El fogonazo, un ritual ancestral para limpiar el cuerpo y el alma
Olor a incienso, imágenes de santos en altares, una habitación a media luz y repetitivos rezos en quichua, es el ambiente que predomina en el hogar de Ángel Chipantiza. Ubicado en pleno centro de Ambato, la modesta y antigua casa de este yachak (hombre sabio), de 82 años, casi siempre está llena.
Y no precisamente de sus familiares, sino de personas con problemas sentimentales, enfermas, deprimidas, endeudadas y con crisis de identidad, que lo visitan frecuentemente. Todos llegan con un propósito: liberarse de malas vibras y energías negativas a través de un proceso de limpieza kármico (del alma).
Se trata del fogonazo, ritual esotérico en el que un guía espiritual intercede por alguien en medio de encendido de velas, rezos y danzas. La sesión concluye con un breve “flameado” que sale de la boca del limpiador, producto de la conjunción del licor puro con fuego.
A este proceso se someten día a día personas de Ambato, de ciudades vecinas y hasta extranjeros que confían en la sanación alternativa.
Si bien, según las tradiciones ancestrales, hay varios ritos que hacen una limpieza integral, el preferido de los esotéricos es este. “El fuego es uno de los elementos fundamentales de la existencia humana. Por ello, los yachaks solemos decir que una limpia no está completa si no se flamea al paciente”, señaló Ángel.
Previo el fogonazo, las personas realizan baños rituales dirigidas por yachaks o matronas indígenas. Foto: Roberto Chávez / El Telégrafo
Preparación
El ritual inicia con una conversación entre el yachak y la persona. La charla dura unos 10 minutos, tiempo en el cual este último cuenta todos los problemas que lo aquejan.
“Hay situaciones que uno no puede contar ni a la pareja, ni aún a la madre. Tal como en una sesión de sicología, uno se libera de las cargas emocionales cuando las expresamos; y luego viene una consecución de actos litúrgicos”, manifestó Marisol Yacchirema, joven madre ambateña.
Descalza y con mirada triste, ella observa al yachak, mientras él se persigna frente a varias figuras religiosas y un cuadro que muestra una enorme cascada.
“Yaku (agua en quichua) es nuestra madre, ella nos da la vida y es la esposa del padre fuego. Existen algunas limpiezas kármicas, pero en particular el fogonazo empieza con un rociado de agua de rosas”, aseguró Juan Heredia, ayudante del yachak.
Es la primera vez que Chipantiza permite que un equipo periodístico ingrese a su lugar de trabajo, por lo que ciertas frases prefiere decirlas en quichua. El rociado de agua lo hace con un atado de ramas de laurel y romero.
Previamente, y con el propósito de evitar este paso, algunas personas acuden a la limpia después de sumergirse en ríos o lagunas. Luego, el yachak danza alrededor del paciente rezando en idioma quichua a la Pacha Mama y alterna con oraciones cristianas, como el Padrenuestro.
El yachak Ángel Chipantiza utiliza diferentes objetos para atender a quienes acuden a consultarlo. La gente llega de varias ciudades. Foto: Roberto Chávez / El Telégrafo
Fuego purificador
Posteriormente, con yerbas frescas frota a la persona de pies a cabeza. Además riega un poco de licor, cuya concentración de alcohol es alta, en el tablado. Con ayuda de un cigarrillo el yachak enciende el piso mojado.
El paciente danza sobre las llamas con el objetivo de fortalecer el cuerpo y alejar malas vibras del camino.
El anciano toma un trago de licor y con la boca lo lanza a una distancia de un metro de la persona y se enciende con ayuda de una vela. “Al ser licor de alto contenido alcohólico el fuego se consume totalmente en el aire, por ello las ropas y cabello de la persona no se prenden”, agregó Heredia.
Los resultados positivos del ritual son inmediatos, según quienes lo han probado. “Con el fuego se queman la mala suerte y las penas; además se alejan las malas energías”, indicó Lisette Buenaño, una cliente. (I)