El seminarista, La certeza de los presagios y otras perturbaciones
El seminarista, de Rubem Fonseca, es un peligro, tanto como historia contada que como personaje. En efecto, esta novela de Fonseca –la número once de su producción- lo muestra una vez más como un maestro en la narrativa brasileña, un escritor conciso y contundente, capaz de mantener la tensión página a página. De ahí su peligrosidad: una vez engarzado en la historia, el lector no puede soltar el libro hasta que lo termina y queda siempre deseando más.
Como personaje, el Seminarista es un asesino a sueldo, a quien matar no le produce placer, tampoco remordimientos. Es simplemente su oficio, un oficio que le permite gozar de lo que realmente ama: los libros, el cine y las mujeres.
Recibía órdenes concretas, para trabajos específicos, de alguien a quien llamaba el despachante. Este le daba las precisiones sobre el cliente (la víctima) y él prestaba el servicio.
Pero al asesino a sueldo sí le afectaba el ejercicio de su oficio. Entonces se complica su vida y se teje la morosa acción de la novela, que no por pausada y sutil deja de ser apasionadamente interesante.
Hay que leer a Fonseca. El nos reestablece en el placer de la lectura, se hace leer, nos restituye la inocencia frente al texto, ante la tesitura de sentir, y al unísono, llenarnos de sentido.
La certeza de los presagios/Cinco narradoras ecuatorianas es un libro que trata sobre los tanteos iniciales (los presagios) de cinco narradoras ecuatorianas que, al margen de su mutuo conocimiento, deciden recopilar sus señales primigenias en el difícil camino de la narrativa.
La muestra se refiere a los tanteos de ciego de las siguientes iluminadas, cuyas fechas y lugares de nacimiento consigno entre paréntesis: Leonor Bravo Velásquez (1953, Quito); Jennie Carrasco Molina (1955, Ambato); Martha Rodríguez Albán (1959, Loja); Ruth Patricia Rodríguez Serrano (1966, Loja); y Elsy Santillán Flor (1857, Quito).
De los tanteos iniciales (o presagios) expuestos en el volumen, los más consistentes y prometedores son los de Martha Rodríguez Albán, y los menos convincentes, por tratarse de cuentos publicados, los de Elsy Santillán Flor. Su inclusión me parece muy traída de los cabellos. De las tres restantes destaca, por su desarrollo ulterior, Jennie Carrasco Molina. Leonor Bravo Velásquez y Ruth Patricia Rodríguez Serrano (la más joven) presagian mucho y muy bueno, pero se ignora por completo qué lograron.
Pasemos ahora a otras (raras) perturbaciones. Futbolísticas, por ejemplo: 1. La fabulosa campaña del EMELEC en la Copa Libertadores: 3-2 al Flamengo (en Guayaquil) y 3-2 al Olimpia (en Asunción); y 2. La goleada del Deportivo Quito (en la capital) a las chivas de Guadalajara, el “rebaño sagrado”, sus hinchas dixit. Goleada superlativa, es decir, goliza (como paliza): cinco pepinos a cero. La chiva, de rodillas, rogaba: “No don Quito, soy doncella, la puntita nada más”. A lo que el quiteño respondía: “Nada, nada, toda ella y varias veces además”. Fueron cinco ¿sin sacar?
Ya en octavos de final nos toca bailar con las más feas. Tanto el Emelec como el Quito tienen que emparejarse con equipos brasileños, es decir, en forma dispareja. Hasta ahí llegamos. Punto y apártate. Ocupa tu lugar. Zape garabato, los patos no concuerdan con los gansos. Ni los tigres con los gatos.
Parafraseando un título de Leopoldo Benites –“Don Quito el anti-amor”, una perturbación postrera. Dice don Leopoldo que Don Juan (Don Quito) es un personaje múltiple con una amplia gama que se extiende del Don Juan nórdico que “es una idealización del amoroso insatisfecho que va en busca del amor sin encontrarlo”, hasta el español, “que es el burlador, con su lujuria insaciable y su sentido teologal, la humillación de la carne, el castigo de pecado, la abominación de la mujer de las mujeres, que se transforma sublimando en un incesante afán de gozarlas pero no de amarlas”.
Nota bene: cabe recordar que el Don Juan español es la creación de un cura: fray Gabriel Téllez.