Las presentaciones también serán los sábados y domingos
Estigmas, más allá del bien/mal
PADRE: ¿Hubo algo, no sé, especial, particular, fuera de lo común que sucediera?
JOAQUÍN: ¿Como qué?
PADRE: No sé. Tal vez, sin darte cuenta, caminaste sobre el agua en algún momento o, tal vez, no sé, resucitaste a algún muerto...
JOAQUÍN: Bueno, el otro día faltó vino en una reunión... ¡No seas payaso papá! ¡Esto es serio! Sabes que mi vida es de lo más normal y pedestre.
Diálogo Escena 1
La recientemente estrenada obra de teatro El estigma y el ladrón, del poliédrico artista cuencano Fabián Patinho, es la de mayor contenido autobiográfico dentro de su producción como dramaturgo. Partiendo de su experiencia/estigma de haber sido catalogado un sinnúmero de veces como ‘mal tipo’, el autor propone una reflexión sobre la validez de las nociones de bien y mal, pero entendidas más allá del maniqueísmo implantado por la iglesia y demás instituciones que buscan el control social o de cualquier sentimiento de culpa light vendido con tanto éxito por los psicoanalistas que se presentan en esperpénticos talk shows.
Dirigidos por León Sierra Páez, mentalizador del Estudio de Actores,Gonzalo Estupiñán y el propio Patinho trabajan siguiendo el método del ‘segundo Stanivlavski’ y las Técnicas de las Acciones Físicas Fundamentales, según las cuales la acción es el principio básico y trasciende al propio personaje, quien no existe más allá de las acciones que realiza, generando un ejercicio de alteridad donde el cuerpo es trabajado en función del otro, transformándolo aquí y ahora.
Trata sobre la otredad... pero desde la empatía y el sarcasmo. Como cuando los homosexuales, en la contemporaneidad, nos llamamos maricas, unos a otros, enunciando esta alteridad y trasgrediendo el epíteto, llevándolo más allá, al lugar simbólico donde se diluye la herida y se convierte en conquista.
León Sierra Páez
Todo esto exige un gran esfuerzo físico, sobre todo si tomamos en cuenta que entre los dos actores se reparten los seis papeles, transformándose continuamente, lo cual es logrado con maestría evitando el desconcierto entre los espectadores. La economía del escenario y la versatilidad de los actores –sobre todo de Estupiñán, quien hizo su formación en el mundo del cine- contribuyen a darle una dinámica trepidante a la obra, pero es en el humor un tanto retorcido de Patinho donde descansa el peso de esta tragicomedia postmoderna, la cual alcanza sus cotas más altas durante el delirante reencuentro entre Gastón y Joaquín, dos ex condiscípulos / rivales en la Academia GGG –Generala Gertrudis Gallo- y que pese a sus marcadas diferencias terminan por encontrar en sus miserias y traumas de adolescencia un motivo para ganarse el respeto del otro.
Los dos personajes principales a sus 30 años siguen comportándose como niños; no solo son inútiles socialmente: constituyen un estorbo y decepción para quienes les rodean. Gastón, desde la irreverencia, intenta disimular su debilidad interior, mientras que para Joaquín el idealismo funciona como placebo, hasta que una fatalidad vertiginosa empieza a disolver todos sus vínculos familiares, laborales y sexuales.
Este par de parias que comparten un pasado en común no muy digno recibieron un incómodo regalo que ya quisieran para sí muchos hombres de bien: manos perforadas al estilo Jesús, pero ¿qué tan sagrada es la revelación si quienes la reciben son mensajeros despistados para quienes la vida espiritual es una tapadera o bien suntuario? Para salvar lo poco que les queda, ambos emprenden -por separado y sin mayor convicción- una travesía hacia el centro de reposo campestre new age del cura Manolo, ubicado en las faldas del Pasochoa.
Señálame un viejo y te diré cuán joven eres. Mi padre no puede evitar sentirse desilusionado de que yo nunca me haya comportado como el niño prodigio que él creyó ver en mí. Ni siquiera se imagina que para mí los niños genios son una decadente prueba de que el diablo todavía es muy fértil, y la esperanza, consecuente. Un ojo de pez, instalar en el ombligo de los hombres un ojo de pez para que la esperanza pueda elegir mejor sus albergues. Ese es mi propósito más caro. Ese es mi verdadero proyecto de salvación. Puede que yo no tenga ningún tipo de esperanza, pero nadie puede reprocharme que me falte voluntad. Pero, ¿cómo lograrlo? Es mejor ser ave de presa que un corazón latiendo al ritmo de un rebaño infinito.
Escena 2
Pese al desenlace aparentemente metafísico al que llega la obra, esta no busca exaltar la espiritualidad como única respuesta válida; por el contrario, la redención se encuentra en aceptar que nos gusta ser un tanto extraños y viles, burlarnos de alguien más débil hasta hacerlo llorar.
Una vez asumido el hecho de que no nacimos para ser Harry Houdini o Indiana Jones, pero que igual tenemos derecho a jugar con cuerdas y palas como si fuéramos un héroe de la infancia, y que las pequeñas diversiones patéticas son las que evitan que nos volvamos locos del todo, la experiencia cotidiana y vulgar puede llegar a ser tan o más memorable que los hechos grandilocuentes que padres supuestamente exitosos proyectaron –sin nuestro consentimiento- para nuestro futuro.
Nada de lo dicho debe ser asumido como una moraleja, es simplemente reconocernos como seres falibles pero capaces de encontrarnos de narices con lo intangible y decirle ‘no gracias’ sin por ello abandonar nuestra búsqueda interna.