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Ecuador, 22 de Enero de 2025
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El Telégrafo
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Fue asesinado en 1935 por las tropas de fulgencio batista

Guiteras y la memoria del socialismo cubano (II y final)

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Probablemente, Antonio Guiteras (1906-1935) no goza del reconocimiento que le corresponde como una de las fuentes ideológicas del socialismo democrático en Cuba.

El proyecto de Guiteras debió enfrentarse en su hora a una sorda batalla sobre su legitimidad socialista y revolucionaria.

Todavía algunos sitúan su programa más cerca de la reforma que de la revolución, y más centrada en las ideas del antimperialismo que del socialismo.

Sin embargo, su programa político, desde el ‘Manifiesto al Pueblo de Cuba’ (1932), hasta el plasmado en el ‘Programa de Joven Cuba’ (1934), pasando por sus declaraciones mientras fue ministro del conocido como ‘Gobierno de los Cien Días’ (septiembre de 1933-enero de 1934), es de inequívoco perfil socialista.

Ese programa aseguraba: “Para que la ordenación orgánica de Cuba en Nación alcance estabilidad, precisa que el Estado Cubano se estructure conforme a los postulados del Socialismo. Mientras, Cuba estará abierta a la voracidad del imperialismo financiero”.

Asimismo, dicha plataforma se proponía organizar la escuela de forma exclusiva por el Estado, crear la Banca Nacional bajo control estatal, crear formas cooperativas de producción, nacionalizar o municipalizar los servicios públicos, estimular la pequeña industria y fomentar otras nuevas, socializar la producción de las fincas del Estado mediante un sistema de planificación, ejecutar la Reforma agraria, establecer la función social de la propiedad, ampliar los servicios de sanidad a los menesterosos y los no pudientes, abaratar sistemáticamente la vida, declarar la igualdad civil, económica y política de la mujer, garantizar la representación de las fuerzas productoras en el gobierno tanto nacional como municipal, decretar la amnistía para todos los sentenciados por cuestiones político-sociales u obreras, realizar el inventario jurado de lo que cada funcionario público poseyese al comenzar el servicio a su cargo, entre otros propósitos propios del socialismo.

La comprensión sobre la naturaleza de su ideario político tenía como trasfondo la pugna entre las corrientes del comunismo stalinista, del trotskismo, del socialismo y del anarcosindicalismo, tendencias actuantes en el campo político cubano en dicho lapso.

Al mismo tiempo, Guiteras se situaba dentro del contexto de la política del New Deal, de Roosevelt y de la pretensión soviética de sostener una relación distendida con los Estados Unidos, en las condiciones de obediencia que Stalin había fijado a los partidos comunistas a través de la III Internacional.

Dentro del espectro de las fuerzas revolucionarias, el Gobierno de los Cien Días fue defendido, entre otros, por el Partido Bolchevique Leninista (PBL) y Defensa Obrera Internacional (DOI), que eran de filiación trotskista, y por sectores que con esa inspiración cohabitaban dentro del Ala Izquierda Estudiantil (AIE) y de la Federación Obrera de La Habana (FOH), mientras que fue combatido con denuedo por la Confederación Nacional Obrera de Cuba (CNOC) y el (I) Partido Comunista de Cuba (PC), ambos bajo la imaginación del marxismo soviético.

El PC, subordinado al Buró del Caribe de la III Internacional, embarcada esta en la búsqueda de una relación con los Estados Unidos que al mismo tiempo prestara reconocimiento a la Unión Soviética, debía chocar con las ideas de Sandalio Junco, que había proclamado su propósito de rescatar al Partido del proletariado cubano de las “nocivas influencias stalinistas del tercer período”, así como, entre otros, con las de Marcos Villarreal (líder de la tendencia trotskista del Ala Izquierda Estudiantil).

Mientras Junco había llegado a la conclusión de que el régimen de Stalin era una “dictadura sobre el proletariado”, el PC aspiraba a la instauración en Cuba de un régimen análogo a una República Federativa Socialista Soviética.

El único estudio publicado en Cuba en las últimas décadas sobre el trotskismo cubano, de Rafael Soler, argumenta que esa tendencia no representaba un proyecto más acabado para Cuba que el enarbolado por el PC —y aclara cómo su línea también resultó sectaria en la fecha–, pero explica la correcta comprensión de aquel sobre la naturaleza del Gobierno de Guiteras y cómo supo leer con acierto la correlación de fuerzas existentes en Cuba, y las causas esenciales de sus problemas.

Ciertamente, el PC no podía apoyar al gobierno Grau-Guiteras que, al tiempo que promulgaba la legislación social, masacraba —de la mano entusiasta del Ejército dominado por Fulgencio Batista— manifestaciones obreras, y decretaba la sindicalización gubernamental y el arbitraje obligatorio del Estado, mientras excluía a los jóvenes extranjeros de la dirección de los sindicatos, a los obreros agrícolas de la jornada de ocho horas y hacía aumentar el salario a los trabajadores en un por ciento que el PC no consideraba como una “solución real”.

En esas condiciones, al Partido le resultaba imposible suscribir el programa de Guiteras, pero cometió un error grave: combatir a su gobierno, y a los “renegados Junco y Villarreal”, con la misma fuerza con que Guiteras combatía contra el imperialismo norteamericano.

En su lugar, el PC calificó a Guiteras de “traidor a la Revolución”. Al fin, en enero de 1934, las “clases económicas” cubanas y la embajada norteamericana fraguaron el golpe de Estado que depuso al Gobierno de los Cien Días.

Como resultado de una evolución específica de circunstancias históricas, que no cabe tratar aquí, y que es la crónica de la compleja relación entre la Revolución cubana de 1959 y la Unión Soviética, el protagonismo adquirido por la línea representada por el PC no solo llevó al olvido a corrientes como el “junquismo”, y al anarcosindicalismo previo de Alfredo López —a quien Julio Antonio Mella consideraba su maestro—, sino que otorgó prevalencia a un tipo de valoración sobre Guiteras y sobre la Revolución del 30.

Aún hoy, esa Revolución continúa siendo la más desconocida de las revoluciones cubanas.

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