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Jeremías Gamboa sacó provecho de un Perú convulsionado en su obra

Jeremías Gamboa, de los autores ecuatorianos, conoce a Gabriela Alemán, Pablo Palacio y Javier Vásconez.
Jeremías Gamboa, de los autores ecuatorianos, conoce a Gabriela Alemán, Pablo Palacio y Javier Vásconez.
Foto: Eduardo Escobar / El Telégrafo
10 de septiembre de 2016 - 00:00 - Redacción Cultura

Jeremías Gamboa (Lima, 1975) está seguro de que “todo autor es hijo de su tiempo” y, como tal, responde a sus vaivenes y desvaríos, a sus entregas y despojos.

El suyo –su tiempo– está marcado por un origen humilde, lleno de privaciones materiales, lejos de la gran ciudad, en una zona en donde la guerrilla maoísta Sendero Luminoso tenía planes siniestros con sus semejantes, y Abimael Guzmán las oficiaba de sumo pontífice.

“Creo que una de las cosas más importantes para destacar en mi vida es la de provenir de una zona densa, compleja, dramática del país. Yo nací en Lima, en un barrio obrero, emergente, de los setenta, y creo que ser de una familia andina, en un barrio criollo, ya me planteó a mí una posición particular frente al mundo. Bueno, esto parece una novela de Salman Rashdie: yo nací el mismo día en que Sendero Luminoso inició la guerra popular”.

Tras destacar que algunos de sus cumpleaños vinieron acompañados por sucesos tales como apagones, operativos militares y atentados terroristas, Gamboa señala que esa coincidencia –su natalicio y el aniversario senderista– fue una paradoja que nutrió su conciencia y de la cual sacó provecho creativo.

Al primer desplazamiento a la capital le siguió otro, no territorial, sino más bien de posición, pues de educarse en un colegio fiscal pobre, pasó a estudiar en la Universidad de Lima, que era pagada. Luego se fue a EE.UU. gracias a una beca y estuvo ahí por dos años. Este periplo le permitió asimilar las diferencias crecientes de una sociedad en ebullición, que no se acostumbraba del todo a la democracia.

Aún no había empezado a “contarlo todo”, pero ya tenía claro que la literatura le había planteado un desafío que lo iba a asumir desde su propia experiencia, desde esa dicotomía, a veces brusca, que le había permitido reconocerse como un joven quechuahablante con motivaciones propias, algunas “urgentes”.  

Primero se metió al periodismo, como cronista de la sección Política en la popular revista Caretas, cuya sede quedaba justo al frente del Palacio de Gobierno, desde donde le planteaba una férrea oposición al régimen de Alberto Fujimori.

Allí, el joven Gabriel Lisboa (o Jeremías Gamboa) se estaba gestando poco a poco como protagonista de su primera novela, Contarlo todo, que se publicó en  2013 y tuvo elogios de Vargas Llosa.

“Era una época convulsa, de mucha tensión, corríamos riesgos. Incluso teníamos un amigo de la sección de Investigaciones al que cada cierto tiempo había que llamarlo cuando estaba fuera de la redacción para saber cómo estaba, si no le había pasado algo”, cuenta Gamboa, quien por estos días se encuentra ocupado en la elaboración de una segunda novela de “largo aliento” cuyo título se niega a revelar.

Gamboa, quien se dice amante de los libros de Jorge Amado, de “por supuesto” Mario Vargas Llosa y que ha leído a Pablo Palacio, sostiene una hipótesis sobre su destino de escritor: “Nosotros somos una generación que se formó en los demonios de los 80, somos hijos de un conflicto, de una guerra civil, de una sociedad desabastecida, pero comenzamos a escribir después de los 30, cuando en Perú la democracia se estabilizó, la economía está bien. La sensación que tenemos es la de que vivimos como en una primavera. Antes era difícil publicar, ahora no”. (I)

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