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El Telégrafo
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Fotos revelan la conexión entre humano y naturaleza

Gráficas del libro Galápagos mi viaje inolvidable, del fotógrafo ecuatoriano Iván Lasso. El 90% de la obra son fotos y el 10% textos en inglés.
Gráficas del libro Galápagos mi viaje inolvidable, del fotógrafo ecuatoriano Iván Lasso. El 90% de la obra son fotos y el 10% textos en inglés.
Fotos: Cortesía
09 de junio de 2018 - 00:00 - Redacción Cultura

Galápagos cautiva y fascina. Su nombre atrapa a propios, extranjeros y científicos, no solo por su historia sino por ser laboratorio para el desarrollo de investigación, conservación, estudios sociales y turismo.

Galápagos guarda buenas historias y una que destaca es la de la familia Wittmer, que no le pide ningún favor a una película de aventura o paisajes paradisíacos de Disney.

El inicio de esta historia de la vida real se remonta a los años 30, cuando la comodidad de Europa empezó a convulsionar con los vientos de guerra. En ese escenario una familia alemana dejó su país y llegó a Floreana. Habían leído que era una de las pocas islas que tenía vertiente de agua y eso aseguraba su sobrevivencia.

Heinz Wittmer y Margaret Walbroel fueron los esposos que, en 1931, se radicaron en esta inhóspita y alejada isla, al otro lado del mundo. Llegaron con el mínimo de pertenencias, pero con un gran “atado de sueños” y, a su vez, de incertidumbre al no saber qué les deparaba la vida.

Sin ayuda médica, al interior de una cueva (en la parte alta de la isla), Margaret alumbró a sus hijos Rolf (el 1 de enero de 1933) y Floreana. Les acondicionó un hueco como “cuna”. El lugar aún existe y es atracción turística.

Rolf vivió su infancia en esa morada. A diferencia de los niños del continente, creció con limitaciones materiales propias del entorno. Desde su corta edad aprendió a trabajar en el campo y en la pesca, luego se convirtió en el pionero del turismo local.

“¿A dónde íbamos a ir si no teníamos a nadie”, resaltó Rolf cuando, con los años, sus amistades le preguntaban qué hacía, en qué se entretenía, a dónde iba. Este autodidacta y emprendedor, a quien le gustaba que le dijeran “Capitán”, se convirtió en el primer niño registrado en Floreana. Falleció en 2011, a la edad de 78 años, a consecuencia de cáncer de pulmón.

A esa isla los ecuatorianos la conocen como Floreana, los bucaneros como “Charles” y los españoles como “Santa María”.

Como cuentan quienes conocen la historia de Galápagos, entre ellos las nuevas generaciones de los Wittmer y amigos de la familia como Aldo Salvador, actual director ejecutivo de la Cámara de Turismo de Pichincha, esta isla ha visto a Fray Tomás de Berlanga dar misa; a balleneros nórdicos exterminar la población endémica de tortugas; a empresarios noruegos morir de hambre y desilusión; y a reos ecuatorianos condenados a luchar y matarse entre sí.

Son 173 km2 con una historia escalofriante, pero a su vez apasionante. Desde el siglo XVI hasta el siglo XX Floreana fluctuó entre poblada y desierta. El optimismo y las tragedias marcaron las épocas. Allí llegaron y tiempo después desaparecieron, murieron o se marcharon personajes como el dentista y filósofo alemán Friederich Ritter y su amante Dore, quien abandonó a su marido para huir con él; y Eloise Wehrborn de Wagner-Bousquet, alias la “Baronesa”, con sus tres amantes: Valdivieso, Lorenz y Philippson.

En ese escenario, una regla mantenía la paz en la isla: nadie se entrometía en las cosas del otro, hasta que la “Baronesa” se proclamó “Emperatriz de Floreana” y se otorgó atribuciones para revisar e incautar correspondencia y apropiarse de bienes.

Antes y ahora todo sigue siendo un entorno mítico que fascina a la prensa y a fotógrafos como el ecuatoriano Iván Lasso, quien vive en EE.UU., pero ha visitado 20 años Galápagos y ha atrapado gráficamente parte de su historia y riqueza natural.

Lo plasmó en casi 200 fotos que constan en su libro Galápagos, mi viaje inolvidable, que se presentó en Quito. Su venta servirá para recaudar fondos y financiar el estudio de los niños de la escuela Amazonas, que en sus inicios funcionó bajo un árbol de algarrobo, que hasta ahora vive en Floreana. Allí años atrás impartió clases el poeta cuencano Efraín Jara Idrovo. También solventará la beca de un joven habitante. (I)

Desde la derecha Iván Lasso, autor de Galápagos mi viaje inolvidable; Santos Moreno, becario de la Fundación, y los hermanos Wittmer. 

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