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El teléfono, un pequeño dictador de bolsillo

El teléfono, un pequeño dictador de bolsillo
02 de octubre de 2012 - 00:00

Habrá sido entre 2004 y 2005 cuando en la pantalla de MAAC Cine Guayaquil se pasaban cortos o extractos del trabajo de la productora Dorechester, una de las que se menciona antes del  primer acto de la película ecuatoriana “La Llamada”, de David Nieto Wenzell.

Precisamente en ella ha trabajado desde hace algún tiempo este cineasta guayaquileño, radicado en Oregon (EE.UU.), que realizó estudios en la New York University y con sus cortos “8”, “Sinfonía # 4” y “NoTanDistintos” fue reconocido en las primeras ediciones del Festival Cero Latitud  y en otras ciudades del globo (Toulouse, Barcelona, Washington D.C., y Múnich).

Ahora mediante el trabajo combinado de Xanadú Films (Ecuador), Utópica Cine (Argentina) y Tamia TV (Alemania) trae a las carteleras locales su ópera prima, “La Llamada”, protagonizada por la ibarreña Anahí Hoeneisen y su hijo Nicolás Andrade.

Sin querer comparar ni equiparar a Hoeneisen (también directora de otros filmes nacionales como el próximo por estrenarse “Tres”) con Michelle  Pfeiffer y a Nieto Wenzell con otro cineasta guayaquileño, Galo Recalde, hay que decir que “La Llamada” tiene varios elementos reminiscentes de “One Fine Day” (1996) y el premiado cortometraje “Martín García, primer día”.

La ópera prima de Nieto Wenzell es un filme paisajístico, pero no en el sentido en que se ha criticado al cine nacional, sino  considerando que retrata con precisión la ajetreada vida urbana moderna en Quito y la ocupada vida de una joven publicista, madre divorciada, para sobrevivir en un medio en el que todavía los encargados de controlar el tránsito y las zonas de estacionamiento tarifadas buscan como sacarle dinero a aquel que está de apuro y no carga efectivo ni para los chicles.

La actuación de Hoeneisen es pura, dura y cruda: ella es Aurora, sin embargo, su propio hijo, en la película y en la  vida real, le roba el protagonismo. A pesar de unos impostados comentarios de su igualmente joven compañero de colegio, Nicolás Andrade convence, y bien, como Nicolás, un chico de 14 años a punto de ser expulsado el último día de clases porque fue el primero en entregar su examen de literatura, pero totalmente en blanco.

Convoca más la historia del estudiante aproblemado, que se fuga del colegio, mas regresa inmediatamente sin saber realmente por qué, se vuelve amigo del conserje que fuma y escucha música rock a “full volumen”, escucha los consejos del inspector y el psicólogo, y al final hace las paces con la profesora, que quiere sancionarlo a toda costa, con un simple apretón de manos, luego de un silencio cuasi largo. No es que las vicisitudes del día a día de la madre divorciada, publicista, hija y hermana, que simplemente cumple sus obligaciones, no sean interesantes para el espectador.

Es tal vez la conversación sobre las microondas de los celulares y el huevo, mientras espera  recoger el arte para una importante sesión de fotos que se hará esa misma tarde, a las 15:00, la que redime a Aurora como una mujer moderna capaz de retomar las riendas de su convulsa vida.

Pesan mucho los pequeños gestos de Hoeneisen como el despojarse de unos zapatos de taco, elegantes, caros, pero poco funcionales, por unos deportivos; recogerse ligeramente el cabello colocando unas horquillas en la parte posterior, o recogérselo del todo con un moño, además de retirar la formal blusa manga larga que ha llevado sobre su sport y cómodo top rosado.

Así se descubre a la real Aurora que tiene fuertes momentos de catarsis cuando visita  a su madre enferma, quien  está botando los “detalles” que le han hecho sus hijas especialmente para ella, o cuando recoge a Nicolás al final del filme, se abrazan cálidamente, se ríen al unísono al ver que el auto no arranca al principio, y luego se alejan mientras el celular de Aurora vuelve a sonar. No es una película de paz, de relax o de tranquilidad para el espectador, sino un drama con giros de comedia, de esa comedia inusual e inteligente que nace cuando uno se ríe de las situaciones de la vida sin preguntarse por qué. Nieto Wenzell ha logrado producir un filme coherente que no le debe nada al cine latinoamericano actual, menos al Hollywood de los 70 ó 90 cuando el desencanto con la vida urbana moderna era el tema preferido de los guionistas.

“La Llamada” no es un filme para todos, si se espera acción trepidante, la presencia de estereotipos o caricaturas de los personajes. El casting realizado por el mismo Nieto Wenzell es destacable, ya que a pesar de sentirse el peso de la producción argentina  en una fuerte presencia de acentos argentinos en pantalla -lo que puede molestar ligeramente al nacionalista en extremo-, cada miembro del reparto lleva la película en la dirección que debe seguir en ese momento.

“La Llamada” es, en definitiva, un digna representante del cine latinoamericano contemporáneo, en momentos en que el continente está en constante replanteamiento de sus modos de producir cine.

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