Jodorowsky se reconcilia con su pasado en cita de Cannes
El séptimo filme del cineasta y escritor chileno Alejandro Jodorowsky, “La danza de la realidad”, llega tras una ausencia cinematográfica de 23 años y abre la puerta al universo particular de su infancia, en el que se somete a través del arte a una suerte de terapia familiar.
El realizador, que protagoniza el documental “Jodorowsky’s Dune” (estrenado ayer), admitió que no es casualidad que en el reparto, además de él mismo, haya dos de sus hijos. Uno de ellos, Brontis, interpreta al progenitor del autor.
“Esta película para mí fue una bomba psicológica muy fuerte. Casi he llorado porque en el fondo me he reconciliado con mi padre”, indicó a los asistentes tras la proyección de la cinta, en la que no solo ha hecho cumplir los respectivos sueños de sus padres, sino el suyo propio de juntarlos como familia.
Jodorowsky, francés de adopción e hijo de una familia de judíos rusos exiliados en Sudamérica, cumple sin concesiones su creencia de que “filmar debe ser una experiencia vital que abra los límites mentales y vaya más allá”, y espera haber ofrecido con ella “algo más que placer”.
El dramaturgo tuvo una educación estricta y violenta y los personajes y gran parte de los hechos son reales, pero pasados por ese filtro simbólico y caricaturesco se superan y mejoran a sí mismos, especialmente en el caso del padre, a quien, según contó, ha convertido “en un ser humano”.
No en vano, Jodorowsky está considerado el fundador de la “psicomagia”, una técnica terapéutica que, a partir del arte, propone ir más allá del psicoanálisis y resolver problemas sexuales, materiales o emocionales a través de acciones artísticas, metafóricas y liberadoras.
Rodada en Tocopilla, localidad en la que nació hace 84 años, el artista aclaró que pese a su localización y sus propios orígenes, no es solamente una película chilena.
“Se dice que es un filme chileno y lo reconozco, pero no representa a la industria chilena, porque esta no nos ha ayudado”, precisó el director de obras como “El topo” (1970), “Santa Sangre” (1989) y “Le voleur d’arc-en-ciel” (1990).
El 50% del proyecto es francés, con la inversión de Michel Seydoux; otro 25% mexicano, por el apoyo del productor Moisés Cosio; 12,5%, chileno-japonés, por Xavier Guerrero Yamamoto; y el resto, explicó, “es mío, que a saber de dónde soy”.
“Tengo pasaporte francés y chileno, y toda mi actividad cinematográfica la he desarrollado en México. Creo que la industria del cine es así. No creo que deba representar a un país, sino al alma humana. Todos somos ciudadanos del mundo”.