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Ecuador, 23 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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Humor crudo y vulgar da tono risible a la política

¿Qué hay de gracioso en un filme en el que uno de los mejores momentos es cuando el supuesto candidato demócrata a representante del distrito 14 de Carolina del Norte, alrededor de la ciudad de Hampton, da un puñetazo a un bebé en lugar de a su oponente republicano recién llegado a la política? Mucho en realidad, si es que no se espera una fuerte, densa, sesuda y bien elaborada sátira política, que para (¿) casualidad(?) de los creativos aparece en tiempos electorales de los Estados Unidos de América.

Sin embargo, el hecho de que el próximo martes se elija al Presidente, toda la Casa de Representantes y un tercio del Senado no es la mayor ventana favorable para el estreno de “The Campaign, sino también las recientes elecciones de Venezuela y la presente carrera electoral aquí mismo en Ecuador. ¿Por qué?

Porque a la larga para el ciudadano de a pie (dejando de lado el clásico “común” o “del día a día”) la política es un arte oscuro que merece que se haga mofa de él, así no sea de la manera más sesuda como la comedia de Woody Allen, por ejemplo. A veces, como en este caso, es bueno asistir al cine a ver una película simple que lo hará a uno reír sin tener mucho que pensar en la trama o en el argumento, por ello sus protagonistas son los comediantes Will Ferrell (combinando las diversas caricaturas e imitaciones de políticos que hacía cuando trabajó en Saturday Night Live) y Zach Galifianakis (mezclando en lo vocal a los personajes Stuart Smalley de Al Franken y Jiminy Glick de Martin Short).

El primero es el congresista Cam Brady, que se apresta a postularse para su cuarto período sin oposición, lo que lo ha hecho caer en una rutina de falsas promesas y negligencia general por sus deberes como el representante sin oposición de larga data, mientras que el segundo es el de carácter suave, entusiasta del turismo y lleno de ingenuas ideas para mejorar su ciudad natal Marty Huggins.

En realidad ese candidato republicano es apoyado por los hermanos y empresarios Glenn (John Lithgow) y Wade Motch (Dan Aykroyd), antes patrocinio inclaudicable de Brady -quien por error dejó un mensaje sexual en la contestadora de una renacida familia cristiana-, para poder ser manipulado por ellos e imponer su propia agenda en Hampton. El primero de estos personajes lo deja claro: “Cuando tienes el dinero, nada es impredecible”. Allí, el fuerte de “The Campaign”, su premisa entretenida de examinar la corrupción, pillería generalizada e influencias por debajo de la mesa de los grandes negocios en la política; lo que utiliza con un salvaje punto de vista satírico hermanado con lenguaje duro y rudo y graciosos “gags” visuales. La falla es su historia, ya que unas cuantas carcajadas y carismáticos imbéciles no hacen una gran trama, la cual tampoco sirve para extender la originalidad o avanzar en la burla de reconocibles errores políticos del pasado, mediante el cansino tema de “haz lo correcto”.

Al final de su metraje de 85 minutos “The Campaign” parece perder fuerza tanto en las bromas como en la historia, ya que la escritura no es lo suficientemente aguda cuando pudo haber sido más ambiciosa con su sátira. Es una comedia de aciertos y errores, mayoritariamente de aciertos con Ferrell como el mejor actor cómico, aunque ambos comediantes protagonistas tienen sus respectivos momentos. Las bromas varían de lo verbal, basado en lo crudo y las maldiciones, hasta las ya patentadas improvisaciones y chistes físicos de Ferrell: la mayor risa en una audiencia puede surgir cuando el bebé es golpeado en la cara.

Como sátira política a “The Campaign” le falta sutileza, pero cualquiera que esté interesado en la política estadounidense puede fácilmente ver las referencias a la campaña negativa, haciendo falsas acusaciones de que alguien sea un comunista o socialista o terrorista islámico solo por implicaciones, o cómo los candidatos usan la retórica para ser electos realmente sin tener alguna idea o política y cómo los equipos de campaña piensan más acerca de la imagen que en hacer lo que ellos creen es benéfico para un distrito y el país. Los infames críticos de cine por la web señalan que hubiese sido un mejor acierto no mencionar a qué partidos políticos pertenecen los candidatos representados para que así no haya distinción entre Brady y Huggins.

Suave y acolchado entretenimiento. No se requiere (ni se desea) pensar. Los buenos ganan. Los malos pierden o se redimen. Ferrell es entretenido como siempre con su acento “presidencial” y sus ingeniosas y  “boca sucia” observaciones, pero Galifianakis se pone a la par de  su coestrella con sus supremamente bizarras excentricidades.

Es una gran base para el choque de dos gigantes de la comedia, pero la trama y el argumento no aumentan el interés del público en los protagonistas ni en sus situaciones difíciles. Debajo de la capa de risas solo hay una  olvidable historia.

Brady rápidamente presenta a Huggins el siniestro mundo de la política, pero a medida que los debates se vuelven más sucios y las traiciones más barbáricas, ambos candidatos empiezan a preguntarse qué tan lejos estarían dispuestos a ir para ganar y qué están dispuestos a perder en el proceso.

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