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Ecuador, 19 de Enero de 2025
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El Telégrafo
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Historia de romance, intriga y destrucción

La Chica (edición e impresión de El Conejo, Quito 2013) es una novela que lleva como subtítulo el siguiente ofrecimiento: Una historia de romance, intriga y destrucción.

Más que esta oferta, lo que me llamó la atención y me llevó a su lectura fueron los datos de la autora, Mariasol Pons, una guayaquileña nacida en 1979, residente en Bogotá, dueña de un excelente pulso narrativo y de formación universitaria: licenciada en Ciencias Sociales y Políticas por la UEES, de su ciudad de origen, graduada de Estudios Internacionales en la Buckingham University de Londres y un masterarado madrileño en Comercio Exterior.

El personaje protagónico de La Chica es Gabriela, una muchacha (una chica) de clase alta (pelucona, pues, según el habla actual) que vive en la opulencia; de conducta correcta, viaja por Europa, se divierte y cíclicamente se harta, se agota, se aburre, se deprime, hasta que regresa a su  pequeño país sudamericano.

En la presentación de su libro en Tinta Café (Club del Libro), un lugar muy agradable, cómodo, peluconsísimo, situado en Samborondón, Mariasol Pons se mostró en todo su esplendor. A nadie le interesó su talento. Ni, por supuesto, su novela.       

Allí me enteré de que Mariasol Pons vive ahora en Guayaquil. Y volví a su texto, a la presencia oscura del tema de fondo que ahí está, tal que la ira de Dios, diría César Vallejo, implacable, como si las responsabilidades de todos los olvidos destruyeran el alma. Yo no sé.

¿Cuál es el tema de fondo? ¿El olvido? ¿Los olvidos? ¿La indiferencia? ¿La inocencia? ¿La ausencia?  Todos a una. Porque Gabriela es una ausencia, indiferente, por lo menos, de lo que la rodea; inocente por ignorancia, y va apareciendo, como si nada, como si no pautara lo cotidiano y el destino de su pequeño país, el narcotráfico, tercer negocio más lucrativo del mundo, y sus horrores: consumo, dependencia, criminalidad, lavado de dinero, corrupción, exportación de la droga a los lugares de mayor consumo, prostitución, daño a los jóvenes, a la salud, a la vida.  

¿Entonces? Lo criticable es no darnos cuenta de que divagamos sobre una bomba de tiempo. La Chica nos llama la atención sobre ello, y llega un momento en que La Chica no es Gabriela sino un yate de los narcos destruido violentamente con su cargamento de drogas para desaparecer una evidencia.

Una excelente novela, sin duda, y ojalá que Mariasol Pons siga escribiendo, que no desaproveche su talento. Paso ahora de coles a nabos. Y leo por ahí que una familia en Esmeraldas estuvo sitiada por cuatro cocodrilos.

Deben haber sido caimanes, porque por estos rumbos no tenemos cocodrilos (solo lagartos, ni pensar en gaviales) y no creo que los hayan traído de África para que se alimenten de negros esmeraldeños puesto que  tratándose de negros en África tienen de sobra.     

En el fútbol nos fue mal. Perdimos 1 a 0 con Colombia en Barranquilla a 40 grados de calor y una humedad del diablo (¿a quién se le ocurre que los diablos son húmedos?); para colmo fallamos un penal y la clasificación al mundial (que la lograremos) tendrá que esperar. Teníamos que ganarle a Bolivia en La Paz (lo que no era fácil) y nos quedan un par de juegos en Quito.

Hay que ir despacio, con calma, recordando que nada es imposible, que con paciencia y saliva un elefante violó a una hormiga; no es lo mismo 3 mil  600 metros de altitud de La Paz que  2 mil 800 de “la carita de Dios”. Es decir que no da igual Chana que Juana ni una paloma en el Canal de La Mancha que una mancha en el canal de la … (la rima va por cuenta del lector).    

Y punto final, que no va seguido de puntos seguidos, como su nombre lo indica, ni suspensivos, aunque su nombre no lo indique, sino de ya, se acabó. Ni una palabra más porque estaría demás. Basta. No es lo mismo suspensorio que sostén, ni la raya del peinado es el “camino da piojos”.

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