Entrevista / Chevi Muraday/ Bailarín y Coreógrafo. Premio Nacional de Danza 2006
"Hay que vivir embriagado de amor, de poesía o de sexo"
El coreógrafo y bailarín español Chevi Muraday (Madrid, 1969) tiene una relación especial con Ecuador. Este año —convocado por el Teatro Sánchez Aguilar, La Fábrica y la Universidad Casa Grande— tiene a sus espaldas 3 propuestas escénicas que ha trabajado con poco tiempo, en efervescencia.
Junto con el director teatral Jaime Tamariz ensaya la coreografía de la obra Romeo y Julieta, que se estrenará el próximo 21 de julio en el Sánchez Aguilar. En el mismo lugar, presentará su solo El Cínico y el último sábado mostró los resultados de la residencia de danza que mantuvo con 28 bailarines.
En medio de todo el trabajo se dio tiempo para restablecer el diálogo con Ceibadanza y la Fundación Cultural La Trinchera. Con ellos estuvo en Manabí dando clases de danza y bailando en los albergues. Ya tenía planificado venir a Ecuador antes del terremoto del 16 de abril, pero ahora sentía que no podía llegar y darle la espalda a la fragilidad con la que se enfrentan las poblaciones más afectadas. Tras una de las agitaciones finales de la residencia que mantuvo en La Fábrica, se detuvo un momento para dialogar sobre danza, en su quinta ocasión movilizando cuerpos en el país.
¿Cuál fue su percepción, desde la danza, del estado de la zona afectada por el terremoto?
Creo que el terremoto ha sido mutilador para gran parte de la sociedad ecuatoriana. En cuanto me enteré, me contacté a todos mis amigos. Ya había decidido venir a Guayaquil pero no quería vivir una realidad, habiendo otra. Quería colaborar con eso. Me ha conmovido trabajar con esos bailarines porque, realmente, su vivencia durante el terremoto ha sido muy dura. Eso se notaba, se palpaba en las improvisaciones. Hay algo contenido allí que no querían que salga y en las improvisaciones se libera.
Hay, sobre todo, un mensaje por la fuerza...
Somos débiles por mucho que la sociedad nos eduque para ser superhombres o supermujeres, que no somos. Yo siempre lo digo, yo no soy un superhombre o una supermujer, yo soy un débil, bajo esas debilidades me sostengo como puedo.
¿Cuál fue la propuesta de la residencia en La Fábrica para movilizar los cuerpos?
Estoy, puedo decir, emocionado y conmovido porque después de tantos años viniendo a Guayaquil hay como una pequeña semilla que germinó y ha empezado a crecer. En la residencia hay 28 personas, bailarines, actores e inquietos sobre el movimiento. Hay gente que viene trabajando conmigo desde el primer curso que se hizo aquí, en La Fábrica, y gente que se ha ido sumando a lo largo de los años.
¿Y el resultado?
Aún no lo tenemos, estamos en pleno proceso, trabajando sobre textos de Charles Baudelaire. Los chicos han escrito sus propios textos, nos hemos inspirado en la generación maldita y está saliendo un trabajo bastante perturbador.
¿Cómo lograr atraer la atención sobre la poesía desde la danza?
Creo que la forma de comunicación da igual. Trabajo en la parte actoral, dancística o tomo textos y los llevo al movimiento. Me apoyo en las herramientas con las que trabajo hace muchísimos años y, sobre todo, rompiendo fronteras. No creo que ninguna expresión artística tenga que definirse y trabajarse en solitario, en individual. Creo que todas las expresiones artísticas tienen la oportunidad y deben de apoyarse las unas en las otras. ¿Mezclarlas? Bueno, sí, se mezclan pero ¿por qué no pueden ir juntos la danza y el teatro?, ¿por qué no puede haber textos de Baudelaire?, ¿por qué no puede haber poesía?
¿Por qué Baudelaire?
Hay un texto suyo (Embriagaos) que dice que hay que vivir embriagado. Da igual de lo que estés embriagado, tienes que decidir tú de qué vivir embriagado, puede ser de amor, de poesía o de sexo. Tú decides, pero lo importante es vivir embriagado.
Creo que elegí este texto, aquí, porque veo que la sociedad guayaquileña, en cierto punto, está en algunos casos con peso y una falta de libertad que necesita aún explotar, necesitan buscar en ellos la forma de liberarse. Lo he visto en los 5 años que he vivido aquí. Conozco bastante el peso de la familia, del catolicismo, todas esas cosas adheridas que tiene la sociedad, no solo la guayaquileña.
¿Pero aquí quiere explotar?
Más que eso, aquí quise jugar con ello y el grupo se presta, hay mucha desinhibición y me sorprende, de repente, que yo proponga: “os dejo que os desnudéis hasta donde vosotros queráis, cada intérprete decide qué parte del cuerpo quiere mostrar”. Hay personas que se desnudan por completo. Es un punto de inflexión muy importante.
¿Cómo cree que se manifiesta este peso de la ‘sociedad guayaca’ en los cuerpos de los bailarines?
Eso se nota, y se nota muchísimo.
En una entrevista con la revista del Teatro Sánchez Aguilar, usted dice que trabaja en la visión de la escena para que pueda movilizarse como en el cine... ¿Qué tanto puede simular esta propuesta un lenguaje cinematográfico?
Al trabajar con actores como Marta Etura o Ernesto Alterio, que hacen cine, en sus propuestas, quieras o no, hay algo cinematográfico. También pasa en Romeo y Julieta, hay cápsulas de tiempo, que normalmente no se trabaja en el teatro tradicional. Puede haber flashback, imágenes en cámara lenta que en el teatro convencional no existen, pero sí lo estamos plasmando en esta obra.
¿Qué tan clásico es el movimiento en Romeo y Julieta?
Tiene cierta convencionalidad en la propuesta porque es un Shakespeare, pero se sale totalmente de la forma. No es en absoluto un Romeo y Julieta costumbrista, el texto es muy fiel a la obra, pero Jaime Tamariz es un hombre con un universo en su cabeza muy amplio y rico y eso siempre se ve. Yo lo veo de afuera y digo “esto es de Jaime”, por los volúmenes que maneja en el espacio.
Usted tiene obras como El cínico, donde se enfoca mucho en los conflictos humanos...
Como creadores tenemos la responsabilidad, sobre todo, de remover hacia un lado o hacia otro, dependiendo de la obra y el tratamiento de ese personaje específico. Es verdad que hay un compromiso social y humano en todos mis trabajos y hay un compromiso con el espectador. No me gusta que el público venga a ver una obra y se quede impasible. El Cínico está basado en el personaje de Diógenes, el filósofo griego y en la filosofía cínica, que plantea el desprendimiento absoluto de los bienes materiales. Cuanto más nos liberemos de los bienes materiales, más felices seremos y más honestos seremos con nosotros mismos. Es un personaje muy perturbado, que reside aislado y decide liberarse de todos los bienes materiales a sí mismo. (I)