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El Telégrafo
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El rock en vivo confirmó la nostalgia que los amantes de esta música sienten por un pasado distante

Este año será recordado como el primero en que Max Cavalera  arribó a Ecuador. Foto: Marco salgado / El Telégrafo
Este año será recordado como el primero en que Max Cavalera arribó a Ecuador. Foto: Marco salgado / El Telégrafo
28 de diciembre de 2014 - 00:00

Los símbolos que trascienden lo musical en la forja de la identidad roquera tiene que ver más con prácticas suscitadas en la segunda mitad del siglo XX que con las actuales pese a la renovadora presencia de jóvenes entre los componentes de esta cultura urbana.

En Quito, los lugares de encuentro que hasta hace unos años fueron escenarios de la difusión de los sonidos pesados han cambiado o desaparecido dejando a pocos referentes en el camino. Uno de los sitios fijos es la Concha Acústica de la Villaflora, escenario en el cual se realiza el concierto de fin de año de forma ininterrumpida desde 1972 y cuyas experiencias recopila el periodista Pablo Rodríguez en el libro ‘Concha Acústica, cuatro décadas de historia’ (Ministerio de Cultura, 2014). Pero el resto de enclaves en el mapa de esta música carece de lugares propios para otros eventos que cuentan con la presencia de artistas foráneos. En 2014 las agrupaciones Grave Digger, Doro, Metallica, Cavalera Conspiracy y Extremoduro dieron sus conciertos en plazas tan disímiles como el estadio de Guanujo (provincia de Bolívar); el parque Bicentenario, la Plaza de toros Belmonte y el Ágora de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, respectivamente. Esto en cuanto a las más grandes agrupaciones que debutaron en el país.

Pero, más allá de la falta de un lugar adecuado para este tipo de eventos (ninguno de los citados reúne las condiciones necesarias para albergar un show de forma eficiente), los sentidos que generó cada show quedarán en el recuerdo de los asistentes.

En todo caso, la impronta de un festival masivo sigue en espera pese al anuncio de la nueva administración municipal de querer hacer un evento tan grande como el Festival Rock in Rio. En ese marco, la llegada de Sting, como parte del Festival Quitonía, no fue más que la remembranza de un estilo al que varias generaciones hubieran querido escuchar antes de este año y, quizá, junto con The Police, banda que lo consagró.

Por otro lado, y si de carisma sobre las tablas se trata, la primera visita del guitarrista y cantante Max Cavalera, al mando del grupo Conspiracy, se lleva los aplausos de sus seguidores. El antecedente visible de este concierto se remonta a 2004, cuando su hermano, el baterista Iggor Cavalera, llegó a la Plaza monumental de Quito con los brasileños Sepultura. (En 2010, esa agrupación, de cuyos integrantes originales solo queda el bajista Paulo Jr. volvió al país, sin el baterista). Para que, finalmente, la dupla fundadora arribe a mediados de septiembre a complacer a sus fanáticos, quienes disfrutaron de un repertorio que no dejó de lado temas como ‘Beneth the Remains’, ‘Desparate Cry’, ‘Arise’, ‘Refuse/ Resist’, ‘Territory’, ‘Inner Self’ y ‘Roots Bloody Roots’, compuestos por la leyenda de Belo Horizonte.

Meses atrás, durante el carnaval de Guaranda, los alemanes Grave Digger, banda de power metal también formada en la década del 80, arribaron al festival que tuvo como acompañantes estelares al grupo de Doro Pesch y a un puñado de bandas nacionales. Se trató de un evento inédito al que asistieron amantes de la música que dudaban hasta el último momento si sus héroes se presentarían, lo cual reforzó la emoción que sintieron al escuchar clásicos con los que crecieron.

En marzo se dio otro evento sin precedentes cuando ‘los 4 jinetes del Apocalipsis’ llegaron con sus tonadas de thrash metal. Metallica satisfizo las expectativas de unas 35.000 personas del país con un repertorio que parecía dar saltos de tiempo completando la expectativa que generaron los medios masivos.

Finalmente, el año cerró sus conciertos previos al de la Concha Acústica con la llegada de Extremoduro en una de sus etapas más poéticas. Eventos que complementó Sal y Mileto y sus 2 décadas a cuestas en una sinfonía de la nostalgia para varias generaciones.

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