Hugo Idrovo prepara su primer desnudo: “Fermentación fatal”
Algunos lo llaman “maestro”, con ese tono que contempla el respeto por lo que estuvo antes y sabe más, y están también quienes se sacan fotos a su lado con sonrisas de groupies criollos. Él, en cambio, tiene a sus maestros en la punta de la lengua: John Lennon, a quien recuerda siempre y en una de sus canciones; el pintor Luigi Stornaiolo, o sus entrañables compañeros musicales.
Lo cierto es que el Hugo Idrovo de Promesas Temporales quiere ahora quitarse los ropajes que a lo largo de estas décadas de carrera artística han vestido sus composiciones y sus innumerables puestas en escena.
Aquel pelilargo medio hippie, medio loco, que se arrejuntó en el quiteño barrio de Guápulo a mediados de los ochenta para dejar que la creatividad explotara, junto al Viejo Napo, al ‘colorao’ Álex Alvear y al Dany Cobo, tiene ahora un cierto aire zen. “Parece que la Rocío ya le ha contagiado”, comenta como bromeando el Pancho Prado, líder del extinto Umbral, minutos antes de que empiece un concierto familiar en un bar quiteño, previo a la presentación del próximo CD de Idrovo, “Fermentación fatal”.
Claudio Durán, el músico, productor de este trabajo y gran amigo del artista, es quien ha estado a cargo de la grabación de principio a fin. Él habla de un trabajo “naturalista” que busca rescatar al artista completamente solo, y mientras lo dice, degusta la fuerza de la guitarra y la nitidez microscópica de la voz del compositor que ha vuelto a mostrarse solo (“llucho”, le digo), como cuando solo le hizo sentir, a sus 15 años, la imposibilidad de ser aviador debido a que fue reprobado en las pruebas por sus deficiencias visuales; pero esta vez, la soledad es voluntaria, llega solamente después de haber andado largo trecho.
Durán explica: “Este trabajo empieza con un tema antológico de Hugo”... y enseguida, oprime dos teclas, los tres miramos cómo las barras de distintos colores se desplazan hacia la izquierda en la pantalla de los computadores.
Vamos sintiéndonos en la misma atmósfera. Se trata de “El Viejo”, composición de la época de Promesas que ahora reaparece en esta “Fermentación...”, también desnuda. “Se siente el dramatismo que tiene este tema, ¿no?”, dice Hugo, emocionado, su cabeza encerrada entre los auriculares y su mentón sostenido por una mano.
“La obra y la interpretación son los protagonistas, no hay nadie más que él”, dice Claudio. En efecto, el sonido es tan fiel que es posible escuchar con claridad las inspiraciones y las exhalaciones que separan los versos durante el canto, la silla rechinando, los leves choques secos de los dedos contra las cuerdas antes de que vibren... En “La aventura terrena”, una obra apoteósica, aun dentro de esta estética mínima, suena la voz de Stornaiolo, “un maestro”, dice él, al recordar el día en que el pintor llegó al estudio para grabar su voz, declamando un verso introductorio.
“Yo me fui a Galápagos (hace casi quince años) porque quería darles a mis hijos la oportunidad de tener una vida feliz, y en la ciudad eso ya no era posible”, cuenta este “Mono carapachudo”, para intentar definir en qué momento de su vida empezó a presentarse la necesidad del desprendimiento para devolverse a su propia médula. “Carapachudo”, así es como se presenta a veces, quizás para justificar una timidez incipiente que desaparece por completo cuando pisa el escenario.
“La muerte no existe / tampoco el mal dolor / la furia y la mente destrozan al amor / quise hacerlo bien y nada resultó / vacié una botella y se me fue la luz / ahora para mí no hay más…”. Es Mal dolor, primer tema del repertorio: “una de mis 14 nenas perfumadas con Fermentación fatal”.
El concierto no tarda en parecer un ritual catártico. A continuación, Hugo suelta un par de temas más del nuevo disco. Pantalón amarillo, zapatos claros y brazos descubiertos para rasgar las dos guitarras que lo escoltan, el encuentro se ha vuelto un regalo también para él, su público lo extrañaba y ahora lo demuestra.
Luego suenan “A Montañita”, del CD Cuentos del río colgado (1994-1995), y “Brujas” (1988), que consta en el mismo disco en una segunda versión. La primera fue editada en Arkabuz, como parte de un trabajo compuesto por cuatro piezas. Es el momento desde el cual despega el encuentro y ya no hay vuelta atrás: “Niño Cucú” es coreada por todos, igual que “La esquina”.
Minutos después Hugo se atreve a tararear a capella un tema de Pancho Prado, quien se ha levantado para abrazarlo. Al final, sube a una mesa para cerrar con un histriónico contoneo a ritmo de “Todos los cholos...”. Unos alistan sus cámaras fotográficas, otros susurran: “¡qué maestro!”, y esperan su propia “Fermentación fatal”.