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El Telégrafo
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“El títere es un ser mágico que nos permite a todos purificarnos” (GALERÍA)

“El títere es un ser mágico que nos permite a todos purificarnos” (GALERÍA)
13 de enero de 2014 - 00:00

El grupo La Rana Sabia nació en Imbabura, en 1973, al pie del lago San Pablo. ¿Cómo surgió este nexo profundo con el campo?
Toda mi vida, desde muy pequeño, he estado ligado al mundo indígena porque siempre he entendido que ahí esta nuestra raíz  verdadera, nuestra razón de ser. Cuando empecé a hacer títeres en Colombia (porque  estudié y viví allá 15 años), trabajaba en el campo. Ahí invitaba a titiriteros a presentarse y me llamó la atención la comunicación tan fácil que lograban los títeres con los campesinos, pero los temas eran muy urbanos, Así que me volví dramaturgo a la fuerza y escribía obritas para cada situación, para cada comunidad. Yo dirigía una organización; era muy joven, pero muy responsable. Cuando regresé a Ecuador,  Claudia, mi esposa, quien ya diseñaba y creaba títeres, también se vino al poco tiempo. Nunca más nos volvimos a separar.  

¿Su primera función, bajo el nombre de Arahuacos (hombres sabios), fue con traducción simultánea en quichua?
Sí. Yo estaba inmerso en la lucha de Huayko Pungo -que casi nadie conoce- en la época de la dictadura militar. Cuando esta comenzó, los militares querían hacer una pista alrededor del lago San Pablo. Entonces, con otro amigo indígena, César Maldonado, empezamos a organizar a la gente para impedir la acción y defender el lago. Hicimos grandes carteles en quichua que colgamos en los postes, antes de la carrera en Yahuarcocha. Era una reivindicación muy linda, un derecho a expresarse en su propia lengua. Ellos mismos  pegaban los carteles en las paredes y cuando llegaba la Policía se hacían los borrachitos. A  esa lucha llegó Claudia. Ella confeccionó una rana y enseguida empezamos a dar funciones en los potreros. No había locales, y claro, era bonito porque nos pagaban con chicha. Le daban chicha a César (el traductor al quichua), al público y, desde luego, a los títeres; les metían el pilche de chicha en la boca de la marioneta y como eran de caucho espuma chorreaba por las manos, por lo que los titiriteros también nos chumábamos por debajo (risas).

Su historia con Claudia es muy particular, además de ser su compañera sentimental ha sido su compañera creativa y un soporte fundamental del grupo.
El amor, como  la muerte, es una chiripa. El verdadero amor es un azar, por eso cuando aparece no lo debes soltar. El nuestro fue un azar muy interesante. Nos conocimos allá, pero se vino nomás, dejándolo todo; siempre ha  estado feliz aquí. Ella también se ha sentido ligada a esta tierra. Nos  casamos calladitos porque nos íbamos a Loja para dar clases en la universidad y dijimos: “Vamos a provincia, mentalidad cerrada, casémonos nomás”; y así fue. Ya en Loja hicimos un trabajo lindísimo. Formamos un grupo de teatro de títeres e  hicimos un montaje de la historia, a partir de un panfleto político, pero bien hecho, con músicos y todo, recorrimos las haciendas. Santa Clara, Santa Carla, los Álamos y la Unión. Soy campesino sin tierra, mi nombre es revolución. Y así recorrimos, apoyándonos en encuentros de gente del teatro del sur. Tuvimos  más de 200 funciones durante esos dos años.

¿Por qué escogieron La Rana Sabia como nombre definitivo?
Ya teníamos la Rana, anfitriona de las obras. Luego, Francisco Febres- Cordero, que dirigía el Café Teatro en la Universidad Católica, nos dio un espacio y empezamos a generar público (en ese tiempo, en Quito, no había  público para títeres). Comenzaron 2, 3, 4 personas, y cuando por fin tuvimos teatro lleno empezamos con más propuestas. Escribí horas, trabajé en el personaje, y ahí arrancamos con Don Sabelotodo no sabe nada, una reivindicación del conocimiento popular frente al académico. Yo, por lo menos, valoro más la experiencia de la gente que un título. Se puede tener un título  y ser de una ignorancia completa, y hay gente que no sabe leer y escribir y saber mucho, de verdad. Yo he hecho periódicos con campesinos y ha sido una maravilla. Entonces, para demostrar eso escribí esa obra y luego otra, con la misma rana: La Rana Sabia encuentra un tesoro. Luego nos invitó Othón Muñoz a participar de un festival universitario con esa obra. Y anunció que ya venía La Rana Sabia, entonces nos sonó el nombre y nos quedamos con él.

