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El taller literario, un espacio donde se suscita la autocrítica

Juav Carlos Cucalón durante una sesión de trabajo en Kafka Escuela de Escritores, donde es coordinador.
Juav Carlos Cucalón durante una sesión de trabajo en Kafka Escuela de Escritores, donde es coordinador.
Foto: cortesía de Juan Carlos Cucalón
06 de agosto de 2016 - 00:00 - Redacción Cultura

A Miguel Donoso Pareja (Guayaquil;  1931-2015) se lo recuerda con admiración y respeto, sobre todo como escritor. Pero no solo eso, sino también por haber traído —a poco de inaugurarse la democracia en Ecuador, a fines de los 70— los talleres de creación literaria.

Donoso, junto con el narrador guatemalteco Augusto Monterroso, hizo el experimento en México, a pedido de la Universidad Autónoma, y el resultado fue halagador.

Acá, en el país, lo llamó el Banco Central para que repitiera la experiencia y, fruto de ello, la literatura acogió con entusiasmo la palabra sonora de Mario Campaña, Fernando Itúrburu, Jorge Velasco, Huilo Ruales, Jorge Martillo, Livina Santos, Franklin Briones, y otros.

Miguel Donoso Pareja, el escritor guayaquileño fue el pionero de los talleres literarios en el Ecuador.

Desde esa época hasta ahora muchas páginas se han publicado y muchas se han leído. Los talleres han continuado y los alumnos, cuento o poema en mano, acuden ávidos.

Uno de los que creen en esta “escuela de escritores” es Edwin Madrid, quien tiene a su cargo los Talleres de Escritura Creativa.

Él está convencido de que estos espacios no son un invento reciente y defiende su legítima vigencia: “Incluso aquellos que odian a los  talleres, hacen taller. Pues cuando están escribiendo o cuando han terminado de escribir, antes de publicar, el hecho de que pasen su texto a su mejor amigo o que pongan en consideración de a quien, ellos, creen que pueda darles una opinión acertada de lo que acaban de rubricar, es tener su propio taller, no importa que sea de dos o 10 personas. En un Taller de Escritura se hace, exactamente, lo mismo”.

Para Madrid, “la escritura y el escritor no son elementos asépticos, se involucran con los demás, y pedir la opinión de alguien antes de mandar a la prensa un texto  es tan inherente al acto de escribir, que ha permitido leer obras maestras que de otra manera no se hubieran escrito”.

Pone como ejemplo la historia del autor checo Franz Kafka, quien ordenó a su amigo y albacea destruir todos sus manuscritos. “Ojo, no los destruye porque lee y advierte la importancia de esa obra”.

“La creación se realiza en solitario, no conozco escritores que elaboren sus poemas a 10 o 12 manos. Y el taller no arregla nada, solo emite  comentarios y si el autor recibe uno de esos comentarios como acertados a lo que él cree de su texto y si decide que incorporando esa sugerencia mejora su texto, es solo decisión de ese profesional asimilar o no todo lo que se pueda comentar de su texto. Finalmente, en la literatura no  se trabaja con certezas y si hay hallazgos, serán encuentros de los  lectores. Lo que hace un escritor es trabajar con convicción y honestidad”, puntualiza Madrid.

Fernando Itúrburu estudió con Donoso en uno de sus talleres y piensa que, “primero, los talleres ayudan mucho: a ganar confianza, a aflojar la pluma, a perder el temor, a acostumbrarse a la exposición al público y a la crítica, a compartir experiencias. Todo esto es muy importante en los inicios del oficio”.

“Cuando uno lee a otros lo que ha escrito, los otros reaccionan y dan sus opiniones. Luego el autor o autora los evalúa, se queda con lo que piensa conviene; mas es un asunto de estar abierto y ser disciplinado”, señala el poeta guayaquileño, que fue parte del grupo Sicoseo.

Está tan seguro de la utilidad de estos que, hace dos años, hizo una propuesta al gobierno para llevar estas intenciones a escuelas y colegios. Aún espera la respuesta.
El autor guayaquileño Juan Carlos Cucalón habla con la certeza de quien ha transitado, desde hace tres décadas, en el territorio de la enseñanza. Empezó como tallerista con Huilo Ruales –a quien llama el “culpable” de haberlo metido en ese oficio- y terminó con Donoso Pareja.

Cucalón está convencido de que, efectivamente, el acto de crear un cuento, un poema o una novela, es individual y le pertenece a su autor; además, nadie va a “arreglar” un texto a los talleres literarios.

“Los talleres literarios —opina— tienen dos objetivos básicos: primero, acercar al participante a descubrir su voz propia y, la segunda, descubrir un nivel de autocrítica después de que los demás participantes del taller le han dicho de todo y el coordinador del taller le ha dicho, ‘mira, aquí tienes que poner esto y lo otro’; claro, pero siempre y cuando ese nivel de autocrítica le permita dejar de lado los orgullos, las arrogancias y los afectos”.

Huilo Ruales, autor de varias obras de trascendencia, estima, respecto al tema, que de lo que se trata es de crear un contexto en el que los participantes actúen como alcohólicos anónimos pero al revés, es decir, en vez de alejarse del vicio de escribir, lo defiendan.

“El taller hace posible que quienes se sientan afectados por el vicio de escribir, se conozcan y compartan experiencias bajo la orientación de un coordinador capacitado. Se crea una especie de logia en la que se conjugan intereses y herramientas. Un taller no es una especie de hamburguesería en la que el coordinador impone su criterio, no funciona como un elemento castrador”.

Está de acuerdo en que debería haber una política de Estado que favorezca la difusión de talleres, aunque eso implica un riesgo. “Primero debe haber gente capacitada, que sepa orientar, porque es muy fácil improvisar y luego el remedio puede ser peor que la enfermedad”.

Asimismo, para él, una de las “opciones” de quienes no logran adaptarse a los rigores de un taller puede ser la de que, si no se convierte en escritor, se convierte en un gran lector. “En la medida que se lee uno advierte cuál es el camino”.

Jorge Velasco Mackenzie es autor de varias novelas como El rincón de los justos. En la actualidad coordina dos talleres creativos auspiciados por la Casa de la Cultura, uno en Guayaquil y otro en Quito.

“Pienso que un taller es importante para un escritor porque le enseña el mecanismo idóneo para mejorar su escritura; no sirve para descubrir genialidad ni brillantez, básicamente es un ejercicio práctico en el que, quienes llegan, puedan mirar su trabajo desde la mirada  del otro. Esa manera de mantenerse un poco alejado, un poco distante, digamos, le permite ejercer lo que muchos llaman la autocrítica”.

Una de sus novelas más celebradas, Canciones para una canción perdida, es producto del taller que tuvo con Miguel Donoso Pareja. (I)

Datos

El escritor y periodista Omar Ospina considera: “Pueden dar elementos técnicos sobre cómo escribir, pero la creación es un asunto individual y solitario”.

El poeta cuencano Efraín Jara Idrovo opina: “Los talleres literarios funcionan si quienes lo dirigen son personas con formación, como talleristas; el lenguaje literario tiene sus propias características”.

Mario Campaña, extallerista, piensa: “El taller es eminentemente práctico: apunta a pulir torpezas, no en la concepción ni en la alimentación o análisis de mundos”.

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