia, de ella su reciedumbre.

Juan amaba entrañablemente a nuestra Bahía, la incomparable ciudad “que no tiene copia”, así la bautizó Gustavo Uscocovich; apodada por mí como “la ciudad de las nubes rosadas”.

Desde el colegio, Juan destacó en varias áreas: fue gimnasta, atleta, fisicoculturista, basquetbolista,   siempre inquieto por la cultura, el arte, la literatura; versificaba con soltura. Orador convencido y convincente. Con él fundamos “El Alfarino”, periódico mural de nuestra escuela.

Su espíritu revolucionario comenzó a manifestarse a los 18 años, juntos fundamos en Bahía el movimiento Revolucionario Nacionalista, Arne, nacido desde el alma inconforme de la juventud ecuatoriana, herida por la invasión peruana y humillada por la firma del írrito Protocolo de Río de Janeiro que cercenó nuestro territorio nacional. Con los Marín Barreiro, Octavio Viteri, Pablo Gómez y otros camaradas derrotamos en las urnas a las viejas camarillas liberales y conservadoras que durante décadas se alternaban en el poder del Municipio de Sucre (Bahía). Juan no había cumplido los 19 años cuando fue designado secretario municipal. En la madrugada cantábamos nuestro himno de combate: “Marañón Río mar, descubierto por nuestra Nación”.

Los vientos de la vida nos alejaron físicamente: Juan partió a Guayaquil y yo a Quito, para proseguir nuestros estudios universitarios. Juan hizo algunos cursos de Derecho; pero más tarde encontró su verdadera vocación: la Sociología. Ella lo condujo al estudio de la realidad ecuatoriana, a la promoción del arte y la cultura. Después de muchos años nos encontramos con Juan y Melania, su asidua esposa y compañera, en La Habana donde compartimos gratos momentos de fraternidad y buena charla.

Con satisfacción pude comprobar cuán conocido y respetado era en los ambientes culturales y políticos de la isla, en la Casa de las Américas, en las librerías. Gracias a él conocimos al gran escritor y poeta cubano Andrés Mari, a Roberto Retamar, Armando Hart Dávalos, exministro de Cultura de Cuba y otros exponentes de  la alta dirigencia cubana.

Duele, duele hondo la partida de un amigo que por más de seis décadas forjamos una sólida amistad. Vale recordar el canto de Alberto Cortés: “cuando un amigo se va...”.

Bahía, Manabí, Guayaquil, nuestra América ha perdido un adalid…. un caminante en pos del cambio y la cultura.

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