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Francisco Sosa cabalga con la identidad

Para tomarse una fotografía con el caballo del escultor, las personas tenían que pagar un dólar. Muchos hasta se subieron en la efigie.
Para tomarse una fotografía con el caballo del escultor, las personas tenían que pagar un dólar. Muchos hasta se subieron en la efigie.
Foto: Gerónimo Altamirano / ET
04 de agosto de 2019 - 00:00 - Gerónimo Altamirano

Un caballo multicolor cabalgó desde el barrio La Ronda, de Quito hasta El Fortín de Las Peñas, de Guayaquil. Su presencia llamó la atención de grandes y chicos que transitaban en esa zona turística, a pocos metros de la calle Numa Pompilio Llona, donde los artistas de caballete aprovechan las fiestas para vender sus paisajes. 

A lo lejos parecía brillar con el sol que abrasaba la tarde porteña, en plena fiesta por sus 484 años de fundación española. De cerca el quiteño Francisco Sosa hacía una reflexión sobre la vida y su entorno plasmada en el dorso del potro desde el realismo mágico.

Para este escultor de 46 años, el caballo simboliza la identidad de la cultura ecuatoriana, cimentada por el chagra andino y el montuvio costeño. Hombres que salen todas las mañanas a recorrer el pastizal de los valles y pampas de nuestra geografía.

La escultura tallada con fibra de vidrio, de 1,80 metros de altura, está cubierta con varias capas de colores, donde el azul y el verde se imponen para formar una iguana y un colibrí, especies simbólicas de la fauna ecuatoriana.

Esta llamativa composición forma parte del arte naíf, aquella corriente desarrollada en la Francia de finales del siglo XIX y que aprendió de Gonzalo Endara Crow (1936 - 1996), su maestro y mentor, con quien tuvo contacto apenas siendo un adolescente.

“El maestro Endara es considerado el padre del naíf en Ecuador. Toda su obra era prueba viviente de cómo el realismo mágico se podía adentrar en la sociedad a través de su calles, plazas y parques. El dejó varias esculturas como testimonio de su vida artística”, agrega.

El Colibrí del cantón Rumiñahui o el mural El Ferrocarril que engalana la fachada del Centro Comercial Plaza Mayor, al norte de Guayaquil, forman parte de los trabajos que Endara dejó al deleite visual de los ecuatorianos.

Recuerda que en una de sus primeras exposiciones en México sobre indigenismo, su mentor estaba exponiendo en una galería ubicada a pocos metros de la suya.

“Él fue a ver mis obras. Yo no estuve en ese momento, pero la encargada me dijo que él las observó y solo dijo que estaban ‘muy bien’. Era un hombre de pocas palabras”, recuerda con agrado.

Crítica social

Pero como en todo lo mágico hay simbolismo, Sosa incluyó en su obra las imágenes de dos féminas, una arropada y otra despojada, como un llamado de atención contra la violencia sobre la mujer que el machismo ha ejercido desde tiempos “inmemorables”, aspecto que para el artista no han cambiado.

“Los tiempos de ahora son tan terribles como los de antes. La mujer sigue en desventaja, sigue siendo victimizada, sin importar su raza, credo, religión o nacionalidad. Aquí hay mucha migración de venezolanas y ellas también han sido víctimas de una sociedad machista”.

Para Sosa, los artistas se han ido olvidando que el arte es una expresión de crítica social que puede estremecer incluso a las sociedades más conservadoras.

Dice que hay un “desapego” sobre el verdadero significado de lo que es ser un artista y esto ha contribuido a que las personas se “desentiendan del arte” y prefieran pasear en una rueda moscovita antes que visitar una sala de exposición.

Y ese desapego y falta de apoyo es el que ha hecho que cada vez más, haya artistas dispuestos a cobrar un dólar por dejar que alguien se fotografíe junto a su obra, tal como lo hizo con su obra en el Fortín de las Peñas.

“De algo tenemos que vivir los artistas”, concluyó el escultor ecuatoriano. (I) 


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