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Gustavo Becerra: el revolucionario indoblegable

Gustavo Becerra: el revolucionario indoblegable
18 de diciembre de 2013 - 00:00

Natural de Esmeraldas, Gustavo Becerra Ortiz había nacido el 1 de mayo de 1900. Vivió sus primeros años en la población norteña de Borbón, donde realizó sus estudios primarios, en tanto que para cursar la secundaria se radicó por un tiempo en Guayaquil: serían estos también sus primeros años de formación política e ideológica, en el contexto de una ciudad-puerto en el que de manera cada vez más acelerada y abierta fluían las ideas radicales y transformadoras.

Cuando retornó a Esmeraldas, en 1918, Gustavo Becerra comenzó a escribir en el periódico revolucionario El Iniciador, fundado un año antes por Carlos Manuel Bastidas. Entre otros tuvo como colaboradores a José Otilio Ramírez Reina, Benigno Checa Drouet, Fidias Bueno y Ramón Chiriboga Ramírez. El tono crítico y satírico de sus artículos y su activismo social pronto le valieron la enemistad del intendente Pedro Ycaza, quien le mandó a propinar una paliza, bautizándolo de ese modo en la combativa prensa política.

Entre 1922 y 1925 trabajó en la construcción del ferrocarril San Lorenzo-Ibarra, mientras enviaba colaboraciones a los periódicos Bandera Roja y El Clarín, ambos fundados por Carlos E. Portés Pallares, unos de los principales introductores del pensamiento comunista en Esmeraldas. En 1926 contrajo matrimonio con la colombiana Tomasa Ortiz, con quien tuvo dos hijos, y en Borbón fue designado por un par de años gerente de la filial de una agencia norteamericana dedicada a la exportación de tagua, caucho y otros productos.

En 1928 adquirió un conjunto de equipos tipográficos para poner en marcha El Correo, semanario que con la divisa “Una Esmeraldas mejor” se constituiría en uno de los periódicos más destacados de esta provincia y con una trascendencia incluso nacional. Desde un principio fue un medio dedicado a atacar a la clase gobernante esmeraldeña, denunciando actos de corrupción, fraude electoral y todo tipo de abusos por parte de los poderosos. También se caracterizó por su defensa de la lucha antiimperialista comandada por Augusto C. Sandino en Nicaragua. En poco tiempo El Correo aumentó sus ventas, pero tantas denuncias no podían pasar desapercibidas, por lo que ese mismo año fue atacado en plena calle por el jefe del batallón Imbabura acantonado en la ciudad de Esmeraldas.

En torno a Becerra se agrupó el equipo intelectual más valioso de la Esmeraldas de aquellos años, contando con algunos colaboradores de un intenso activismo político. En El Correo participaban así José O. Ramírez Reina, Arcelio Ramírez Castrillón, Nelson Estupiñán Bass, Bolívar Ángel Drouet, José y Tácito Ortiz Urriola, Carlos Manuel Bastidas y los hermanos Pedro y Juan Antonio Checa Drouet. Junto a ellos, se destacaron dos militares de amplio prestigio y ascendiente predicamento político como el coronel Rafael Palacios Portocarrero y el capitán Simón Plata Torres. Por último, también colaboraron Francisco Ferrandis Albors, periodista y crítico literario español de orientación socialista, y Ricardo Paredes, con quien fundaría la primera célula comunista en Esmeraldas.

Varios de los articulistas serán perseguidos, encarcelados, despedidos de sus empleos, apaleados y amenazados de muerte, sin que el periódico modifique su línea crítica y sin concesiones contra la clase política esmeraldeña. Al impedirse por la fuerza el embargo de las instalaciones del periódico, el intendente de la ciudad apeló a medidas extremas: durante un largo y oportuno apagón, un grupo de policías vestidos de civil ingresó en los talleres, destruyendo la imprenta y arrojando al río sus piezas más importantes. Al conocerse la noticia, las movilizaciones populares no se hicieron esperar y ya por la tarde las protestas fueron reprimidas a tiros y a punta de sablazos. Con todas las dificultades del caso, y abocado por entero a la reparación de la maquinaria dañada, Becerra pudo reponerse casi de inmediato: el éxito creciente de El Correo posibilitó que a partir de inicios de 1929 se publicara dos veces por semana.

La profundización del tono crítico motivó que en abril de 1930 la publicación de un artículo firmado con seudónimo causara malestar entre los oficiales del batallón Imbabura: por sorteo fueron designados tres oficiales para que consiguieran la retractación de Becerra y el nombre del articulista, a lo que el periodista se negó rotundamente. Sin resultados en esta gestión, el paso siguiente fue retar al dirigente comunista a un duelo con un oficial ya designado para ello. Becerra se negó a participar por estimar el desafío un “residuo trasnochado de épocas pasadas”. El duelo tomó una amplia repercusión pública y solo la negativa rotunda del periodista impidió que finalmente se realizara.

En junio de 1930 visitó Esmeraldas el presidente de la República, Dr. Isidro Ayora, quien no perdió ocasión para fustigar a Gustavo Becerra y a sus colaboradores, posibilitando de ese modo peores actos de violencia contra los integrantes del colectivo periodístico de El Correo: no solo se acrecentaron los allanamientos contra sus domicilios, sino que se los encarceló de manera reiterada. El periódico no tardó en atacar al intendente de Esmeraldas, quien respondió con mayor represión, en una política de expulsiones, deportaciones y detenciones que llevó a prisión a Becerra y a Ricardo Paredes. Como todas estas medidas no fueron suficientes para frenar las protestas de los esmeraldeños, también se organizó un escuadrón de la muerte con la participación de algunos militares.

