El último viaje de Maqroll
Desde niño Mutis viajó con sus padres en transatlánticos que lo traían y llevaban cada año desde Europa hasta el Canal de Panamá, rumbo al puerto colombiano de Buenaventura, en la “tierra caliente” que llegó a ser, al lado de los reinos idos, uno de los temas centrales de su obra.
De ahí le vino la afición férrea por barcos, puertos, mares, ríos y selvas, donde encontró lo vital del rol estrella de su obra literaria, Maqroll el Gaviero, viajero sin destino y “sin lugar jamás sobre la tierra”, gran amigo de sus amigos y lector secreto de literatura francesa.
Bebedor de buenos whiskies y explosivos cocteles, descreído de la humanidad, cultor de la “desesperanza”, Maqroll estaba siempre dispuesto a emprender con los hombres las más inverosímiles aventuras, en el límite de la ilegalidad, el deseo y la muerte, pero siempre protegido por mujeres como Ilona, Flor Eztévez, Doña Empera y Amparo María.
A Mutis lo conocí en México cuando estaba por jubilarse hace más de tres décadas y emprendía con el ímpetu de un joven la obra narrativa que lo catapultaría a la fama y lo llevaría al Premio Cervantes.
Alto, fuerte, de cejas pobladas de levantino y vozarrón de locutor que llegó a ser el relator de la serie Los intocables, era de una fuerza sin fin como sus ancestros, los Mutis de Cádiz y los Jaramillo de Manizales.
Una tras otra, desde su biblioteca en la casona de San Jerónimo, al sur de la capital mexicana, salieron La nieve del almirante, Un bel morir, Ilona llega con la lluvia y otras obras de la saga Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero, ante el estupor de sus amigos, entre ellos su casi hermano y vecino Gabriel García Márquez.
Durante años, al calor de los wihiskies en el estudio gobernado por fotos de Felipe II, Baudelaire, Proust, Luis Cardoza y Aragón, Joseph Conrad y una estatuilla del capitán Cuttle de Dickens, entre otros fetiches, aprendí a conocer a esa fuerza de la naturaleza, un “roble” que sabía “el fin ineluctable” y cuya obra -en su totalidad- es un tratado de preparación a la enfermedad, la podredumbre y la muerte.
Su vida de barcos, hoteles e internados escolares en la vieja Europa gótica y milenaria se terminó de repente a los 9 años de edad, con la muerte prematura de su padre Santiago, diplomático en Bruselas.
Quedó huérfano, junto a su hermano y su madre Carolina Jaramillo, mujer enérgica y viajera de la ciudad de Manizales, quien lo trajo de regreso a la tierra caliente y lo dejó en la finca de los abuelos maternos a merced de la naturaleza.
Allí en el Tolima, junto a los ríos Cocora y Coello, vivió los primeros deseos junto a las recogedoras de café y amó los cafetales, los ríos desbocados que se precipitaban por la cordillera desde los volcanes nevados y sobre todo el sonido de la lluvia sobre los techos de zinc.
Ahí aprendió a conocer los socavones de las minas abandonadas y todos “los elementos del desastre”, la naturaleza destructora con ríos caudalosos que arrastran en las crecientes cuerpos de vacas muertas, hombres asesinados, árboles, animales y la podredumbre múltiple deglutida por una fuerza con la que luchó Maqroll el Gaviero a sabiendas de que jamás podría vencer y que marca su poesía.
Después en Bogotá, donde nació el 25 de agosto de 1923, intentó seguir el bachillerato, pero luego de conocer la poesía y el billar en los antros céntricos de la capital, se entregó a la vida de adulto prematuro.
Como locutor, funcionario de terreno de aerolíneas, empresas petroleras o multinacionales cinematográficas, su vida fue un viaje sin fin de hotel en hotel y de avión en avión, con una sucesión de amigos a los que fue leal.
Por eso dijo que “la única manera de vencer el tiempo y lograr vivir un mundo válido es preservando la niñez. La amistad es la prolongación de esa disponibilidad de la infancia”.
Ahora que sigue su viaje en otras naves y otros mares, sus lectores y amigos lo seguirán buscando en sus libros, pero ya no escucharán su voz inolvidable llamándolos desde la otra esquina para invitarlos a soñar en barcos, mares y reinos perdidos.
“SOY SERVIDOR DE LA POESÍA”
El autor se consideraba “un servidor de la poesía”, género al que veía como "forma privilegiada de la expresión humana". Él tuvo una relación intensa con la poesía, con la que empezó en la escritura y que trufó su obra, también las novelas que protagonizó su “alter ego”, Maqroll el Gaviero. “Maqroll aparece en los primeros poemas que escribí a los 19 años. Necesité su apoyo desde el inicio para esto, ya que la experiencia de su trajinada vida armonizaba mejor con el ámbito de mi poesía”, explicó.
El diálogo con Maqroll, protagonista de siete de sus nueve libros de narrativa, siempre estuvo presidido por la poesía, género al que definía como "una especie de oración en contacto con un más allá que todos llevamos dentro y que revela ese otro lado que generalmente permanece secreto".
En ese ámbito se refugió el autor en diversos períodos de la vida, tal vez en busca de respuestas a su propia existencia y sobre el mundo que le rodeaba, porque consideraba que "la poesía tiene la capacidad de revelar la verdad más íntima del hombre sobre sí mismo y sobre su mundo".
“He intentado a lo largo de mi obra perpetuar ese rincón, y en mi poesía están los cafetales, los ríos torrentosos, la naturaleza salvaje, los árboles con flores bellísimas, rojas, violetas o blancas. De este sitio decidí ser, y ésta fue mi patria, a pesar de haber nacido en Bogotá y de haber vivido mi adolescencia en Bruselas”, dijo Mutis.