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Jorge luis borges, montalvo, fuentes y pérez reverte, entre otros, recrean sus propias versiones

En cada nuevo planteamiento del Quijote estaría su eternidad

El francés Gustave Doré trabajó unos grabados de Don Quijote de la Mancha en el siglo XIX, reconocidos como una de las mejores obras de imagen.
El francés Gustave Doré trabajó unos grabados de Don Quijote de la Mancha en el siglo XIX, reconocidos como una de las mejores obras de imagen.
Don Quijote de la Mancha / Pinterest
22 de abril de 2016 - 00:00 - Redacción Cultura

“¿Se le olvidaron capítulos a Cervantes?”, preguntaba un lector en las Jornadas Cervantinas, celebradas en Loja la semana pasada. Hacía referencia a uno de los tantos diálogos que se establecen con la obra de Miguel de Cervantes Saavedra, una comunicación que precede a la obra completa.

Cuando Cervantes -según varios expertos- había iniciado la segunda parte de su Quijote se encontró con una impresión llamada Segundo tomo del ingenioso hidalgo don Quixote de La Mancha, escrita por Alonso Fernández de Avellaneda, natural de la villa de Tordesillas. El encuentro lo llevó a apurar su libro, donde su personaje dialoga con avidez con su otra versión, a pesar de que evita nombrar al autor.

Hay quienes sostienen, a pesar de lo arriesgado que resulta declararlo, que Cervantes, quien usó todo lo que hoy se estudia en teoría literaria, creó ese paralelismo, como también lo hizo Fernando de Rojas cuando le confiesa en una carta conocida a un amigo ser el autor de quince de los dieciséis actos de la Celestina. El primero lo habría encontrado y sería igual de ‘anónimo’ que Tragicomedia de Calixto y Melibea.

Don Quijote de la Mancha se imprimió en 1604, circuló en 1605, en la imprenta de Juan de la Cuesta, con Francisco de Roble como editor. El académico y poeta peruano Marco Martos se refirió durante su ponencia en las Jornadas Cervantinas al éxito sin precedentes del Quijote en la literatura española, considerando que el año de su circulación se lanzaron seis ediciones: una en Madrid, tres en Lisboa, dos en Valencia. Hasta su muerte, de la que hoy se celebran 400 años, Cervantes pudo conocer dieciséis ediciones de la primera parte del Quijote, incluyendo una traducción al inglés, en 1612, y una al francés, en 1614. Cervantes fue desde entonces el autor más celebrado de España y hasta hoy el símbolo literario de la novela en castellano.

No en vano su obra caló profundamente en América Latina, desde su llegada. Antes de que circulara el Quijote en el continente estaba vigente una normativa que impedía el ingreso a las llamadas ‘Indias’ de libros de imaginación o fantasía. La ley estuvo en desuso pronto y empezó a calar en el imaginario urbano y a generar un nuevo diálogo con el personaje de Cervantes.

La crítica literaria Marcela Ochoa-Shivapour apunta que “los autores de textos originados en el Quijote -en tierras americanas- se multiplican de manera insospechada”. En el artículo ‘Juan Montalvo: una reescritura del Quijote en América’, dice que “en las letras hispanoamericanas, el intento más audaz de sobrepasar al texto cervantino correspondió al escritor ecuatoriano Juan Montalvo”.

El ecuatoriano llegó a París, en 1881, tras un destierro, con el manuscrito de Capítulos que se le olvidaron a Cervantes, una obra que solo se publicaría en 1895, tras su muerte. Montalvo, desde la admiración, decía que Cervantes escribió su Quijote muy descuidadamente, sin corregir ni volver al manuscrito. Por ello habría algunos manchones y huecos que llenar. “El don Quijote de Montalvo no sería una recreación o una figura que ha tenido que resucitar de la muerte, sino que es el mismo personaje cervantino que amplía su radio de acción -pues la hace política con referencias ecuatorianas-”, dice Ochoa.

El argentino Jorge Luis Borges, en una especie de ensayo, en 1939, publicó Pierre Menard, autor del Quijote. Borges incluye en su obra los capítulos noveno y trigésimo octavo de la primera parte de Don Quijote y de un fragmento del capítulo veintidós. Lo cual es para cualquier lector un disparate. El mismo Borges, como narrador, admite la consideración del Quijote como una obra abierta.

Durante las Jornadas Cervantinas fueron inevitables las referencias de estos diálogos de la literatura con lo que hizo Cervantes hace más de 400 años. El académico Diego Araujo señaló que “el paso de la historia y la experiencia de la cultura cargan con nuevos sentidos al lenguaje de la obra literaria”. El académico, durante su ponencia ‘El Quijote como juego de espejos en la lectura’ hizo énfasis en que Cervantes es consciente de esa característica de la era moderna: “El fin de la lectura unívoca de la realidad, la ruptura de una representación unidimensional del mundo y la perplejidad de los seres humanos frente a la interpretación plurívoca de una realidad incierta proteica que no se presenta como un bloque compacto, sino como una esponja porosa y con superficies internas y cajas ocultas y cambiantes”.

Para el académico Marco Martos, Cervantes fue consciente de la genialidad que constituía el Quijote. Martos considera que desde que Cervantes le contestó al anónimo Avellaneda, los personajes dialogan como si fueran parte de una obra externa a ellos mismos. Esta idea se sostiene en Montalvo, Borges y otras tantas obras que configuran sus personajes a partir del de Cervantes. “En esas plumas tan variadas está su propia eternidad”, dice Martos y agrega que de seguro no se enojaría. (I)

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