Ilich Castillo pervierte los usos de los objetos
En los últimos años, el artista guayaquileño Ilich Castillo ha trabajado a partir de su percepción sobre la cotidianidad. Durante sus caminatas por la ciudad tropical que habita, Castillo ha detectado diversos tipos de “accidentes” o “anomalías” que suceden en el día a día, en la trama urbana y natural que lo contiene. Esos “accidentes” tienen que ver con objetos que, de repente, aparecen en el espacio público, como cartones para sellar una alcantarilla abierta o palos que sirven para marcar fronteras.
Se tratan de objetos que cumplen funciones provisionales para los cuales fueron diseñados originalmente. La documentación fotográfica de esos elementos ha sido depositada por el artista en un archivo virtual que se denomina Piedra y Hacha (https://piedrayhacha.wordpress.com/) y que se proyecta en la muestra Objeto diferido, curada por Rodolfo Kronfle Chambers y expuesta en el Centro de Arte Contemporáneo de Quito.
La exposición tiene dos pabellones y en el primero se presenta una serie de esculturas y dibujos con colores chillones, tropicales, que parten de esos objetos regados en la ciudad, pero que en su representación plástica distan mucho de su figura original. Así, una duna de arena que quedó de alguna construcción se convierte en una suerte de montaña salida de una caricatura o de un parque de diversiones.
“El artista aplica un concepto que llama figuración blanda e implica una traducción de lo que mira a un lenguaje visual que podría denominarse torpe, inexperto, como el tipo de dibujos que uno ve en los extramuros o en las paredes de la ciudad”, dice el curador de la muestra.
Para las esculturas, el artista utilizó papel maché -el mismo que se usa cuando se elaboran monigotes de fin de año-, lo que refuerza el carácter popular y artesanal en su factura. “La naturaleza contingente, efímera que tiene un material como aquel está a contrapelo de lo que se espera de una escultura, es decir, que perdure, que tenga vida larga”, añade Kronfle.
Este gesto se repite en el soporte que usó Castillo para dibujar los objetos que encontró en la calle y que también se exponen. Están hechos sobre hojas que fueron parte de una enciclopedia técnica sobre producción de objetos. Esta insistente contraposición entre lo formal y lo artesanal, entre los saberes acentúa el discurso del artista: la desvirtuación de lo esperado a través de la perversión del uso y de los sentidos originales de los objetos.
Anomalías en la naturaleza
En la segunda sala, a diferencia de la primera, el artista registra las “fallas” que percibe en la naturaleza. Castillo exhibe una serie de fotografías como dípticos en las que aparece, en una parte, la imagen de una planta que ha sido afectada por una plaga y, en la otra, un glitch (error) como producto de haber ingresado el nombre científico del insecto que afectó a la planta en el código de la imagen.
Si las plagas funcionan como desviaciones de la naturaleza, el artista remarca esta idea en otra serie de fotos extraídas de internet en la que se aprecian las trampas cromáticas (azules y amarillas) que se usan para atraer insectos y proteger los cultivos. Unas trampas son diseñadas por ingenieros y otras son más de corte artesanal.
En otra pieza, usando palitos de chuzos conectados con un cordel de tender la ropa, el artista hace que con estos objetos de uso corriente el espectador, cuando los manipule, provoque “accidentes” que devengan en abstracciones geométricas.
En las dos últimas piezas de esta sala, quizás las más potentes, el artista genera con imágenes de no-lugares (una zona desértica o un living vintage) contrastes de información que no tienen referentes concretos. (I)