¿Cómo se organizaron desde el principio? Es decir, ¿a cargo de qué estaba cada uno de ustedes?
Siempre hemos trabajado en huango (ristra), y a la larga, a través del tiempo, nos hemos especializado. Por ejemplo, la mayoría de muñecos que vemos aquí (se refiere a la exposición en el Centro Cultural de la PUCE), que son alrededor de 700, ha sido hecha por Claudia, pero tenemos más de mil. Ella es la gran creadora y diseñadora. Yo me he ocupado más de los textos, tengo muchísimos escritos, guiones, y gran parte de ellos en verso.

En cuanto a técnicas, ¿cuáles han desarrollado? ¿Tienen algún referente en particular?
Podría decirse que a mí me metió en el mundo del teatro, indirectamente, Ernesto Albán: Evaristo Corral y Chancleta. Yo era guambra y él era amigo de mi papá. Él fue a Colombia y me llevó al teatro Colón de Bogotá. Yo en ese entonces ya  leía mucho, la gente no entendía cómo teníamos libros, pero no teníamos muebles, y entonces me prestó una obra y me dijo: “Si te metes  a hacer algo de teatro hazlo en grande o no lo hagas”. Así que cuando empecé en este mundo quise hacer algo diferente, y me puse a  inventar cosas y  a hacer títeres mecánicos, a mezclar títeres con cine.
Algunos eran con hilitos y movían los ojos, a otros se le paraban los pelos o incluso fumaban, para esto   usaba una tripa de esas de suero. Recogía eso en los hospitales, antes no me enfermé (risas), entonces tomaba humo y el títere fumaba. Siempre quise innovar, lo importante era la búsqueda.

Han sido muchos los países a los que han viajado con los títeres. ¿Cómo han manejado la cuestión de los idiomas en sus funciones?
Una vez, Carlos Michelena me preguntaba: “¿Y cómo hacías con la lengua? Y yo le respondía “Hinchado pues, hinchado” (risas). Lo cierto es que hay una cosa del arte y es que va más allá del lenguaje oral o escrito, lo que la gente ve. Por ejemplo, en Dinamarca, no hubo necesidad de traductor. Dimos la historia de la Batalla de Pichincha en verso y en español, incluso  con partes en quichua, y la gente entendía.  De igual manera en el Festival de Francia (donde fuimos el primer grupo ecuatoriano invitado), Grecia,  Macedonia, Eslovenia, Croacia, entre otros, dimos funciones en español y la gente entendía. Me acuerdo de que en Yugoslavia vinieron guambras de escuela, nosotros dijimos: “¿Y ahora qué hacemos?”, pero un actor yugoslavo les explicó un resumen y los niños reían metidos en la obra.

Sus obras manejan múltiples temáticas, siempre con una especie de compromiso social o con la historia. ¿Cuál ha sido el  espíritu de sus guiones?
 Lo importante de un artista es expresar lo que es y  lo que siente, jamás lo que le conviene decir o no decir. Yo toda la vida he sido así, demócrata, libertario, antirracista, antitotalitario, y eso está reflejado en nuestras obras. Creemos que al niño se le puede hablar de todo, lo importante es cómo lo cuentes, hay un lenguaje para niños. Por lo general se lo menosprecia, se cree que es un adulto inmaduro o en formación, pero resulta que la  infancia es una etapa que no la superamos, que la reprimimos, la infancia está  en nosotros siempre, y cuando aflora es una maravilla, el arte nos permite eso. La infancia en el arte es esa capacidad de asombro que la cultura adulta no te permite porque te ve ridículo o te dice cuándo no debes reír.

