Esperanza y desazón, el reino de su relato breve
Minuciosa, sutil, poética, capaz de captar todas las facetas de la naturaleza humana y hasta de parecer cruel, la literatura de la escritora canadiense, de 82 años, está a la altura de la celebridad que promete la obtención del Premio Nobel de Literatura concedido el jueves pasado por la Academia Sueca, que la calificó como la “maestra de los cuentos cortos contemporáneos”.
“Es aclamada por su delicado arte de narrar, su claridad y su realismo psicológico. Es fantástica para describir al ser humano”, fundamentó el jurado de la Academia Sueca al fallar a favor de Munro.
La escritora es autora de 12 colecciones de cuentos y llamó la atención por su precisión narrativa y la observación de emociones complejas a través de una exposición sencilla de la vida diaria en sus historias narradas en ambientes rurales.
“Es la mejor escritora de narrativa actualmente en actividad en América del Norte”, sentenció Jonathan Franzen en su libro Más afuera.
La escritora tiene una manera particular de abordar la narración de las circunstancias cotidianas, un territorio que domina y suele poblar con personajes cargados de esperanza y de desazón al mismo tiempo, que sienten, padecen y se distinguen por una universalidad que sobrepasa tiempos y espacios sin dificultad.
Munro erige relatos cruzados por la extrañeza, en los que los hechos funcionan como meras excusas para presentar personajes que reflexionan en voz alta sobre la relación entre memoria, presente y futuro.
Algo del espíritu pionero, de la resolución emprendedora y del destino asumido con resignación, se encuentra en sus historias de gente resistente y carente de artificio, sin que la literatura haya hecho más que mostrarlos: Munro usa metáforas audaces para retratar la mentalidad algo anticuada de personajes inspirados en su propia familia.
Munro vivió sus primeros años en una granja en Ontario, en condiciones de precariedad económica. Tuvo una infancia claustrofóbica, en un mundo que -según confesó- seguía viviendo como en el siglo XIX a mitad del XX. Hacia los 60 estaba casada, vivía en Vancouver, era ama de casa y, en un momento de insatisfacción, empezó a escribir a la hora de la siesta de sus hijos.
Jorge Luis Borges, Javier Marías, Alberto Manguel, Vargas Llosa y García Márquez son algunos de los escritores predilectos de esta lectora voraz que consiguió una beca para la universidad -algo raro entre las mujeres de su entorno- se licenció, y allí ya empezó a escribir cuentos. Luego lo abandonó por el cuidado de la familia. Se casó en 1951.
Después, y ya con tres hijas, se trasladó a Victoria con su marido, que llevaba adelante una librería, pero ella decidió divorciarse y eligió seguir su vocación literaria.
“Era la sociedad la que consideraba a las mujeres negligentes por hacer algo tan extravagante como escribir, aunque encontré a muchas amigas que leían en secreto y nos lo pasábamos muy bien”, contó en una entrevista a la revista New Yorker.
“La vida de la gente es suficientemente interesante si consigues captarla tal cual es: monótona, sencilla, increíble, insondable”. Esa es su fórmula para escribir. Sencilla en el enunciado, profunda en el abordaje y en la belleza de sus textos.
La infancia, lo imprevisible, la vida cotidiana, las mujeres, las dudas, las equivocaciones, las relaciones familiares o las personas sin brillo que pueblan la vida de cualquier lugar, se hacen protagonistas de los relatos de esta escritora, que sugiere y dice mucho más de lo que aparece escrito en sus libros.
Este año, Random House Mondadori publicó Mi vida querida, una colección de cuentos donde explora al amor, sus encantos y desencantos, sus alegrías y decepciones, sus gozos y sombras, con la misma o superior pericia que narradoras más jóvenes y acaso no tan prolíficas.
En una entrevista concedida hace cuatro años al periódico español La Vanguardia, Munro indicó que le cuesta sostener una vida normal.
“He escrito tantos años que no sé hacer nada más -señaló-. Sé que soy feliz cuando me viene una idea y puedo ponerme a trabajar de manera estructurada, y sé también que no soy muy buena tomando vacaciones”. Hace tres años confesó que padecía cáncer y el pasado mes de junio anunció en una entrevista concedida al canadiense National Post, que probablemente no volvería a escribir “nunca más”. Ahora sostiene que el premio no le va a hacer reconsiderar esta decisión porque se está volviendo “más vieja”.