Ellos también limpian, fijan y dan esplendor...
Hace algunos días, durante una entrevista, el poeta quiteño Fernando Cazón Vera se quejaba de que en un poema suyo, por un lamentable error o descuido, se hubiera escapado la palabra ‘desnudo’, cuando debía decir ‘desnuda’, asunto que ponía en entredicho sus preferencias sexuales.
De igual manera, hace algunos años, en un medio de comunicación salió publicado este título, a 6 columnas: ‘El desempelo crece un 8%’. El título no se refería, desde luego, a la ‘pérdida de pelo’ de nadie, sino a la falta de empleo en un país europeo en crisis.
Con estos antecedentes —aunque existen inumerables casos—, que han afectado tanto la labor literaria cuanto la periodística, surge la pregunta: ¿Qué tan importante es la labor que ejercen los correctores de textos o de pruebas?
Omar Ospina García es un periodista de nacionalidad colombiana afincado en Ecuador desde hace varios años. Publicó el libro Crónicas y relatos y es editor de la revista literaria El Búho.
Para él, los correctores son una especie en vía de extinción. “Lo importante es que se entienda, dicen los dueños de los medios, que casi nunca son periodistas o intelectuales, sino empresarios. Pero si se quiere publicar textos comprensibles, con respeto por el idioma, son absolutamente necesarios. Y no porque quienes escriben lo hagan mal, sino porque nadie es perfecto, nadie domina totalmente un idioma y, además, cuatro ojos ven más que dos”, comenta Ospina.
Freddy Solórzano ha ejercido el periodismo en varios medios y actualmente es editor general del diario La Marea, del puerto de Manta. Los correctores, para Solórzano, son “los ojos” de un lector que quiere estar bien informado.
“Ellos son los que limpian las imperfecciones ortográficas que se le pasan por alto al periodista y al editor. Ningún programa de diccionario de una computadora está a la altura del corrector, que es un enamorado de un texto bien escrito”.
Que lo digan ellos mismos
Jorge Ugarte Aguirre ha luchado contra los gazapos periodísticos 20 años. Trabajó en los diarios Meridiano, Expreso, Extra y hoy colabora con EL TELÉGRAFO.
“El corrector debe tener seguridad en lo que hace; ser corrector va más allá de colocar una coma o corregir una palabra mal escrita, un corrector debe tener criterio”, opina Ugarte, quien se lamenta de haber encontrado periodistas ‘infalibles’.
“El trabajo deja muchas satisfacciones, pero, lamentablemente, no es bien reconocido. A veces, cuando se nos escapa algún error, se desmerece nuestra labor, pero cuando salvamos de algún error gravísimo, allí no pasa nada”.
Patricio Lovato trabaja para diario El Mercurio y colabora también con la editorial Mar Abierto, de la Universidad Laica Eloy Alfaro. Asistió a los talleres literarios de Miguel Donoso, pero, en vez de salir escritor, terminó siendo corrector.
“El corrector —precisa Lovato— es un famoso anónimo. La narración de uno es seguida de cerca y minuciosamente por otro, este otro pasa desapercibido para quien llega a la lectura final de un texto preciso, concreto, con un ordenamiento gramatical en el que las palabras cumplen sus funciones cabalmente. Con una importancia adicional, que el texto conserve el estilo personal del autor. Lograrlo, sin erratas, es el éxito del oficio de corrector”.
En el país existe la Asociación de Correctores de Textos del Ecuador (Acorte), entidad que agrupa a estos vigilantes del idioma, calificados por el I Congreso Internacional de Correctores de Texto en Español, celebrado en Argentina, en 2011, como “un profesional de la edición y del lenguaje cuyo objetivo es que el lector reciba con claridad y sin errores el mensaje del autor, independientemente del soporte”.
Preside esta institución desde el 2013 la escritora quiteña Andrea Torres Armas, quien cree que la corrección en los medios tiene una responsabilidad mayor, porque “un texto bien escrito no solo requiere tener buena ortografía y respetar la sintaxis, implica que el mensaje que se quiere transmitir sea lo suficientemente claro como para evitar ambigüedades o malas interpretaciones”.
Torres manifiesta que siempre es necesaria la mirada externa del corrector y de “un par de ojos frescos” que puedan detectar aquello que el periodista, por estar involucrado en el texto, no puede ver.
Caza de erratas
En consonancia con su labor depuradora, Acorte hizo la convocatoria al concurso ‘Caza de erratas’, que consiste en captar, por medio de una fotografía, errores ortográficos en vallas publicitarias, señaléticas, rótulos y publicidad en general.
La fotografía participante debe llevar un texto de máximo 50 palabras en el que se expliquen la falta cometida y la norma gramatical. El plazo para enviar los trabajos es el 17 de octubre de 2016. (I)