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La muestra estará abierta hasta el 29 de febrero

Hernán Zúñiga pone en Revisión su trabajo con el 'barroco guayaco'

El autor nació en Ambato, pero su obra parte de la relación que sostiene con una periferia guayaquileña.
El autor nació en Ambato, pero su obra parte de la relación que sostiene con una periferia guayaquileña.
Karly Torres / El Telégrafo
13 de febrero de 2016 - 00:00 - Redacción Cultura

Hernán Zúñiga nació en Ambato pero su obra multidisciplinaria lo define como un ‘barroco guayaco’. Sus pinturas, su poesía, sus grabados y hasta sus performances tienen de protagonistas a cholas, vírgenes, putas, quinceañeras, galanes de barrio o mártires del amor. Se sujeta a la periferia y, a decir del artista Saidel Brito, “establece diálogos con procesos culturales inciertos. Él no usa a la cultura popular, la vive”.

La periferia con la cual diseña su ideal estético, su ‘barroco guayaco’, está atada al antecedente de sus primeros años en Guayaquil, rodeado de caseríos cercanos al Mercado Central. Desde allí veía transitar una población migrante y local que suele ser oprimida y negada por las autoridades. Desde ese punto movilizaba su obra desde la ciudad y su caos.

En los setenta, Zúñiga había iniciado su gestión, desde ya performática, en el espacio público. Con unos talleristas del colegio Bellas Artes empezó un activismo por los murales en el espacio público.

Por pintar un mural debajo de un puente de la ciudad terminó apresado por la Policía Metropolitana y, con ello, inició uno de los primeros revuelos sobre la relación de la ciudad y la negación de travestirse con ideologías diversas.

En ese momento se inició un debate sobre la cabida de prácticas de arte en el espacio público sin ser condenadas ni eliminadas, como se le permite -hasta ahora- al rasgo simple del grafiti callejero.

En 2001, Zúñiga ganó el segundo concurso de murales del Municipio de Guayaquil y terminó su trabajo debajo del puente, frente al antiguo aeropuerto de la ciudad, con un diseño neoexpresionista sobre la cultura aborigen local.

El premio llegó a pesar de sus manifestaciones en contra de la autoridad que aún se sostiene. En 1984 expuso su cuadro pintado en acrílico sobre madera contrachapada. Sobre él intentó imitar la técnica del grabado con la que ha trabajado desde sus inicios con pinturas en blanco y negro. En el cuadro aparece el león de la Metro Goldwyn-Mayer dirigiendo una escena de miseria. En ella se cruzan las invasiones, una forma de represión que la atribuye al ‘León socialcristiano’ y el incremento del auge petrolero, en contraste con los cuadros de miseria. Por la obra que lo hizo ganador del Salón de Julio de 1994, organizado por el Museo Municipal, el mismo ‘León’ lo condenó.

En ‘La adolorida de Bucay’, Zúñiga se conduele con una compatriota herida en Estados Unidos. Un año antes, Lorena Bobbit, una mujer del pequeño cantón del este del Guayas, migrante en Estados Unidos, fue juzgada por cortarle el pene a su esposo marino. Zúñiga la había visto llorar en televisión, juzgada por su reacción que tenía como antecedente los maltratos del marino.

Zúñiga, en esa obra, había puesto en un altar a Lorena Bobbit “quien blandía en sus manos un pene y un cuchillo. Entró a concurso. Monseñor Larrea Holguín solicitó su retiro y el Director del Museo, Paco Cuesta, se negó a hacerlo en uso de sus facultades como Director del Salón”, reseñaba Henry Raad sobre el momento.

La obra finalmente fue retirada por orden directa del alcalde León Febres Cordero. La cubrieron con un manto blanco y luego la escondieron en la reserva. Pero con ello creció el incentivo para verla, mientras que Febres-Cordero prometía no volver a exhibirla hasta su muerte.

Dos días después de que el exalcalde de Guayaquil muriera, la obra de Zúñiga retomó su lugar, a vista de todos. El escándalo no se justificaba con la imagen de Lorena Bobbit. Sus intérpretes lo reconocieron como “una enorme ofensa religiosa con la imagen de la Madre Dolorosa”.

Zúñiga insiste: “Era Lorena Bobbit, ella representaba a los millones de chicas que van en busca del sueño americano y son ofendidas. En este caso un marine vapuleaba y ofendía a esta migrante, pero ellos quisieron ver a la Dolorosa”, dice.

Este jueves 11 de febrero, Zúñiga abrió la muestra Revisión. En 80 obras expone en la Pinacoteca de la Casa de la Cultura, núcleo Guayas, su diálogo con el arte y su tiempo. “Soy libre pensador. La responsabilidad de mi generación con el arte se gesta en los 60, una época en que América Latina vive grandes cambios, la Revolución Cubana, Mayo del 68, el movimiento hippie, todos los teoremas y teorías que buscaban cambiar las estructuras. Mi obra corresponde a mi formación política y social, que no tengo por qué cambiar, sino que al contrario, tengo que pulir y corregir”, dice Zúñiga.

Su obra se gesta no solo desde la pintura. Él, dice, no quiere ser un ‘viejito aburrido’, no quiere leer poemas y que los jóvenes salgan corriendo. Es autodidacta y educador. Pertenece a una generación que hacía poemas en máquinas de escribir y, sin temor del tiempo en el que vive ahora, los lee con videomapping, hace performances, pinturas o grabados, de acuerdo al mensaje subliminal a la hora de escoger el formato.

“Es uno de los más auténticos y relevantes artistas ecuatorianos -dice Saidel Brito-. Es un artista que, como muy pocos, ha mantenido distintos caminos de investigación, ha establecido diálogos con procesos culturales insertos en su trabajo pedagógico en la Academia o por fuera, con comunidades de distinta índole”.

Para Brito, Zúñiga trabaja con lo vernáculo de la cultura popular, “sus experiencias, sus referentes, sus tópicos, lo atraviesan como individuo, tiene esa sagacidad del lenguaje y es capaz de desplazarse en experiencias disímiles”. (I)

Datos

El autor presenta en la muestra Revisión una selección antológica de sus obras recientes y un conjunto de trabajos retrospectivos, con el afán de lograr en contexto, una revisión conceptual, temática y estilística del proceso de creación sostenida, durante 50 años de labor.

La exposición se abrió el jueves 11 en la Pinacoteca y en la Sala Aracely Gilbert de la Casa de la Cultura. Permanecerá en exposición hasta el 29 de febrero.

Su primera exposición en Guayaquil fue en 1966. Desde entonces configura varias series temáticas de estilo figurativo neo-expresionista, como impronta iconográfica de su generación, que asumió la alternativa posterior al indigenismo del realismo social.

Su discurso sobre el ‘barroco guayaco’ ata a toda su obra, a pesar de los distintos formatos que escoge.

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