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Ecuador, 22 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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“Hay algo que no se dice, entre nosotras”

Después de su participación como actriz y protagonista en “Adulterios”, Montse Serra vuelve a dirigir, esta vez con la puesta en escena de “Las cosas no dichas” de Tennessee Williams. Una rosa descansa solitaria en la mesa de una sala que está ambientada en la década de los 30, donde descansa también un gramófono afectado y un teléfono imponente. Permanece ahí la rosa, sin ser nombrada, como si no existiera, porque no tiene palabras con qué reclamar. Hasta que su presencia se vuelve “inminente”.

Y es ese el tono en que se desenvuelven las protagonistas de esta obra: Cornelia Scott (Martha Ontaneda) y Grace Lancaster (Frances Swett): una constante tensión. Son ya 15 años que llevan viviendo en la misma casa; es que Grace trabaja para Cornelia, es su secretaria personal, y atiende sus asuntos, está ahí para aliviar sus preocupaciones, que ahora se centran en una reunión que le interesa mucho, pero a la que ha decidido no asistir, acaso por miedo, acaso porque no quiere codearse con “mujeres que no alcanzan una primera fila”.

Se lamenta Cornelia por su situación: espera una llamada importante en que le informarán si al fin ha sido elegida regente de la Sociedad de las Hijas de la Confederación -no es menos lo que puede aceptar-, el día que se cumplen precisamente los 15 años de la llegada de Grace a su casa.

Hay algo en la interacción: la potencia de la voz de Ontaneda domina fácil a la dócil Grace, de voz suave y expresión resignada. Lleva una cara que solo de ver genera vacíos, preguntas, hasta genera un desasosiego lastimero.
Escrita en 1958, bajo el nombre de “Something Unspoken”, la obra es una de las menos conocidas del dramaturgo Tennessee Williams, autor de la popular “Un tranvía llamado deseo”, y polémico personaje por su abierta homosexualidad, lo que le valió quedarse en casa cuando Estados Unidos entró en la Segunda Guerra Mundial. Y esa actitud de irreverencia y de exposición se constata en “Las cosas no dichas”,  una crítica amarga, que deja una sensación de impotencia.

El teléfono suena, las noticias corren, y en una sucesión de agrios comentarios, se sueltan las lenguas, se dicen las cosas, pero no todas. Y mientras la ira de Cornelia va en aumento (¿porque no recibe noticias?), Grace rehúye, impotente, a las cuestiones que le son planteadas por su jefa, con quien ha desarrollado una relación de poderes en que las órdenes son “solo peticiones”, pero son ley.

Suena el teléfono, irritante. “Siempre ocurre cuando casi se dice algo entre nosotras”, dice Cornelia, mientras Grace huye hacia el gramófono, dorado, para colocar una canción que le permita alejarse un poco más del momento en que tendrá que decir aquello. Evidente es que no podrá ser para siempre.

La rosa no puede ignorarse más. Hay 14 más. Una por cada año que ha pasado desde el día en que llegara Grace a esa casa que destila poder. En un momento de indignación por las llamadas que recibe, Cornelia se lo recuerda a Grace.

Y la proxémica se estrecha, se desequilibra el decoro. Habla Cornelia con nostalgia. Se acerca, posa una mano sobre la pierna de su compañera. Ya la duda es insoportable: Qué ha pasado en todos esos años entre estas dos, que deben aguardar a que su criada no esté en la casa para poder, ni siquiera hablar, tan solo intentarlo, en una relación de decir sin admitir, de presionar sin revelar, de un orgullo que extienden -al menos Cornelia- a los otros escenarios en que vive su vida.

Parece que las cosas van a decirse entre estas mujeres que han envejecido distinto, cuyo color de sus canas las delata y caracteriza como seres humanos distintos: “Las tuyas son grises como el acero, las mías blancas como telarañas”, dice Grace, dueña de un semblante que se rompe ante el de Cornelia, al que se enfrenta con un temor que se ha salpicado de dignidad. “No he pegado un ojo en toda la noche”, dice Cornelia. Ya todos hemos olvidado las elecciones de la nueva regente de las Hijas de la Confederación.

En esas contradicciones se mueve la obra, una lucha  de identidades que es íntima y a la vez compartida; las ganas de figurar y gobernar, sin querer asumirlo, pretendiendo que no es importante. Contradicciones propias de la época y los espacios. “Las cosas no dichas” se presenta hoy y mañana, en el horario de las 20:00, en la Sala Experimental de la Sociedad Femenina de Cultura Teatro Centro de Arte. (El valor de la entrada es  $ 20).

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