“Inspiran más respeto ahora los espacios independientes”
Rodolfo Kronfle es uno de los más conocidos curadores de arte a nivel local. Ha estado involucrado en el desarrollo artístico en la ciudad durante la última década. Desde Río Revuelto, su bitácora virtual, realiza constantes análisis de las manifestaciones artísticas en Guayaquil y Ecuador.
Allí ha reseñado la obra de los actuales exponentes del arte contemporáneo. Entre sus curadurías más recientes están “Playlist: grandes éxitos del arte contemporáneo del Ecuador”, muestra paralela a la Bienal de Cuenca (2009) en la Casa de la Cultura de Azuay; la retrospectiva de Eduardo Solá Franco (2010), en el Museo Municipal (MUMG); y “Pasado Imperfecto” (2011), que abordaba trabajos de videoarte ecuatoriano. El mismo año publicó “Historia(s)”, una reseña del arte contemporáneo nacional en el período 1998-2009.
Tina Zerega comentaba alguna vez que en Guayaquil hay un panorama más bien hostil para las manifestaciones artísticas, sin espacios suficientes. En “Historia(s)”, usted se acerca a esa apreciación, ¿podría describir el escenario?
Sí, creo que muchas de las discusiones -particularmente las que se dieron con el proyecto naciente del MAAC- tenían que ver con una lucha por los pocos espacios culturales que había en la ciudad. Eso dio pie al nacimiento de una serie de iniciativas independientes que se planteaban en contraposición a la institucionalidad cultural local. Hoy en día esos espacios independientes son más fiables e inspiran más respeto.
¿Qué espacios son esos?
Espacio Vacío, por ejemplo, y galerías como NoMínimo y la misma DPM, que ha actuado más como un centro de cultura contemporánea, que como un espacio meramente comercial. La plataforma virtual que yo dirijo -Río Revuelto- está insuflada del mismo espíritu.
¿Qué hay con las instituciones oficiales?
Los espacios como el Museo Municipal y el MAAC han sido tremendamente irregulares y han demostrado alta dosis de mediocridad, más allá de los momentos en que se pudieron gestionar proyectos interesantes y esperanzadores con ellos.
¿Cómo argumenta esto?
Son críticas ya señaladas con punto y coma en muchas ocasiones, por mucho tiempo y por diversos actores de la escena local. Basta recordar los cuestionamientos planteados por la Veeduría Cultural de Guayaquil en 2005. Hay un problema medular y de fondo: en Guayaquil quienes manejan las instituciones culturales locales no tienen las credenciales académicas para hacerlo. Es un panorama de meritocracia cero.
Ha dicho que las personas que manejan las instituciones del arte no tienen las credenciales académicas para hacerlo. Aycart dice que, por ejemplo, al espectador se lo construye desde la academia; Lupe Álvarez indica que hay movimientos que se desarrollan “en franca antagonía” con la academia, y Víctor Hugo Arellano comentó el otro día que Melvin Hoyos había estudiado Historia del Arte en La Sorbona. ¿Cree que la academia debe ser la fuente primaria desde donde se promueva y desarrolle el arte?
La academia es un puntal fundamental, porque no es una entelequia inmóvil sino que va fluctuando también sus horizontes acompañando muchas veces los procesos culturales. En nuestro caso, la academia está representada por el ITAE y creo que desde ahí se han presentado los gestos más cuestionadores al acartonamiento institucional.
Esos lugares son frecuentados por un mismo público...
Sí. No contamos con una institución que tenga tanto los medios suficientes como las políticas adecuadas para desarrollar y apuntalar la cultura contemporánea. Por otro lado, siempre he sostenido que las plataformas independientes son necesarias, pero mantenerlas es costoso y demandante. Se requiere de un compromiso fuerte.
Tenemos en efecto un déficit de “audiencias” muy grande. Estas están conformadas principalmente por estudiantes de arte, y un núcleo de personas involucradas desde hace mucho tiempo. El coleccionismo, por ejemplo, aún es incipiente, aunque veo en nuevas generaciones algo de esperanza. Pero para analizar este asunto uno debe mirar el problema de lejos y ver los factores implicados.
¿Qué factores son esos?
La prensa cultural, que en nuestro caso no es especializada y no prioriza la calidad de la oferta; y un tema de educación general que viene desde la primaria, donde el arte es absolutamente relegado. Se crece en Ecuador pensando que el arte es asunto superfluo, sin importancia y sin incidencia en la vida interior de las personas.
¿Qué ejemplo de prensa cultural podría dar?
Veamos lo que sucede en un centro cultural tan importante como Nueva York, ahí se tiene acceso a leer en la prensa a gente como Jerry Saltz, Holland Cotter, Peter Schjeldahl, que son gente muy conocedora, con la cual se puede disentir o no, pero que parten de una subjetividad muy informada para referirse a los eventos culturales. El público que lee a estas personas se enriquece y va formando cada vez más su propio criterio, porque les brindan elementos de juicio sólidos para aquilatar una exposición, por ejemplo.
¿Y cómo describiría a la prensa cultural ecuatoriana?
