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Quedan 3 expertas del oficio en la península de santa elena

El tejido tradicional costeño, en punto muerto

La tejedora de Tugaduaja ha realizado varios talleres y charlas para difundir su trabajo. Foto: Cortesía SÚMA
La tejedora de Tugaduaja ha realizado varios talleres y charlas para difundir su trabajo. Foto: Cortesía SÚMA
08 de julio de 2014 - 00:00 - Redacción Cultura

En un marco de madera, con hilos de tonos morado y verde, Luisa López ajusta su tejido entrelazando el hilo blanco, el que fortalece y sujeta su acabado. Para cumplir con su propósito debe estar sentada o en cuclillas, como en esta ocasión, frente a la tela. Pasa la macana entre los hilos verticales, un objeto de madera largo y puntiagudo que podría pensarse como una gran aguja.

Luisa tiene 54 años y sus brazos muestran la rigidez de una actividad que ha practicado durante su vida, su piel está dorada por el sol y los años. Viste con colores claros, con ropa que ella misma elabora. Su cabello es largo y tiene un tocado floreado, como las esculturas femeninas de la cultura precolombina Valdivia, que en siglos pasados estuvo asentada en el lugar que vive Luisa y aprendió a tejer, como lo hacían su madre y su abuela, en el Valle de Chanduy.

Es sábado en la tarde y es una de las pocas veces que Luisa llega a Guayaquil. A diferencia de otras ocasiones, esta vez sería para exponer su trabajo, como ha hecho ante los interesados que llegan a su casa en Tugaduaja, una comuna del Valle de Chanduy; o en las charlas que abren recurrentemente las autoridades de la localidad para que el tejido peninsular se difunda y gane adeptos que continúen con la tradición.

La convocatoria en el Hostal Manso, en el centro de Guayaquil, es parte del trabajo que han asumido voluntariamente 3 jóvenes en la conformación de SÚMA, Laboratorio Cultural. Esta organización anda tras las pistas de manifestaciones culturales de la Costa ecuatoriana.

En esa labor es inevitable encontrarse con Luisa López, pues, confirma el historiador José Villón Torres, oriundo de Chanduy, ella es una de las 3 tejedoras que sobreviven en Tugaduaja y sus alrededores.

Villón explica que casi todas las antiguas tejedoras del lugar han fallecido y solo sobreviven: Germania Pita, en Pechiche; Lilia Alfonso, afincada en Chanduy, y Luisa López. Luisa lo confirma, pues Lilia es su prima y Germania, su amiga.

Santa Elena, además de ser uno de los principales puntos de playa en el país, siempre se ha caracterizado por ser una fuente de algodón. Tanto así, que la tradición de los tejidos de esta planta en Real Alto -sitio arqueológico de la provincia- serían casi un milenio más antiguos que los primeros tejidos hechos en telar y el cultivo de algodón en la costa del Perú.

Para la artista visual e investigadora cultural Patricia León, los tejidos ancestrales definieron ideología, expresión mística y religiosa de diversas regiones y grupos humanos. “El tejido textil en las zonas de la costa del Ecuador, según Olaf Holm, tuvo 2 grandes enemigos: el clima y la colonización, porque se evidencia el proceso de desestructuración y aculturización de los tejidos.  

Sin embargo, el trabajo textil es también testigo de resistencia indirecta y clandestina de nuestras sociedades”, comenta León en su introducción a la charla de Luisa.

A lo largo de Ecuador se registran varios tipos de tejidos que se han sostenido con el tiempo y la popularidad que han ganado por su reconocimiento. Esto pasa con el sombrero de paja toquilla en Montecristi, o las Macanas del Austro, tejidos en los que los artesanos le dan color al hilo blanco con insectos conocidos como ‘cochinilla’.  

El tejido en Santa Elena tiene su propia identidad, se diferencia del andino por la fuerza con la que tiene el acabado, “el que se hace en la Sierra es más suelto”, dice Luisa. A esto se agrega que, dependiendo del tejido se trabaja la textura del hilo.

Entre los registros que aún se encuentran del tejido en Santa Elena están las redes de pesca, que trabajan los hombres del lugar, del cual, igual que con el tejido que elabora Luisa, cada vez hay menos aprendices y autores.

Antes, este tipo de tejidos era parte fundamental del atuendo de las reinas en las fiestas de esta localidad. Cada quien debía tener el mejor chal para vestir y asegurarse el triunfo. Luisa trabaja ahora solo bajo pedido.

Tejer una muestra de 10 centímetros le lleva hasta una semana, en jornadas de 4 horas por día y alternándose con las labores del hogar. A pesar de que ella lo aprendió de las mujeres de su familia y se esfuerza por dar charlas y trabajar con los interesados, no tiene hijos; “y los que aprenden a tejer luego no hacen nada con esos conocimientos”, explica Luisa. Para ella, el tejido es una fuente de su identidad y nacionalidad, es la herencia de sus antepasados y una forma de expresar su cultura.

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