“Existe una obsesión generalizada por exhibir”
Luisa Ungar dirigió durante una década la galería Santa Fe, un espacio en Bogotá adscrito al Instituto Distrital de las Artes (Idartes), perteneciente al sector público.
En Sur-Sur, encuentro que se realiza en Quito para exponer distintas visiones sobre el arte desde las políticas públicas -en medio del proceso de institucionalización académica del arte desde el Estado- Ungar dictó la conferencia “Estado y comunidad: tensiones y retos”, donde expuso, desde el ejemplo de los laboratorios de creación e investigación del Ministerio de Cultura de Colombia -específicamente en el caso de Tolima-, que estas iniciativas, directamente relacionadas con artistas, pedagogos y comunidades, no tienen como objetivo generar obras de arte, sino procesos.
En Ecuador se empieza a poner en marcha una serie de políticas públicas sobre la cultura y el arte. Ahora se promueve la Universidad de las Artes. A partir del caso colombiano, ¿qué experiencia podría resultar útil para el proceso que existe acá?
Hay una obsesión por exhibir. En mi rama, las artes visuales y plásticas, por mirar solo el circuito de exhibición, se olvida el de creación y de pedagogía, que están todo el tiempo en las comunidades. Si se mira solo desde exposiciones y bienales, lo otro se anula fácilmente. Me interesa mirar cómo se dan esas relaciones y qué lenguaje se utiliza para hacer esas actividades.
En el 7º Festival de Performance de Cali (2008) escribió un texto sobre miradas de representación hegemónica y liminalidad, temas que definen parte del debate local y actual sobre la Universidad de las Artes, que busca decolonizar la cultura. ¿Qué visión le produce ese propósito?
Me interesa la perspectiva decolonial. Pero solo se puede hablar de marginalidades y liminalidades, si se miran los procesos que se llevan a cabo. En el tiempo que llevo acá -que es poco- me ha parecido muy interesante, porque pareciera que sí se encamina a una política cultural. En países como Ecuador o Colombia hay producción variada de patrimonio material e inmaterial, incluso en el arte contemporáneo. Pero si no va ligada a políticas culturales, con sistemas que las evalúen, los discursos decoloniales quedan en nada.
¿Cómo serían esas evaluaciones?
Tienen que ver con los dispositivos: cómo se expone, cómo se hacen las cosas. En Colombia, donde el proceso ha sido más lento, los planes de cultura chocan con los de gobierno. Allá no existe una perspectiva tan plural. Sigue habiendo una mirada neoliberal.
¿A partir de qué afirma ello?
En Colombia hay una amplia oferta de educación formal de artes. Pero hace rato estamos permeados por el arte contemporáneo: En la academia se ha pensado más en circuitos de exhibición. Hay distancia en la práctica y la teoría. Sí se enseña en la academia a trabajar con circuitos no convencionales, pero no se trabaja, y se generan escenarios paradójicos.
¿Qué escenarios son esos?
El Ministerio de Cultura de Colombia tiene el programa “Colombia Creativa” para profesionalizar a artistas sin título. Es interesante porque un músico popular de vasta experiencia debe llegar a una academia que le enseña a leer partituras. No digo que esté mal, pero habría que ver hasta dónde no es él quien tiene que enseñar sus conocimientos. Sería ideal un escenario en que la academia se alimente y mire el entorno. Es curioso que uno siga aprendiendo teorías más en el papel y no mirando el contexto.
En Ecuador se formó un debate sobre la exigencia de títulos de cuarto nivel para poder dar clases de tercer nivel, y se ha extendido a la Universidad de las Artes, donde la mayoría de artistas legitimados no es titulada, aunque ellos siguen siendo referentes. En ese sentido, el programa al que alude en Colombia constituye una solución, pero es una que no será ajena a perspectivas que la consideren un proceso netamente burocrático.
Hay contraposiciones interesantes. El título permite acceder a sueldos mejores o dirigir instituciones oficialmente. Es terrible en la medida de que hay que adaptarse a un sistema, pero la realidad es que el sistema está ahí. La clave es aprovechar la exigencia burocrática para alimentar a la academia.
En videos en Internet habla de la manera en que el espectador se aproxima a formas de arte no convencionales. Ahí dice que muchas veces, en la galería Santa Fe, tuvo que enfrentarse a la noción de públicos que piensan que “el arte contemporáneo es elitista, porque no se entiende”...
El problema es ver si estamos pensando en procesos o resultados. El arte contemporáneo promueve, desde mi perspectiva, la integración desde distintos productos. Bien entendido, el arte contemporáneo no discrimina entre producción autóctona o nativa y no nativa.
Partiendo de lo decolonial, da la impresión de que la Universidad de las Artes intenta volcar la producción hacia tradiciones precolombinas...
No sé si conozco suficiente de este proceso. Desde afuera, pienso que priorizar unos temas sobre otros es peligroso. Es difícil y vuelvo a mirar hacia las formas de hacer, en lugar de qué hacer. Me sorprende la cantidad de bienales que hay en Ecuador -en Colombia no tenemos tantas-, pero que privilegian al circuito de exhibición. Ahí estaba la bienal de artes indígenas y comunidades indígenas.
Alguien decía que el sistema de curadores y premios no tiene que ver con formas de organización de culturas que trabajan desde lo comunitario. Pienso que es necesario revisar la forma de trabajo local para priorizar una mirada de lo propio y de lo autóctono, el problema es que, si no se hace de manera coherente -las formas y no los temas-, se puede caer en miradas paternalistas o folcloristas.