Acá creo que hay un abuso editorial cuando la persona que tiene que hacer una nota sobre el Salón de Julio, también comenta sobre un concierto de salsa. Acá los medios no invierten en la gente que sabe, por un lado y, por otro, prefieren evitar los “problemas” que genera una crítica seria. Es curioso, por ejemplo, cómo se puede hacer papilla una película, pero no se puede reseñar una muestra de pintura. Y cuando lo hacen, llaman a diletantes harto contaminados de rencillas para cumplir el rol de críticos.
Creo que adoptan una actitud pragmática de no meterse en situaciones incómodas por algo tan “intrascendente” como la cultura. Hay mucho clientelismo en esto, mucha ñañería, mucho cuchi cuchi, jajaja, en un círculo pequeño donde todos prefieren sobarse la espalda cuando se ven, y despotricar nomás en privado.
¿Qué tan informado está sobre la Universidad de las Artes?
Más por lo que leo en la prensa. Sé que hubo reuniones para definir hasta la malla curricular acá en Guayaquil, con la concurrencia de muchos actores del país, pero no fui invitado.
Hasta ahora, cuando a alguien se le pregunta sobre la Universidad de las Artes, o no están autorizados para hablar o no conocen bien el proyecto, porque la comunicación no ha sido eficiente. Pero ha dicho que no está de acuerdo con ningún intento de proyecto basado en una ideología...
En efecto, me baso en declaraciones que he leído en la prensa, de donde se desprende que sería un proyecto con un norte simbólico de producción en extremo dirigido y alineado con preceptos ideológicos e identitarios que se me antojan demasiado coyunturales. Creo que un proyecto académico de esta magnitud debe plantearse bajo un cielo más ecuménico y plural, ya que las derivas del arte y las mismas nociones de identidad fluctúan constantemente.
No conozco ninguna universidad de arte prestigiosa en el mundo que opere bajo este tipo de enunciados. Ni el ISA en Cuba, de donde surgieron prácticas en extremo críticas con el mismo sistema educativo que lo regenta. Creo que es la inexperiencia y el no entender la historia del arte lo que impulsa a lanzar ese tipo de discursos: la creación simbólica y el poder siempre han tenido una tensa relación, aunque por un tiempito puedan caminar cogiditos de las manos.
El director del Museo Municipal de Guayaquil (MUMG) ha dicho que el interés de su institución es hacer que el guayaquileño se sienta orgulloso de su ciudad. ¿Qué análisis le sugiere esta declaración?
Mira, yo veo la realidad a través de la ideología que la atraviesa. Y la ideología atraviesa todo, hasta el pronunciamiento, aparentemente, más inocente. El poder, en este caso el local, siempre ha procurado aglutinar a los conglomerados sociales a través de un conjunto de enunciados o imaginarios con los cuales estos se sientan identificados.
Soy crítico cuando escucho ese tipo de cosas, porque sé lo que esconden las palabras. La ciudad de la cual yo me siento orgulloso y a la cual a veces critico no es la ciudad que me venden, es la que yo construyo con mi acción diaria. Por suerte ese río tan bello que tenemos no porta aún ninguna banderita.
El director del MUMG también dijo que si Lupe Álvarez no explica a qué se refiere con “manipulación de eventos”, ellos tomarán acciones. En la entrevista a Arellano, se le nombraron otros actores que han tratado el tema, incluyéndolo a usted. ¿Qué opina?
La primera cosa que encuentro curiosa es que no tengo idea de quién es el caballero Arellano. Llevo casi veinte años operando en la escena de artes visuales del país y nunca había escuchado de él. Tal vez eso explique el tono amenazante y amedrentador, más propio de la arena política que el que demanda la discusión sobre asuntos de cultura.
Me pregunto por qué el MUMG no invita a los claros protagonistas de la escena contemporánea a un debate abierto y público, con moderador y prensa, sobre el Salón de Julio, que es el tema al que evidentemente se refería Lupe Álvarez. Esa, en tal caso, sería la forma adecuada en que el señor Arellano resuelva sus dudas.
Este país se está acostumbrando a un vergonzoso gamberrismo, a un “bullying” que pretende judicializar toda opinión, y que solo añade leña al fuego a ese ambiente intolerante que vive el país. El alcalde debería ponerle el “estate quieto” a un funcionario que actúa de la misma manera que él mismo ha criticado cuando ha señalado actitudes similares provenientes del poder central.
Los funcionarios públicos, pagados con nuestros impuestos, deben entender que la crítica a su gestión es concomitante a los cargos que desempeñan. No están ahí para ser aplaudidos y deben ser interpelados cuando amerite.
La amenaza a Álvarez, una académica avalada por muchas camadas de alumnos y de prestigio internacional, es una vergüenza. Si siguen así, van a conducir el asunto a un penoso escándalo internacional que dejará a la administración cultural de Guayaquil, afanada en el dominio y el control y no en la libertad del arte, por las patas de los caballos: el prestigio no se gana ni se pierde en las cortes, sino en la gestión y el ejemplo.