Skármeta, amante de la imaginación y la libertad
Gran revuelo causó la presencia del chileno Antonio Skármeta, Premio Iberoamericano Planeta-Casa de América, en la Expolibro Feria Internacional del Libro en Ecuador. En ese marco, en la urna norte del Palacio de Cristal, interrumpido por los sonidos de uno de los múltiples actos literarios de la feria, se inicia este diálogo en el que trasluce su opinión sobre varias cuestiones de su literatura y escritura. Se sonríe al momento de responder cada pregunta. Ya frente al río Guayas, en una nueva ubicación lejos del ruido, se somete al breve interrogatorio con el interés de reafirmar su realidad y la de su obra.
El programa de televisión El show de los libros fue un fenómeno internacional mediático, ¿a qué cree usted que se debe ese gran reconocimiento?
Me llama mucho la atención que aún me sigan preguntando por este programa que casi hace 10 años no se transmite, eso demuestra que ha dejado un buen recuerdo. Yo creo que hay insatisfacción en la mayoría de los países latinoamericanos con la parrilla programática. El show de los libros era un programa que trataba las imágenes como el poeta trata a sus figuras en la literatura, pero era, sobre todo, un programa de televisión, un espectáculo que tenía una energía poética, pero no era poesía y no era enseñanza la poesía. Lo que suele suceder con los programas culturales es que la persona que asume la conducción o producción del programa estima que deben solemnemente hacerle sentir a la gente que están haciendo algo que tiene trascendencia. La vida de todos nosotros es espontaneidad, nadie tiene conciencia de qué es trascendente en el momento que vivimos, entonces hay que tener la humildad, la ironía y la autoironía para admitir eso, y eso hace que el programa sea democrático.
¿A qué atribuye los éxitos que se dieron en cine a El baile de Victoria y El cartero de Neruda?
Es muy complicado y un poco vanidoso que un escritor hable de algunos méritos que su obra puede tener. Yo creo que se debe fundamentalmente a que en mi literatura no trabajo con ideas, sino que trabajo con imágenes, respeto la intimidad de mis personajes, respeto mucho el diálogo dramático y le doy a mis novelas una estructura dramatúrgica propia del teatro o del guión de cine, es decir, me gusta ir armando las cosas dramatúrgicamente, me gusta mucho la libertad creadora, acumular imágenes que sean creativas, pero llegado el momento de hacer la versión definitiva de una novela le doy un orden dramatúrgico donde lo que van haciendo los personajes es lo que terminan siendo.
Usted se exilió en el año 1973, ¿en qué grado influyó el exilio en los diferentes cuentos que ha escrito?
Bastante, es un tema recurrente en mi obra porque el escritor intenta recoger en su experiencia personal la experiencia de su pueblo, de su gente. No es que uno intente voluntariamente hacer de un texto algo simbólico o general, pero la verdad es que en América Latina en esa década fueron cientos de miles los latinoamericanos que tuvieron la experiencia del exilio. Yo escribí y tematicé el exilio básicamente en algunas de mis obras, fundamentalmente en una obra para público joven que se llama No pasó nada, que es el exilio, pero contado desde la perspectiva -muy original e informal- de un chico de 16 años que tiene su primer amor y la acción transcurre en Berlín Occidental.
¿Como evalúa la escritura de la llamada posmodernidad en la que vivimos?
Yo no le doy ninguna importancia a las épocas en la literatura, para mí es tan contemporáneo Shakespeare y Cervantes como Junot Díaz o Paul Auster, es decir, la literatura es un cuerpo magnífico de invención y de creación que no tiene nada que ver con las épocas. Sobre esta cosa de que una literatura supera a otra, de que es más moderna porque tiene una moda, voy a usar una expresión que usan los jóvenes en Chile: “Me vale hongo, me importa nada”.
Los días del arcoíris, novela con la que ganó el Premio Planeta-Casa de América, es una obra con alto contenido histórico, ¿esta historia chilena tiene algún significado internacional?
Los días del arcoíris es una novela celebratoria de la libertad, del ingenio de la gente para abrirse espacios en una ciudad represiva y conducirla hacia aires nuevos, es la novela de la unión maravillosa entre artistas y la gente para provocar en la sociedad cambios. Yo creo firmemente que es absolutamente reaccionario, conservador y necio decir que la fantasía, imaginación, movilización y conciencia social no pueden producir cambios en la sociedad; y encuentro en la historia política chilena (1988) un ejemplo de que la unión de la imaginación de los artistas con las ansias de libertad de la gente, la combinación de estas dos cosas, puede producir cambios en la sociedad que son profundos, entonces en ese sentido creo que este es un libro que me gusta que circule, que esté en distintos países del mundo, porque yo creo que esta novela desmiente aquello que promulgan a toda esa juventud: que no hay nada que hacer, que ya está todo hecho.
Ojo con los artistas y ojo con la gente, este capítulo no está cerrado y eso es lo que canta la novela, la fuerza de la imaginación.