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El Telégrafo
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Gilberto Gil rindió un tributo musical a sus maestros

Gilberto Gil rindió un tributo musical a sus maestros
11 de septiembre de 2012 - 00:00

El músico, el político, el pensador, el artista Gilberto Gil, fundador de uno de los movimientos culturales más importantes del siglo XX, el Tropicalismo, hizo dos recitales en Quito el último fin de semana. El primero, un encuentro privado, con invitados especiales, autoridades y periodistas, y el segundo, un concierto espontáneo, sincero, en el que la interacción con el público que sí pagó por su entrada, desató profundas emociones, tanto en las butacas como en el escenario.

Sencillo y honesto en los dos recitales, Gil recibió el sábado, de parte del alcalde de Quito, Augusto Barrera, el título de Huésped Ilustre de la Ciudad. Luego de agradecer el reconocimiento, con cierta seriedad en su semblante, arrancó el Concierto de Cuerdas y Máquinas de Ritmo, cumpliendo profesionalmente con el protocolo impuesto por la organización, como si quisiera que la formalidad del acto terminara con música.

El domingo fue otra cosa: el mismo cantautor, sencillo como siempre, llevaba en su rostro una sonrisa relajada y el paso de sus siete décadas ya no era rígido como el de la víspera. El público llegó al Teatro Sucre con puntualidad y llenó las butacas expectante.

Sobre una plataforma romboide en el centro del tablado, una silla esperaba a que el compositor de Tempo Rei, A novidade o Expresso 2222  saludara al auditorio con una venia solemne y sus dos manos atadas detrás, escondiendo la derecha esas largas uñas de guitarrista de toda la vida.

11-9-12-_cultura- gilerto-gilConcierto de cuerdas y máquinas de ritmos es un tributo que Gil ofrece a sus referentes más importantes. La concepción del repertorio así lo demuestra. Arrancó con la canción que da nombre al recital y a la gira: Máquina de ritmo. A su derecha, en el extremo, el guitarrista Bem Gil, hijo de Gilberto, paseaba sus dedos sobre el diapasón con agilidad y oportunidad, mientras a su lado tocaban Nicolas Krassik, al violín, y el gran chelista de Caetano Veloso, Jaques Morelenbaum. A la izquierda de Gil, Gustavo De Dalva lucía rodeado de cajas, platillos, pandeiros y demás accesorios que componían la máquina rítmica.

Eu vim da bahía, Domingo no parque y Estrela fueron parte de un segmento inicial en el que el artista se ubicó: su lugar de origen, sus espacios y sus tiempos naturales, el amor y las ausencias…  Luego llegó el primer homenaje con Alapala (mito de Chango), que hace alusión al orishá dueño de los tambores, de la danza y la música, según la religión yoruba. “Hijo de Changó era y siempre será Dorival Caymmi”, dijo, enseguida, un Gilberto Gil que -de vez en cuando- oteaba entre la fuerza de la luz de los cañones para distinguir los rostros de los presentes.

El siguiente “maestro” fue Antonio Carlos Jobim. “El maestro Dorival era una referencia para este otro maestro”, afirmó, con el tono grave de cuando habla y hace suponer que jamás podría llegar a los tonos agudos de sus coros.

Dorival y Tom están muertos. Y esos nombres fueron la antesala para el que fue, quizás, el momento más emotivo de la noche, el dedicado a la muerte. O talvez se deba hablar, con la justicia del caso, de la Muerte que habitan esos grandes nombres. Los largos dedos golpeteando un ritmo contra la caja de la guitarra, la luz mínima clavada sobre la coronilla del artista y su voz, baja, gravísima, recitando: “Não tenho medo da morte / mas sim medo de morrer / qual seria a diferença / você há de perguntar / é que a morte já é depois / que eu deixar de respirar / morrer ainda é aquí / na vida, no sol, no ar / ainda pode haver dor / ou vontade de mijar…”. (No tengo miedo a la muerte pero sí miedo a morir. Cuál será la diferencia, te has de preguntar: es que la muerte ya es después de que yo deje de respirar, morir todavía es aquí, en la vida, en el sol, en el aire; aún puede haber dolor o voluntad de mear…).

Hubo tiempo para ahondar en este ambiente con una aparente ruptura del guión, cuando las grandes manos de Gil  monearon las clavijeras de su guitarra mientras tarareaba, como afinando, tonos con sus dos cuerdas vocales. Morelenbaum apareció debajo de un haz de luz blanca para peinar las cuerdas del chelo y hacer sonar Lamento sertanejo, en una ejecución intimista, confesional.

El tributo citó después a Luiz Gonzaga, símbolo de la música popular del Nordeste de Brasil, antes de interpretar Juazeiro. Un subidón necesario que, además, hizo uso de sutiles efectos sonoros en las cajas de ritmo. El violín de Krassik era un bicho luminoso descuartizándose sobre la partitura y el pandeiro, otra vez, protagonizaba el set percusivo.

119-12-_cultura-gilerto-gilPara presentar Futurivel, Gil recordó su estadía en prisión, en 1968, cuando logró que un sargento le consiguiera una guitarra con la que compuso cuatro canciones, esta entre ellas. El público sentía, delirante, la trascendencia de  ver actuar en vivo al único tropicalista que ha llegado al Ecuador, y lo demostraba con aplausos apasionados, gritos...

El siguiente tributo fue para Jimmi Hendrix, con quien junto a Caetano estuvieron en la isla británica de Wight, una semana antes de su muerte. Para el guitarrista estadounidense dedicó Up from the skies, en una versión que mimetizó al rock, al bossanova y al blues.

“Una vieja canción mexicana”, fue la presentación del bolero de Osvaldo Ferres Tres palabras, que precedió a otra presentación simple que anunciaba el regreso de la tierra de los Muertos a la de los Vivos: “Caetano Veloso”, dijo, simplemente, antes de tocar Panis et circensses, composición hecha por los dos entrañables amigos, que arranco una bulliciosa respuesta de los presentes.

Lo que siguió después fueron dos de sus clásicos: Oriente y Expresso 2222, como para dar la posta a los coros de la gente y dejarse emocionar, lanzar besos volados y reír, con el puño hacia arriba y la fuerza de un contemporáneo de su hijo Bem, con los brazos extendidos para dirigir las voces de la audiencia antes de cantar Andar com fé. Y lo predecible: el bis. Tres canciones entre las cuales sonó Chiclete com bananamás aplausos y silbidos y un Bob Marley omnipresente, como siempre.

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