Jorge Suárez reconstruye la memoria del cine
Jorge Suárez pasó 7 años en la Biblioteca Municipal de Guayaquil leyendo diarios en tiempo de oficina. De 8:00 a 17:00 revisaba los periódicos de 1899, cuando llegó el cine a Guayaquil, hasta los de 1949. Se saltó la época de 1933 a 1949 porque, durante esos 16 años, no hubo mayor manifestación cinematográfica en la ciudad.
Suárez, a quien muchos detienen en la calle para recordarle su etapa en televisión con la dirección de ‘Noches del Óscar’, se adentró con paciencia en la búsqueda de una historia que finalmente terminó en los dos tomos de su obra Cine mudo, ciudad parlante: historia del cine guayaquileño.
“No había otra forma de hacerlo que leyendo cientos de páginas de periódicos viejos porque la memoria en celuloide posiblemente se hizo polvo”, dice Suárez y agrega que “nosotros no tenemos la costumbre de guardar. Decimos ‘esto no vale, bótenlo”.
La cinematografía guayaquileña, los primeros trabajos en este formato en el país, en su mayoría, no tiene registros físicos. “La mitad de los filmes hechos antes de 1950 se han perdido y más del 90% de lo filmado antes de 1929 se destruyó”, dice el escritor guayaquileño Marcelo Báez en el prólogo del primer tomo del trabajo de Suárez, haciendo referencia a un dato apabullante de la Film Foundation.
El cine con el que Ecuador se ve a sí mismo por primera vez en pantalla grande inició en 1924, con El Tesoro de Atahualpa, un largometraje de Augusto San Miguel, quien según relata un redactor de la ya muerta revista Estrellas -dedicada al cine—, Hugo Delgado Cepeda, “hizo tesoneros esfuerzos por darle al país producciones cinematográficas con sabor nacional. Fue un guayaquileño incomprendido”.
En 1978 Delgado Cepeda entrevistó a Evelina Orellana, la protagonista del filme de San Miguel. En 1986, Orellana murió y aún no queda del todo claro el trabajo que se gestó en esa primera etapa del cine local. En 2006, Wilma Granda Noboa, actual directora de la Cinemateca Nacional, publicó su tesis La cinematografía de Augusto San Miguel: lo popular y lo masivo en los primeros argumentales del cine ecuatoriano. Guayaquil 1924-1925. Con este trabajo, Granda reconstruyó un hito de la memoria sobre sus cenizas. En ese contexto Suárez escarbó los relatos para ampliar el panorama de una historia dispersa.
Sin embargo, el primer asombro por la ausencia de una historia del cine en el país surgió en 1996, cuando apareció un extraño francés en su antigua oficina, en Malecón y Aguirre. En ese entonces, Suárez conducía el programa de cine ‘Noches del Óscar’. El empresario lo buscó para invitarlo a un festival de cine en Nantes, la ciudad francesa en la que nació el escritor y dramaturgo Julio Verne. Su objetivo era hacer una muestra de cine guayaquileño en Francia con una lista de películas que Suárez desconocía, pero imaginó que serían fáciles de conseguir, así que envió varios comunicados a sus conocidos para obtener dichos filmes, sin recibir respuesta alguna. Suárez se preguntó cómo Francia tenía una lista que él desconocía, si no había registro físico.
“Hace unos ocho años me encontré con un amigo que comercia antigüedades de arte. A veces le compro revistas viejas que tienen que ver con el cine y no están en las librerías. Me contó que en los 80, donde vendían antigüedades, por los mercadillos de la Pedro Pablo Gómez —un sector de la ciudad donde se comercia lo perdido— encontró un maletín sellado. Le preguntó al dueño del tendido qué era, él le dijo: ‘unas películas, véalas, están en rollos, hablan de un tal San Miguel”, cuenta Suárez.
Su proveedor no compró el maletín, en ese momento no tenía idea de las posibilidades de que ese ‘tal San Miguel’ fuera el que ahora la historia reivindica y busca. “Si él lo hubiera comprado yo hubiera adquirido las películas”, recuerda Suárez, quien narra una serie de relatos y coincidencias similares en su investigación.
En los dos tomos que integran Cine mudo, ciudad parlante: historia del cine guayaquileño están las producciones de los primeros años de producción cinematográfica en el Ecuador. También están los nombres de quienes integraron los rodajes, el reparto, los argumentos y fotos restauradas de la prensa.
En uno de los días de trabajo en la Biblioteca Suárez recibió una llamada de un ingeniero, de apellido Yapur. “Jorge Suárez, tú estás escribiendo de la historia del cine en Guayaquil y yo tengo algo que te podría interesar”, escuchó por el auricular. El hombre resultó ser sobrino de su madrina de bautizo. Al pasar por su oficina le enseñó un libro envuelto en material plástico. Al abrirlo, Suárez se encontró con 40 fotografías de la película Incendio, una producción del chileno Alberto Santana, protagonizada por el Cuerpo de Bomberos con una serie de trucos con fuego que se estrenó en las salas de Guayaquil.
