Entrevista / Juan Gabriel Vásquez / Escritor colombiano
"Hay historias que iluminan el pasado"
La novela es capaz de colonizar nuevos territorios de la realidad, dice Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973), que escribe “con un pie en el barro” de la historia. El autor suele partir de experiencias personales que derivan en ficciones que extienden las fronteras de la narrativa.
Luego de que una mujer le contó su vida, él narró Los informantes y, para explicar (se) la violencia terrorista que asoló a su país, tejió El ruido de las cosas al caer... pero también puede hilar 2 magnicidios: el de Rafael Uribe Uribe, en 1914, y el de Jorge Eliécer Gaitán, en 1948, y así reconstruir La forma de las ruinas, un libro que profundiza su “compromiso con el mundo de afuera”, esa manera humana de salir, explorar e interpretar lo real.
Maestro de la hibridación —incluso de la que ha usado en historias pasa-das—, Vásquez volverá al país para la Feria Internacional del Libro de Guayaquil después de haber visitado Ecuador hace seis años, cuando cosechaba las opiniones de la masa de lectores atraídos por el Premio Alfaguara, que fue suyo en 2010.
Usted tomó una frase de Gabriel García Márquez para hablar de una conspiración para asesinar a Jorge Eliécer Gaitán (1903-1948)...
Cuando leí las memorias de García Márquez, en 2001, me encontré con la confirmación de que el asesinato no fue responsabilidad de una persona solamente sino algo mayor, que todavía tiene secretos e involucra a más gente de la que nos ha contado la historia.
Un tío-abuelo mío era un político conservador de cierta importancia que fue testigo y participante indirecto de los hechos que siguieron a ese delito y los esfuerzos que hizo el gobierno colombiano por lidiar con sus consecuencias. Entonces, por razones familiares, crecí rodeado de versiones, historias y leyendas sobre la muerte de Gaitán. Un crimen que para Colombia es el equivalente del asesinato de Kennedy, en el sentido de que es un gran fantasma, el misterio, la gran conspiración no resuelta.
¿Hay mucha distancia entre el Gaitán real y las múltiples versiones que hay de su figura?
Es fascinante. Él habría contribuido a la construcción de un país mejor, más justo, probablemente, pero lo han convertido en un santo, una figura sagrada que no es. El gran interés sobre él también lo tengo en sus contradicciones, en el hecho de que era un populista y podía tener aspectos de demagogo, de vez en cuando. Era de izquierda, estaba comprometido con cierta idea de derechos civiles y libertades individuales pero, al mismo tiempo, el día antes de que lo mataran defendió a un militar que había asesinado a un periodista simplemente por escribir cosas que no le gustaban. Era un hombre lleno de sombras y eso es lo que muchos relatos de su vida no han podido o querido captar. Aunque la verdadera grandeza de un ser humano está en sus contradicciones.
¿Qué relación tiene con el pasado de su país ahora que se anuncia la era del llamado ‘posconflicto’?
Es personal, se trata de una relación que siento íntima y, hasta cierto punto, es como la de un investigador. Mis narradores tienen la misma posición que tengo frente a la violencia en Colombia, la de un inquisidor, si se quiere. Hay un lado autobiográfico también y, en La forma de las ruinas, traté de hacer una especie de balance de esta relación a través de los libros que he escrito. En el texto hay una evocación de los años en que estaba publicando Los informantes; después, de la época en que estaban naciendo mis hijas, una que coincidió con el final de Historia secreta de Costaguana.
¿El proceso de paz en Colombia deja espacio para la imaginación o apenas se está asimilando?
El éxito del posconflicto —todo lo que viene a partir de la firma de la paz y que no fue el final de nada sino un comienzo— depende de que los colombianos sepamos contarnos historias que iluminen lo que ha pasado en estos últimos cincuenta años, historias que sean capaces de dar todas las versiones. Contar historias, ya sea desde la literatura, el periodismo o cualquier otro medio, va a ser esencial para entender lo que ha pasado realmente y para que sigamos adelante.
¿Qué papel juega ahí la desesperanza de una parte de la población frente a la delincuencia?
Con el fenómeno del narcotráfico no puede haber un diálogo porque es un tema económico. Eso solo se solucionará mediante la legalización de la droga. Este problema es doble: de orden público, ligado al poder, la corrupción y la violencia; pero también es un problema de salud pública, lo cual está ligado al consumo. Defiendo la legalización porque le quitaría a las mafias el inmenso poder que tienen, uno que deriva de que la droga sea ilegal.
Intervenir en esto evitaría que tanto dinero esté en manos de la criminalidad y nos quedaríamos con el problema del consumo, que no es distinto del consumo de alcohol u otras sustancias legales que podríamos manejar con prevención y políticas públicas.
¿Las novelas en Colombia aún estarán definidas por lo real?
Es que la literatura siempre ha tenido una relación directa con el lado oscuro de nuestra realidad, con nuestras violencias en particular. Eso siempre ha sido así, desde La Vorágine (José Eustasio Rivera) publicada en los años veinte que empieza diciendo: “Jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia...”, pasando por Gabriel García Márquez o los novelistas de los años 60 —como Gustavo Álvarez Gardeazábal— o el que fuera. Siempre hemos tratado de explorar, entender y a veces de explicar la violencia, un fenómeno que ha acompañado la realidad colombiana casi ininterrumpida-mente desde que el país existe, entonces hay que preguntarse seriamente por las causas diversas de que eso suceda.
¿Ha pensado escribir una novela que eluda el compromiso social?
En mis novelas el compromiso es con la realidad, simplemente. Quieren explorar zonas conflictivas de nuestra experiencia desde un punto de vista que uno podría llamar moral en el sentido que lo hacía Isaiah Berlin (1909-1997), quien tiene un ensayo fantástico en el que habla de que, en su descubrimiento de los grandes novelistas rusos, se dio cuenta de que sobre ellos no le interesaba que reprodujeran un momento histórico determinado sino que se hacían preguntas morales. ¿Por qué hay sufrimiento, hay oprimidos, opresores?, ¿cómo lidiamos con el daño que nos hacen? Todas esas diferencias que hay entre lo que somos y lo que nos gustaría ser constituyen preguntas que van al corazón de lo que somos, de nuestros defectos como seres humanos y sociedades. Mis novelas están obsesionadas con estas preguntas y suelen explorarlas desde un punto de vista que podríamos llamar político, pero no hacen política, eso es distinto.
En la Feria del Libro de Bogotá de 2014, un asistente rompió un ejemplar de La sociedad del espectáculo, de Mario Vargas Llosa, mientras conversaba con usted. ¿Qué piensa de eso?
Le pasa con frecuencia a Vargas Llosa, pero eso es algo que a muchos nos pasa. En ese momento, se lo tomó a broma. No hay manera de hacer algo distinto. Fue una experiencia interesante. (I)
La forma de las ruinas
La quinta novela del escritor bogotano reúne sus obsesiones narrativas.