Fuera de su país yacen los autores latinos
Si se cumple la voluntad de Carlos Fuentes y sus cenizas son enterradas en París, otro grande de la literatura latinoamericana descansará para siempre en suelo extranjero, como Borges, Asturias, Cortázar, Onetti, Vallejo y Cabrera Infante.
La lista de escritores latinoamericanos que por el azar, su propia voluntad o circunstancias políticas o de otro tipo duermen el sueño eterno lejos de sus países es larga, y París parece ser la ciudad favorita de los literatos también en la muerte.
Fuentes, fallecido el 15 de mayo en México, dejó todo arreglado para que sus restos una vez incinerados sean enterrados en el cementerio parisino de Montparnasse, en la misma tumba que están dos de sus tres hijos y en la que está grabado desde hace tiempo su nombre y el de Silvia Lemus, su viuda.
El nombre del autor de Aura, uno de los principales exponentes del “boom” literario latinoamericano, se sumará a los de Charles Baudelaire, Guy de Maupassant, Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Samuel Beckett, Eugene Ionesco y César Vallejo, por citar solo a varios de los escritores incluidos en la lista de celebridades del cementerio inaugurado en 1824.
Su competencia, el cementerio del Père-Lachaise, el más grande de París, abierto en 1804, también tiene de qué presumir: Honoré de Balzac, Albert Camus, Oscar Wilde, Marcel Proust y el Nobel 1967, el guatemalteco Miguel Ángel Asturias.
Aunque, según sus biógrafos, alguna vez dijo que su deseo era morir en París, en el mismo sitio que su admirado Oscar Wilde, Jorge Luis Borges falleció en Ginebra y allí yace en una tumba con la inscripción en anglosajón “An ne forthedon na” (Y que no temieran), símbolos galeses y una nave vikinga.
Enfermo de cáncer, Borges se retiró a la ciudad que consideraba una de sus “patrias” para “descansar en paz”, según su viuda, María Kodama, con la que se casó por poderes en 1986, el mismo año de su muerte.
En 2009 hubo un intento de repatriar sus restos al cementerio de la Recoleta en Buenos Aires, pero Kodama se opuso de plano con el argumento de que la última voluntad del autor de El Aleph era ser sepultado en el pequeño camposanto ginebrino de Plain Palais.
Otro grande que no tiene sepultura en su propio país, aunque tampoco en otro, es el uruguayo Juan Carlos Onetti, muerto en 1994 en Madrid, donde se exilió en 1975 a causa de la dictadura, quien fue incinerado de acuerdo a sus deseos.
La oferta del Gobierno para repatriar sus cenizas a Uruguay no cuajó, pero sí volvieron más de 3.000 documentos de su archivo personal, que fueron donados en 2007 por su viuda, Dorotea Muhr.
Muhr dijo en su día que no había llevado a Uruguay las cenizas, porque el autor de El Pozo creía que al morir terminaba todo.
Julio Cortázar era argentino, pero nació en Bruselas y está enterrado en París, concretamente en el cementerio de Montparnasse, donde se depositarán las cenizas de Fuentes, quien era mexicano pero había nacido en Panamá.
El autor está enterrado en una tumba con dos lápidas simétricas, junto a su última esposa, la canadiense Carol Dunlop que falleció en 1982, dos años antes que él.
El caso del cubano Guillermo Cabrera Infante, autor de Tres tristes tigres, guarda parecido con el de Onetti. Murió en Londres en 2005, cuarenta años después de haber roto con la Revolución Cubana y pedido asilo en el Reino Unido.