“Hay que creer en lo improbable; es decir, en la humanidad”
Entre aplausos, Edgar Morin al fin ingresa a un abarrotado Teatro Nacional de la Casa de la Cultura de Quito. El filósofo francés avanza con sus noventa años bien puestos: paso seguro, torso erguido, apenas apoyándose en el antebrazo de un ayudante que junto a él marca el camino. El público -un coctel de estudiantes de sociología, alumnos de colegio “traídos a la cañona”, conocidas figuras de la cultura local, curiosos de ocasión, etcétera- ha esperado casi una hora hasta que inicie la conferencia (que se ha ponderado, más bien, por parte de los organizadores, como el lanzamiento del último libro de Morin: “La vida para el futuro de la humanidad”).
Es cerca de las seis de la tarde -el invitado ofreció ya una rueda de prensa a las tres- de este lunes 26 de noviembre y el aguacero ha dejado en las calles el rezago de un viento terco. Algo de ese frío compacto entra por los flancos del teatro, por las salidas de emergencia. Y el público, acurrucado en sus butacas, tendrá que esperar más aún. Fieles al pomposo acartonamiento que en el país caracteriza los actos culturales -o sociales en general-, la mayoría de los miembros de la mesa directiva, uno a uno, pasa adelante para “decir unas cuantas palabras”.
El primero es Raúl Pérez Torres, presidente de la Casa de la Cultura, quien introduce a los asistentes en el pensamiento y el trabajo del invitado. Asegura que el francés constituye una referencia imprescindible para hacer frente a estos tiempos de tecnificación acelerada y deshumanizante. Habla, por supuesto, del “pensamiento complejo”, aquel “método” acuñado teóricamente por Morin (y que plantea, a grandes rasgos, que la atención casi obsesiva que se le ha dado al desarrollo técnico/económico como medida de lo humano es a todas luces insuficiente; entonces hace falta un abordaje que concilie los saberes, desde la ciencia hasta la estética, desde la política hasta los afectos). Pérez Torres lo cita: las verdades profundas, aún siendo antagónicas, son complementarias.
La siguiente es la vicealcaldesa María Sol Corral, quien da la bienvenida en nombre del Cabildo. Sonríe, pues se alegra “de ver a tantos jóvenes” allí. Dice que las autoridades han trabajado durante casi nueve semanas para “hacer esto posible” y no escatima, claro está, los elogios para el huésped.
La posta la toma entonces Augusto Espinosa, ministro de Conocimiento y Talento Humano, quien lleva la capacidad de elogio al límite: para él, Morin es uno de los más grandes y “quizás el más grande pensador del siglo XX y el XXI” (habría que conseguir una tabla de ouija para preguntarles a Wittgenstein o a Heidegger qué piensan de semejante afirmación).
La obra del filósofo, asegura Espinosa, se revisa, debate y comenta en el seno mismo del Gobierno, y como ejemplo pide a los presentes que se fijen en cómo los textos de la Constitución de Montecristi están permeados por el trabajo de “este pensador planetario”. Algunos asienten, como acatando; pero la mayoría baquetea la palma de la mano contra el muslo, o el zapato contra el alfombrado: quieren escuchar a Morin. Por eso, cuando el presentador menciona como siguiente punto las palabras de René Ramírez, secretario nacional de Educación Superior, Ciencia, Tecnología e Innovación, la gente exhala exasperada y abuchea; pero Ramírez se avispa y toca de primera intención: “comparto su molestia, compañeros, por eso no diré nada. Pasemos inmediatamente a escuchar al profesor Morin”, y el teatro le agradece el gesto aplaudiendo intensamente.
Con un español bien articulado -aunque a veces le cueste masticarlo- el filósofo parisino, prolífico autor, miembro de la resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial, aquel que ha reflexionado tanto sobre cine como sobre socialismo, que se opuso lúcida y fervientemente al colonialismo francés en Argelia y estuvo al lado de los anarquistas catalanes, comienza planteando, como motor de su exposición, las interrogantes kantianas: ¿qué puedo saber?, ¿qué puedo creer?, ¿qué puedo esperar? y ¿qué puedo hacer?
Reflexiona, entonces, sobre la naturaleza del conocimiento actual, en el mismo sentido en que lo viene haciendo desde hace años: hoy, el conocimiento prolifera y crece; existen cada vez más saberes, “pero el hecho es que todos están separados. Compartimentados. La paradoja radica en que nunca los humanos hemos tenido tanta cantidad de conocimiento sabiendo, al mismo tiempo, tan poco de lo que pasa”. La referencia a Ortega y Gasset se vuelve inevitable: “No sabemos lo que pasa, y eso es lo que pasa”. Estamos atiborrados de conocimiento sobre el ser humano, prosigue Morin, pero difícilmente sabemos lo que es “ser humano”.
¿De qué manera propiciar la reconstrucción de un saber pertinente para enfrentar los problemas fundamentales (que son problemas globales)? Esa es la cuestión, en tiempos en los que podría parecer muy difícil creer, acota Morin. “En el siglo pasado hubo varios puntos de referencia en los cuales se creyó -a veces demasiado fervientemente-: el comunismo soviético, o el maoísta, la sociedad democrática, incluso el “progreso” como una ley de la historia humana, como simbolización incuestionable; lo mismo ocurrió con el neoliberalismo, que se presentó a manera de ciencia, ¡cuando es una ideología!... Hoy los relatos/bloque han caído”.
Entonces, en vista de que los pronósticos “de esta nave llamada planeta tierra” son “catastróficos” -en términos ecológicos, económicos, etcétera- no podemos fiarnos en lo probable, obviamente, sino suscitar “lo improbable”; esto es, la humanidad. Y para explicar la noción de humanidad en tanto improbable Morin echa mano de dos ejemplos puntuales: “recuerden la derrota de los persas por los atenienses, con la que nadie contaba, quinientos años antes de Cristo... y cómo luego de allí, de esa sociedad, surgen la filosofía y la democracia. Presten atención a cómo la Segunda Guerra Mundial cambia de curso, por la activación propositiva de varios factores, justo cuando los nazis estaban a punto de tomar Moscú”.
Se puede creer, se puede esperar -si actuamos, si “hacemos”- la movilización de una humanidad diversa, muy heterogénea culturalmente, que va “más allá de la noción de clase que estableció el socialismo”-, y eso se logra a través de varios frentes del saber y de la acción, “porque esperanza quiere decir, en el presente, toma de conciencia y acción”, no perdiendo de vista que los cambios relevantes de la historia requieren de tiempo para incubarse y surgen, en muchas ocasiones, desde una “aislada singularidad”... “¿Acaso no es lo que pasó con Jesucristo?... ¡Tuvo que aparecer luego Pablo, un perseguidor de cristianos que se convirtió, para que el cristianismo empezara a crecer! ¿No fue el caso de Marx en el siglo XIX?... y sin embargo surgieron los partidos socialistas”... Es desde esa singularidad reflexiva, desde esa conciencia en constante tensión crítica, que Morin trata de contagiar a quienes lo escuchan. Deja el Teatro abriéndose paso entre manos extendidas que piden una firma en la primera página de alguno de sus libros -los venden afuera-, va rumbo a la Flacso, donde compartirá con estudiantes y académicos sus ideas de la vida moderna y las posibilidades del Buen Vivir. Avanza, el guerrero intelectual de las 9 décadas.