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Ecuador, 31 de Enero de 2025
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El Telégrafo
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Un libro se publicará para el foro mundial Hábitat III, que será en Quito, entre el 17 y 20 de octubre

"Ir del relato noticioso a su narrativa implica un compromiso"

Joseph Zárate (Perú) y Patricia Nieto (Colombia) contaron sus experiencias personales en torno al oficio.
Joseph Zárate (Perú) y Patricia Nieto (Colombia) contaron sus experiencias personales en torno al oficio.
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Medellín tiene un significado y un sentido concretos, según la periodista colombiana Patricia Nieto. El imaginario de las ciudades suele sobrepasar las etiquetas y, en el caso de la capital de Antioquia, este se ha forjado en el trabajo de Nieto porque allí estudió, vive y escribe.

Con 26 años de ejercicio del periodismo a cuestas, Nieto visitó Quito la semana pasada y, durante la charla ‘Narrar nuestras ciudades’ -que compuso el seminario ‘Periodismo, vida urbana y resiliencia en América Latina’ - dijo que “un hecho noticioso se transforma junto con los reporteros. Cuando narramos nuestra propia ciudad también nos relatamos a nosotros mismos”. La ciudad es como una piel, un abrigo que se lleva y no nos podemos quitar al momento de tratar de contarla “apelando a los principios de la profesión”.

En la tarde del viernes pasado, el editor chileno Cristian Alarcón había señalado que las subjetividades están presentes en el periodismo y que la experiencia va trazando saberes para escribir las historias de nuestras ciudades.

Un sábado de febrero de 1991, Patricia Nieto hacía las prácticas finales de su carrera cuando explotó una bomba en las afueras de la Plaza de Toros de Medellín. “Al hecho lo llamamos la Bomba de la Macarena, como la plaza”, recuerda la periodista, quien atestiguó un anuncio histórico: Pablo Escobar Gaviria iniciaba sus acciones terroristas en protesta y como forma de presión contra el Gobierno colombiano, a fin de que no firmara su tratado de extradición.

Al hecho noticioso acudieron varios medios y fue “la puerta de entrada al periodismo” para Nieto: “La bomba me situó en una dimensión de la información para la cual yo no estaba preparada, pese a haber vivido mi carrera universitaria en una ciudad que ya tenía una tasa de himicidios importante”.

El bautizo de fuego del reportero, como lo llama la antioqueña, se dio para ella cuando, a 2 días del suceso terrorista, fue a la morgue a contar cuántos cuerpos permanecían sin identificar y cuáles eran las señales particulares que pudieran ayudar a sus familiares en su búsqueda. “Me encontré con una mujer que estaba buscando a un hermano”, le contó Patricia al auditorio del Centro Cultural Metropolitano. “A la mujer le mostraron un libro que contenía las fotos de las víctimas mortales mientras yo hacía mi reportería. Ella creyó reconocer a su hermano y me pidió que la acompañara al laboratorio forense a confirmar sus sospechas; allí vio el cuerpo de un muchacho que, en efecto, resultó ser su familiar”.

Luego de recopilar la información que necesitaba y hacer una lista de las víctimas reconocidas, la periodista cuenta que se derrumbó. De ese acontecimiento al presente ha habido un aprendizaje que incluyó una tranformación de Medellín, reflexionó Nieto: “Mi generación ya no es la que va a la morgue a preguntar sobre las señas particulares de los cuerpos; mi generación ya no solo escribe noticias de 3 párrafos aunque eso sea lo que piden los medios digitales. Somos parte de quienes buscaban la historia, con una narrativa que requería esfuerzos y una metodología distintas a las de una sala de redacción tradicional”.

Pasar del acontecimiento noticioso del día a día a la narrativa implica una transformación como periodista; ubicarse, como reportero, en un escenario distinto al de la enunciación urgente e inmediata del hecho y pensar que se está haciendo una historia para ayudar a comprender lo que pasa, para describir y tratar de retratar lo complejas que son las ciudades. “Eso implica unos cambios en los cánones periodísticos, un acercamiento a las ciencias sociales y a la estética de la narrativa en pos de una búsqueda y reflexión propias”, sostuvo Patricia Nieto.

En la conferencia que dio también estaba el joven reportero peruano Joseph Zárate, reciente ganador del Premio Ortega y Gasset al mejor trabajo periodístico, por la crónica ‘La dama de la laguna azul versus la laguna negra’, que narra la lucha de una campesina (Máxima Acuña) de la sierra peruana por defender las 25 hectáreas en las que ha labrado durante toda su vida.

Zárate -quizá el más joven de los periodistas que integraron el seminario- se ha dedicado, durante los 3 últimos años, a perfilar a personajes y comunidades de Perú, sobre todo de la sierra, que han emprendido formas de resistencia contra poderes económicos, gubernamentales, más grandes que ellos. “Esta urgencia mía por tratar de comprender y comunicar estas historias partió de que el ejercicio del periodismo hace que nos cuestionemos como personas y descubramos cosas que no sabíamos que teníamos”, dijo Zárate, quien es parte deuna familia de migrantes amazónicos. Su abuela, una indígena octogenaria de la etnia Kukama-kukamiria, llegó a Lima con 13 años para estudiar, pero el choque cultural que padeció incluyó labores domésticas que postergaron sus estudios.

“Cuando ella quería bañarse en el río Rímac -contó Zárate-, se quitaba toda la ropa y la gente que pasaba le decía que en la capital no debía hacer eso”. Esas situaciones, en la década de los 50, determinaron el casamiento de la abuela de Zárate con su abuelo, quien le había prometido que volverían a su tierra, en la selva.

“Mi abuela se dio cuenta de que la gente de la ciudad miraba a las personas de la selva como salvajes, ignorantes, así que desarrolló un mecanismo de defensa a través del cual trataba de ocultar, en cierto modo, detalles que la hicieran ver como proveniente de Belén, en la frontera con Colombia”, narró Zárate.

La adaptación a la gran ciudad fue una de las formas de la supervivencia tomando en cuenta su hostilidad y el racismo de sus habitantes, admitió el periodista, que al enterarse de su pasado familiar lo asoció con los conocimientos que las comunidades nativas tienen sobre su árbol genealógico, el que él completó hace pocos años. “Esas historias encendieron en mí una curiosidad natural para entender cómo las ciudades modifican, transforman a las personas y fracturan su modo de ver el mundo, su forma de relacionarse con sus hijos y el resto de personas, su forma de amar e incluso de relacionarse con la muerte”, dijo Zárate, quien vive en un país en que el periodismo ha contado los detalles de los migrantes que van de la sierra a la ciudad, sin que el trayecto de la selva a la capital despierte su curiosidad.

El reto de acceder a realidades no conocidas a través del periodismo sería un recurso para definir el sentido y significado de las ciudades. Patricia Nieto indicó que la dimensión política de las historias urbanas, ante desastres como un terremoto o atentados terroristas, requieren una preparación de los periodistas para cubrirlas. “Hay que preguntarse cómo narrar la violencia, los conflictos y tragedias de forma respetuosa con las víctimas y que sea cercana a los lectores”.

Ambos ponentes coincidieron en que la abundancia de información sobre un tema puede provocar la indiferencia de ciertos sectores en torno a los medios, por lo que se requieren varios recursos para contar este tipo de hechos. (I)

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