¿Además de los títeres tienen otros formatos o soportes que sean parte de su obra?
Sí, hemos hecho, por ejemplo, más de 100 videos educativos. No hacemos cosas comerciales por principio; aunque nos han propuesto alguna cosa pequeña y lo hemos hecho una o dos veces, porque la necesidad tiene cara de diablo, pero en general todo ha sido en campañas de educación con comunidades, con Unicef, con el Muchacho Trabajador, etc.

¿Qué tipo de recursos o lenguaje pedagógico usa en en esos casos?
Por ejemplo, hicimos una obra titulada El gallo sancocho, una campaña de hace muchos años realizada por todo el país y sobre la que se publicaron tres libros al respecto, tres cuentos sobre educación, violencia  física, psicológica y texual para niños. Consistía en explicarles a ellos lo que era la violencia sexual, lo que era más difícil. Porque de alguna forma el sexo en nuestra sociedad sigue siendo muchas veces un tema tabú. Entonces hice una obra que se desarrollaba en un gallinero, con un gallo que andaba tras de las pollitas, les levantaba la falda, etc. Era una forma muy delicada de abordar  un tema importantísimo. Después se abrían debates con los niños y salían muchas cosas.

40 años atrás habría sido una utopía vivir en Ecuador de los títeres. Aún hoy, para muchos.
Afortunadamente, vivimos de los títeres y vivimos bien. Tenemos un espacio único en el mundo para un grupo en el campo y, además, es propio. Comemos rico, sembramos la tierra, tenemos una vaca (aunque ya se murió Margarita). Tenemos gallos, gallinas, patos, gatos... vivimos con mucha calidad de vida. Hemos viajado por todo el mundo sin tener un centavo. Vivimos en París un año, sin plata, pero tratados a cuerpo de rey, sin tener capital, pero con el cariño y la ayuda de amigos y colegas, porque vamos dando funciones. A veces nos pagan bien, a veces mal, pero nosotros no somos dengosos (melindrosos), lo que queremos es cariño y mediana comodidad para hacer lo que nos gusta.
Y el cariño, desde luego, vale más que la comodidad. A veces uno se acomoda en el cariño cuando la comodidad no existe, pero no importa, igual se es feliz.

De los mil  títeres, cada uno constituye un personaje especial. Imagino que todos tienen alma.
Exacto. Tienen alma. Partimos de un pensamiento chino  antiquísimo para teatro que se llama La flor de la interpretación. De eso parte nuestro trabajo. Dice: “Donde va la mano, va el objeto, donde va el objeto va la mirada, donde va la mirada ahí está el espíritu”. Puedes tener el muñeco más lindo, el mejor texto, pero si no le das espíritu a ese títere, no dice nada.

¿Qué ha sido lo más gratificante en estos 40 años de trayectoria?
El cariño de la gente. Nosotros no hemos buscado reconocimiento, a pesar de que nos han dado algunos de gran importancia, pero lo mejor es escuchar que  nos dicen: “Yo vi esa obra de pequeña, ahora vengo con mi hijo  o mi nieto; es decir, empiezan esas generaciones que se vuelven parte de nosotros, de nuestra historia.  Lo más grato es haber hecho lo que nos gusta en la vida. Sí, nos ha ido bien, porque ir bien, ¿qué es? No es tener plata ni carro sino estar satisfecho con uno mismo. Ahora yo no estoy satisfecho conmigo mismo porque ahí me frenaría, estoy insatisfecho en montones de cosas, pero ahí le vamos dando, construyendo camino, utopías, dolores, sueños, luchas, y como decía antes, el amor.

¿Y lo más difícil?
Quevedo decía: “El infierno es encontrarse con uno mismo”. También eso es importante. Es importante de vez en cuando vivir esos infiernos  diarios porque si no te reprimes y luego llevas  un infierno que te carcome por dentro. Son esos infiernos que son maravillosos porque si sales, sales más fuerte. También sin el diablo no caminaríamos, y a veces lo que creemos que ha sido lo más bajo resulta ser lo más sublime porque nos da la oportunidad de darle vuelta a las situaciones, ser consecuente con lo más profundo de uno mismo. Recordar quiénes somos y por qué luchamos. Al fin y al cabo somos eso: pura memoria, la humanidad es una sola.

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