El nobel se congratuló de estar en el país que le da asilo a Assange
John Maxwell Coetzee, contra los modos de interiorizar la censura
John Maxwell Coetzee (Sudáfrica, 1940) dijo —en una entrevista con este diario— que la “autocensura aparece de dos formas: consciente e inconsciente. La autocensura inconsciente es la más interesante, pero, por la naturaleza de las cosas, se mantiene invisible al sujeto. En cuanto a la autocensura consciente, ciertamente la practico.
Por ejemplo: no me pronuncio en público sobre lo que pienso de algunas formas de religión organizada, ya que creo que nada bueno se consigue mediante la expresión de opiniones críticas sobre asuntos que están muy cerca de los corazones de ciertas personas, en algunos casos los vecinos y conciudadanos”.
En 1994 se abrieron los archivos del apartheid, el sistema político que —no hace mucho— rigió en Sudáfrica y segregó a los grupos raciales que vivían en el país. Quienes eran considerados de raza blanca tuvieron privilegios en los derechos civiles, como el voto o la libertad de establecer matrimonios interraciales.
Coetzee escribió en ese contexto, en el que, además, los escritores se enfrentaban a una ley que podía censurar sus obras y limitar su lectura en el país donde nacieron.
De esa forma funcionaba en él la autocensura, que parecía invisible hasta que se develaron sus modos de operar. Cuando pensó que los archivos de ese sistema se exterminarían una vez que aquella imposición sobre la vida humana terminara por la elección de un gobierno democrático, le llegó el correo de un conocido.
En el mensaje le preguntaban si quería revisar los archivos con las calificaciones de sus obras antes de que fueran distribuidas y leídas en su propia país. En Sudáfrica, durante los tiempos del apartheid, los escritores con más trascendencia enviaban sus trabajos a una editorial londinense, en la que si lograban publicarlos debían, para que regresaran a su país, pasar por el censor impuesto, en distintas fases.
Estos libros publicados en el exterior llegaban a la aduana sudafricana donde eran confiscados por un tiempo para autorizar o no su distribución. En esos documentos, los censores, siempre anónimos, hacían una lectura de fragmentos de las obras de Coetzee y autorizaban aquellas en las que, a pesar de las limitaciones de la ley, había sexo interracial y diálogos críticos, alusivos al modelo de gobierno en vigencia.
Coetzee expuso en su primera charla magistral en Guayaquil, durante la Feria Internacional del Libro, el juzgamiento por el que pasó su obra durante el apartheid. Con ello explicó su proximidad a la censura y el origen de su crítica.
A través de distintos ensayos, recopilados en el libro Contra la censura (2007), Coetzee plantea, a modo de tentativa —según él mismo—, comprender una pasión con la cual no tiene ninguna afinidad intuitiva; la pasión que se expresa en actos de silenciamiento y censura.
Para Coetzee “la censura es un fenómeno que pertenece a la vida pública, y el estudio de la misma se extiende a varias disciplinas, entre ellas el derecho, la estética, la filosofía moral, la psicología humana y la política (la política en el sentido filosófico, pero más a menudo en el sentido más limitado y pragmático del término)”.
Su conferencia tenía el mismo nombre que su publicación y, en la ciudad, ante un auditorio que sobrepasó su capacidad para 300 personas, copado por jóvenes que interrumpieron los cortos espacios del piso, dio pie a que la obra en la que aborda el tema se extinga entre las ofertas de las librerías en stock.
Coetzee inició su ponencia congratulándose con la cálida acogida que recibió en el país desde su llegada, el pasado martes, y por estar en Ecuador, “el país que le dio asilo diplomático a Julian Assange, un enemigo de la censura”. El autor, que recibió el Premio Nobel de Literatura en 2003 por “la brillantez a la hora de analizar la sociedad sudafricana”, se enfrentó a los análisis de aquellos sujetos que en su país de origen consideraron su obra como “hermética, inaccesible, lectura poco recreacional o carente de atractivo”.
Coetzee se refirió a los archivos que recibió sobre la calificación de tres obras: En el corazón del país (1977), Esperando a los bárbaros (1980) y Época de Michael K (1983). La censura estaba fijada en fragmentos de la narración y los censores la justificaban en la ley considerando una distinción creada entre lectores cultos, casi especializados, y lectores comunes.
Descubrió en los archivos que los censores creían en esa distinción a la que considera espuria. “¿Cuánto puede decirnos este aparato de la censura en general?”, dijo ante un auditorio que le escuchó con atención, mientras lo traducían simultáneamente.
Para Coetzee, sus obras finalmente fueron publicadas porque todos aquellos sujetos que hicieron las veces de censores no fueron, tal como él lo imaginaba, oficinistas que pasaban el día en un oscuro cuarto revisando página a página obras a las que calificaban según la ley.
Los censores anónimos eran personas que, durante el apartheid, tenían una carrera consolidada en el medio artístico y que, además, decidieron tener una relación social con él, aun cuando, en algunos casos, ni siquiera lo conocían de manera previa y él era un hombre blanco próximo a la clase media. La censura no solo operó a través de sus contenidos, y sus jueces se sentían protectores de la literatura.
Coetzee volvió a repetir lo que dice respecto a la censura: está inmersa en nosotros y lejos de morir. “¿Qué puedo decir sobre los sistemas de vigilancia que hemos creado en torno de la pedofilia? ¿Qué podemos decir de esas relaciones de afecto entre niños y adultos? Ahora son tan difíciles, especialmente de hombres hacia los niños; ahora son imposibles bajo los métodos que hemos creado para censurarlas y con los cuales la humanidad debe lidiar”, dijo en el cierre de su discurso sobre la censura que, considera, influye en el modo en que se observa el mundo y en la misma medida se describe. (I)