En 1930, al ser convocado como primer suplente en la lista para diputados, Gustavo Becerra accedió a una banca parlamentaria. Al retornar desde Quito en enero de 1931 fue detenido para ser conducido a la cárcel, violando así las leyes de inmunidad parlamentaria. Cuando intentó escaparse, el oficial a cargo dio la orden de asesinarlo, aunque las balas no lograron impactar en su cuerpo. Becerra decidió entregarse y al siguiente día se pretendió inculpar al dirigente comunista de un supuesto plan para atentar contra la vida del presidente Ayora. Ante la presión popular, y sin encontrar ningún vestigio de dicho complot, Becerra fue liberado a los tres días de su detención.

El clima político en Esmeraldas fue de alta inestabilidad, al punto que en muy poco tiempo se produjeron dos reemplazos sucesivos de gobernadores. Al enterarse por parte de un agente de policía que había planes para asesinarlo en la vía pública, sus propios amigos y colegas se turnaron como guardaespaldas para resguardar su vida. Sin embargo, a principios de 1932 y en medio de la noche, dos tiros furtivos de escopeta impactaron en sus piernas: mientras un grupo de vecinos se dedicó a la búsqueda desesperada del autor del atentado, otro grupo llevó a Becerra a un consultorio médico donde consiguieron salvar su vida. En tanto que en mayo del mismo año, otro atentado, en este caso, una puñalada dirigida al cuello pero que alcanzó a ser desviada al brazo derecho, convirtió a Becerra en víctima de un nuevo intento de asesinato.

Las presiones políticas obligaron a Gustavo Becerra a dejar de publicar El Correo en junio de 1932, si bien este medio fue inmediatamente reemplazado por El Machete, cuyo lema era “No dejar títere con cabeza”. Al poco tiempo le siguió El Esperpento, que duró hasta 1933, cuando una vez más sufrió, a plena luz del día, la rotura del taller gráfico a manos de policías vestidos de civil, quienes arrojaron al río varias piezas y máquinas. El propio Becerra buceó y junto con la ayuda de varios colaboradores y vecinos pudo recuperar la mayor parte de la maquinaria afectada. Una vez más, se organizaron manifestaciones para protestar por el abuso y fueron disueltas a bala. Mientras tanto, en el período legislativo 1932-1934 Becerra fue primer suplente en la lista de candidatos a diputados nacionales, y decidió radicarse en Quito, en donde instaló una pequeña librería en la zona céntrica.

En 1940 fue elegido diputado por la provincia de Esmeraldas y fue desde su banca un duro opositor contra el presidente Carlos Arroyo del Ríos, quien llegó a ofrecerle una embajada para acallar sus críticas. Cuatro años más tarde, su permanente espíritu de lucha y su arriesgado activismo fueron recompensados cuando se le ofreció el cargo de secretario general del Partido Comunista Ecuatoriano, en momentos difíciles para el país, cuando arreciaban las protestas contra el gobierno. Becerra participó en la Alianza Democrática Ecuatoriana, espacio desde donde intervino el 28 de mayo de 1944 en el movimiento revolucionario conocido como la Gloriosa, que terminaría derrocando a Arroyo del Río.

Convertido en uno de los máximos referentes de la Asamblea Constituyente de 1945, Gustavo Becerra fue incluso designado para entregarle la banda presidencial al nuevo mandatario, el Dr. José M. Velasco Ibarra. Sin embargo, después del golpe dictatorial del nuevo gobierno el 30 de marzo de 1946, decidió abandonar la vida política renunciando además a intervenir de allí en más en la vida pública ecuatoriana.

Sus años posteriores estarían marcados por su viudez y por un nuevo matrimonio, así como por la construcción a mediados de los 50 de un hotel en la ciudad de Quinindé. En 1972 y por prescripción médica se radicó en la ciudad de Esmeraldas debido a una afección cardíaca de larga data. En 1974 la Federación Provincial de Periodistas le tributó un homenaje y en la sesión solemne del 5 de agosto de 1975 el Cabildo de Esmeraldas lo reconoció como “Hombre Ilustre”, otorgándosele un pergamino de manos del jefe de Estado Gral. Guillermo Rodríguez Lara.

Gustavo Becerra falleció en la madrugada del 12 de abril de 1976: sus honras fúnebres se llevaron a cabo en el local de la Federación Provincial de Trabajadores. Los honores del Partido Comunista estuvieron a cargo de Nela Martínez y en el cementerio fue despedido por Ricardo Paredes. A su sepelio concurrió toda la ciudad y fueron los oficiales del batallón Montúfar quienes condujeron su féretro, en tanto que la tropa le tributó las más altas honras militares.

Quizá haya sido el prestigioso político, educador e historiador Julio Estupiñán Tello quien mejor describió a este dirigente revolucionario al decir que “la obra de Gustavo Becerra no es, esencialmente, obra cuantitativa; no se la puede medir en metros ni pesar en quintales. Gustavo fue un hombre de ideas, un apasionado de la justicia, un hombre de principios y por ello luchó siempre, exponiendo su vida en forma desinteresada, sin pasajeras recompensas que halagaran su vanidad o incrementasen sus recursos económicos, de suyo siempre escasos”.

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