“Todo el mundo decía que no había nada de esa película. Pregunté si era posible copiarlas y me respondió que no tenía que hacerlo. ‘Son suyas’, me dijo”, dice Suárez, en cuyo libro están todas esas fotos.
Para Marcelo Báez, Jorge Suárez confirma con su libro una vez más que es un historiador y un escritor antes que un cinéfilo, y dice de él: “Como gran conocedor del mundo de la aviación nos da una reseña de las líneas aéreas Scadta y PAGAI (posteriormente denominada Panagra) que volaron los cielos del puerto a fines de los años veinte. No por nada nos entrega noticias de que Alas (1927) es la cinta más taquillera en esa época”.
Báez comenta que si Alfredo Pareja Diezcanseco contó en Señorita Ecuador, su ópera prima, la historia de la primera miss, Sara Chacón, “Suárez la recuenta con recortes de su época y a través de testimonios de la época. Incluso nos entrega una breve historia de cómo se inició el concurso de Miss Ecuador más un dato revelador: Sarita es traída desde Miami, donde estaba radicada, para ser embarcada en Mientras Guayaquil duerme, proyecto cinematográfico que nunca cuajó”.
Mientras que muchos de los espectadores de ‘Noches del Óscar’ recuerdan a Suárez por esa bandera que mediáticamente ha alzado: lleva 48 años asistiendo a la premiación que organiza la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos. Su trabajo periodístico se ha enfocado en ese cine. “¿Cómo puedo desechar un cine que durante tantos años me ha invitado a su gala. Las películas europeas no llegan aquí. En mi época, Europa nos invadía. ¿Pero ahora dónde está ese cine? No pueden culpar a un crítico de cine que no escribe sobre Europa porque no lo ve”, dice Suárez.
Para Báez, con el segundo tomo de Cine mudo, ciudad parlante: historia del cine guayaquileño, Suárez continúa con la premisa del anterior: el cine ecuatoriano empezó en Guayaquil, las primeras exhibiciones se dieron en este puerto, donde se formó un star system. El cine que se hizo en Guayaquil “no fue un hecho aislado”, señala Suárez.
“El autor nos devela —dice Báez— en una extensa noticia biográfica a doña Araceli Rey, la primera actriz guayaquileña radicada en Hollywood. Lo que pudo haber sido un libro exclusivamente dedicado a la olvidada diva es un diamante incrustado en la mitad de esta secuela. La diosa guayaca es solo un pretexto para dar rienda suelta a la erudición de Suárez, quien aprovecha para darnos un manual historiográfico de los inicios del cine de ‘Hollywoodlandia’, ese suburbio de Los Ángeles que ha impuesto globalmente su visión de cómo se deben contar historias audiovisuales. Es loable la forma en que el autor ha logrado que los inicios de la industria gringa se pongan a dialogar con los avatares del cine silente de nuestro puerto”.
Pero Suárez no es solo un aficionado a las películas del sistema hollywoodense al que ha tenido acceso durante casi medio siglo. Este autor, que ahora integra la lista de los miembros de la Academia Nacional de Historia, desde adolescente, cuando su padre distribuía películas, se preocupó por preservar todas las revistas de cine que su madre estaba dispuesta a botar porque no había espacio para ellas más que en el garaje de la casa.
Cuando estudió leyes —según cuenta otro cinéfilo, Aquiles Rigail— no dejaba de hacerlo sin hacer comparaciones cinematográficas del oficio. A su sobrino nieto, ahora que aprende a nadar, lo acompaña en su formación con películas de Johnny Weissmüller, uno de los mejores nadadores de la historia y el sexto intérprete de Tarzán.
Ahora dirige la Cinemateca de la Casa de la Cultura, núcleo de Guayas, desde hace 10 años. Aunque sabe que no hay que aferrarse a nada, aún no está listo para dejar de lado lo que le gusta hacer en cine. “A lo que he llegado lo trabajé sin darme cuenta. Yo no sabía a dónde iba. Yo quería hacer las cosas que me daban satisfacción”, dice Suárez. (I)
La Cinemateca celebra su primera década con afiches
“Ya lo dijo François Truffaut: en la cinemateca se aprende la historia del cine”, dice Jorge Suárez, quien desde hace diez años dirige este espacio que de lunes a miércoles, por la tarde, programa películas especialmente de cine clásico. Suárez, como acostumbraba en sus programas de cine televisivos, hace una introducción de la película con referencias, datos curiosos e incluso sus propias anécdotas. Su público —reconoce— está en la tercera edad. “Ese no es un defecto de la cinemateca, sino de los jóvenes”, dice Suárez. Fijo, tiene una audiencia de 85 personas por día. Para trabajar en este espacio ve las películas más de una vez. Revisa el material, arma los comentarios. “Esto no es fácil”, dice Aquiles Rigail, quien reconoce a Suárez como un personaje generoso con sus conocimientos, dado que siempre le consulta para su programa de Cine Clásico, en el canal de la Universidad Católica de Guayaquil. El próximo mes conmemora 10 años detrás de este espacio con una muestra de su colección de afiches de películas icónicas. (I)