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Folklore y sociedad, Tokio blues y Entre dos aguas

Folklore y sociedad, Tokio blues y Entre dos aguas
20 de noviembre de 2011 - 00:00

En sentido peyorativo somos un país folklórico (redículo e insólito), a tal punto que en los recientes juegos panamericanos de Guadalajara asistieron las ciclistas, pero no llegaron las bicicletas, por lo que no pudieron competir.

Otro caso, increíble en lo absoluto, es el admitido (¿esgrimido como justificación de su pésima calidad?) por nuestros dirigentes de que los seleccionados ecuatorianos de tiro al blanco tuvieron una intensa preparación en el pais, pero ¡sin balas!

De Ripley es poco, en verdad, pero qué puede esperarse de una delegación presidida por alguien que señala, refiriéndose a otra especialidad deportiva, que su preparación fue “íntegra, total y completa”, como si algo pudiera ser, al mismo tiempo, “íntegro, total e incompleto”.

Con otra visión del folklore, la abogada Rodríguez Caguana, autora del prólogo del libro  Folklore y sociedad (Shamán Editores/Retrovador, s/sede, s/fecha), de Wilman Ordóñez, señala que este “libera la subjetividad del folklore: la palabra, el olor, la oralidad, las fiestas y la excitación de una ciudad que necesita psicoanalizarse para no quedarse impotente ante el estampido burgués de iglesializar lo cotidiano. Una ciudad (se refiere a Guayaquil) que cuenta con suburbios, con ejércitos de proletarios y campesinos que revitalizan con su cotidianidad el folklore que se encuentra amenazado”.

Desde esta “subjetividad liberada” Wilman Ordóñez Iturralde (Guayaquil, 1969) recupera la mitología de la gran ciudad puerto, recaba nuevos mitos y recalca que Guayaquil es una ciudad hecha en relación a estos. Agrega luego textualmente: “Para nosotros, los guayaquileños, todo lo que inventamos es cierto”. Y es verdad, ya que todo lo imaginado lo volvemos realidad, desde los navegantes huancavilcas precolombianos, los montuvios (con  “v”), el Estero Salado, el río, los lagartos, la nostalgia marítima, el manglar, la ruta del espóndilus, y seguiremos haciéndolo, día  tras día hasta el final de los tiempos.

Wilman Ordóñez nos enseña a mirar a Guayaquil, a aceptar su seducción, pues quien mira una ciudad como esta, inevitablemente mirará “su espíritu”. 

Aunque no iría a ningún lado durante el largo feriado, estuve atento a las recomendaciones dirigidas a los viajeros para que no corrieran riesgos en sus desplazamientos (primer absurdo); el más frecuente instaba a “ver si las llantas están lisas, las válvulas dañadas, haya pérdidas de gasolina o de aceite, luces incompletas, frenos flojos, etcétera, para evitar cualquier accidente en la carretera” (absurdo dos; léalo con un mínimo de atención y estará de acuerdo conmigo).

Entre dos aguas/Tradición y modernidad en Guayaquil 1750-1895 (Editorial Mar Abierto, colección Herodoto, Manta, 2011) de Ángel Emilio Hidalgo  (Guayaquil 1973), es un libro que, según subraya Medardo Mora Solórzano, conduce a través del estudio y la investigación serios y altamente profesionales de la realidad social a un pensamiento crítico y  creativo de lo que en él se analiza.

Así, tras destacar que “el peso de Guayaquil en el siglo XIX fue decisivo en el contexto  del proceso de acumulación originaria del capital que vivió el país”, puntualiza que en Guayaquil se discutió antes que en el resto del país y con  gran intensidad la “cuestión femenina” y que “desde fines del siglo XIX aparecieron revistas dirigidas por mujeres donde se ventilaron temas (…) como la participación política, los derechos de la mujer al trabajo y el sufragio femenino. Así mismo, subraya que “una de las principales preocupaciones  del Cabildo guayaquileño” fue “crear una escuela de primeras letras para mujeres, que recién pudo materializarse en 1803”.

Como la “historia de la vida cotidiana” no ha sido trabajada suficientemente en el Ecuador, historiarla respecto al periodo al que nos remite el libro exige “identificar formas, prácticas, discursos, representaciones y manifestaciones socioculturales, a partir de hechos concretos”, remarca el autor, investigación y escritura que realiza y culmina con eficacia para darnos un volumen que desentraña “aquello que permanece oculto en la trama de relaciones humanas y se entreteje en el mundo privado, el del hombre de carne y hueso”, como lo anota con acierto la historiadora del arte Lupe Álvarez. Finalmente una excelente aunque extraña novela de Haruki Murakami: Tokio blues/Norwegian Wood (Tusquets, colección Andanzas, Barcelona  2005).

Murakami (Kioto 1949), catedrático universitario, traductor al japonés  de Fitzgerald, Irving, Carver y Salinger, autor de Sauce ciego, mujer dormida (cuentos) y de las  novelas Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, Sputnik, mi amor, Al sur de la frontera, al oeste del Sol, Kafka en la orilla, After Dark y El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas, irrumpe en la narrativa con una historia de amor, ágil y muy bien narrada, lejana  por completo  del mundo y la cultura japoneses, de ahí su extrañeza, y con ejes culturales ostensiblemente occidentales.

Así, sus referentes literarios son Truman Capote, Updike, Scott Fitzgerald o Raymon Chandker y no Kenzaburo Oé o Mishima; otros son Balzac, Dante, Conrad, Dickens, el protagonista lee La montaña mágica, de Thomas Mann, oye a los Beatles, a los Rolling Stones, admira al Gran Gatsby, el cine de Pasolini, Luz de agosto, de Faulkner; toma Coca Cola, no se emborracha con sake sino con whisky, Tom Collins, etcétera, habla de viajar a Uruguay, tararea Garota de Ipanema, usa como subtítulo de la novela el de una canción de los Beatles, devora Bajo las ruedas, de Hermann Hesse; le apasiona la música de Mozart, y muchas otras cuestiones  que hacen conocer otra dimensión narrativa japonesa, la que expresa a una juventud cuyas coordenadas sociales se abren hacia nosotros.

El éxito de Murakami es notable y merecido, al punto de que la mayor parte de sus novelas ha sido editada por Tusquets.

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