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Ecuador, 23 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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El aislamiento potencia el espíritu creativo

La magistral obra literaria 'El Decamerón', de Giovanni Boccaccio, ha sido trasladada a otros universos artísticos, entre ellos la versión fílmica de Pasolini.
La magistral obra literaria 'El Decamerón', de Giovanni Boccaccio, ha sido trasladada a otros universos artísticos, entre ellos la versión fílmica de Pasolini.
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Epidemias como las que afrontamos actualmente por el covid-19 no son un hecho nuevo en el mundo. Han ocurrido desde hace siglos. Y la necesidad de aislarse para escapar del contagio ha permitido a los creadores elaborar obras inspiradas en las “pestes”, como se llamaba antiguamente a las pandemias, o desarrollar teorías y trabajos gracias a la soledad que disfrutaron.

En el campo científico, Isaac Newton, por ejemplo, durante su aislamiento por la peste en 1665, descubrió la idea clave para la teoría de la gravedad, escribió los documentos que serían la base del cálculo y desarrolló sus teorías sobre óptica mientras jugaba con prismas en su habitación.

En 1348, la peste negra, la epidemia más devastadora de la historia europea, se extendió por todo el continente. En Florencia (Italia) y sus alrededores, se estima que el 60% de la población murió.

Este suceso sirvió de inspiración al escritor Giovanni Boccaccio, quien sobrevivió refugiándose en la campiña toscana. Allí escribió El Decamerón, una obra en la que contó “cien novelas, o fábulas o parábolas o historias, como las queramos llamar” ficticiamente narradas por “siete mujeres y tres jóvenes, en los pestilentes tiempos de la pasada mortandad”.

En la historia, los diez jóvenes deciden aislarse juntos en el campo durante dos semanas y acuerdan una rutina: por la mañana y por la tarde, harán caminatas, cantarán canciones y comerán comidas exquisitas, con buenos vinos, dorados y tintos. Pero también, en los días que no estén dedicados a cuestiones personales o religiosas, se sentarán juntos y cada uno contará una historia sobre un tema establecido para el día: generosidad, magnanimidad, inteligencia, etcétera.

La vida del más grande autor de habla inglesa, William Shakespeare, estuvo marcada por la peste. Su existencia comenzó en el apogeo del primer gran brote isabelino en 1563-4, cuando la enfermedad acabó con una cuarta parte de la población de Stratford-upon-Avon, su lugar de nacimiento.

En febrero de 1564, probablemente por primera vez en la historia de Inglaterra, fueron prohibidas las representaciones de obras de teatro debido a la epidemia.

Londres, la ciudad a la que se mudó de la década de 1580, fue arrasada repetidamente por brotes de pestilencia, y las normas dictaban que cuando las muertes llegaran a 30 por semana, las funciones de teatro cesaban.

Para quienes habitaban el mundo teatral en esa época, la peste bubónica era un riesgo no solo existencial, sino también profesional, y entre 1603 y 1613, por ejemplo, los teatros londinenses estuvieron cerrados por un total de 78 de esos 120 meses, más del 60% del tiempo.

El brote de 1603 fue el más grave en Inglaterra desde la peste negra del siglo XIV. Y no sorprende que en las obras que escribió después de ese terrible brote, las metáforas de la enfermedad abunden.

Pero la cuarentena por el brote de 1606 fue especialmente memorable, pues dice la leyenda que creó nada menos que tres de sus tragedias cumbre. Las obras atribuidas a este período son: El rey Lear, Macbeth y Antonio y Cleopatra.

Las pestes también inspiraron a los pintores

Al final de la Primera Guerra Mundial, 20 millones de personas habían muerto y el mundo estaba agotado. Pero pronto un nuevo horror empezó a arrasar; un virus aterrador que mataría a entre 50 y 100 millones de personas: la pandemia de gripe de 1918, conocida como la gripe española.

En Viena, Austria, un acongojado artista llamado Egon Schiele pintó a una de esas víctimas, en su lecho de muerte: su ídolo, mentor y amigo Gustav Klimt, el pintor simbolista y líder del movimiento modernista de la secesión vienesa. Ese mismo año, por la pandemia, Schiele perdió también a su esposa Edith, que estaba embarazada de su primer hijo.

Su obra “La familia” –que no pudo terminar, pues murió a los 28 años pocos días después de su esposa– es considerada por muchos como un conmovedor testimonio de la crueldad de la enfermedad.

Así como en Austria, en otras partes del mundo, grandes artistas, músicos, escritores murieron, algo de lo que el noruego Edvard Munch no solo fue testigo.

Munch, conocido por su icónica obra “El grito”, contrajo la enfermedad a principios de 1919. Tan pronto como se sintió físicamente capaz, tomó sus pinceles y pinturas y comenzó a capturar su estado físico. Su “Autorretrato con gripe española” lo muestra con la cara demacrada sentado frente a su cama de enfermo sin hacer. Un año más tarde pintó la secuela: “Autorretrato después de la gripe española”. (I)

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