El rentable negocio de matar a sus seres queridos
El pueblo cubano es un pueblo sobreviviente, que ha vivido de la refriega y que ha convertido al mercado negro en un sustento socioeconómico de su gente. Acaso esas condiciones dan para llamar a Cuba un país de emprendedores de verdad, como se veía hace 20 años en la emblemática “Fresa y Chocolate”, donde el protagonista, Diego (Jorge Perugorría), es vecino de Nancy, ex prostituta cuyo único ingreso es la venta informal de alcohol.
Así de informal, en constante oportunismo, es como Juan (Alexis Díaz de Villegas) se gana la vida -porque se vive mejor con un mínimo de esfuerzo que trabajando duro-, y así mismo es como arma el negocio que se grafica en la primera historia de zombis cubana: “Juan de los muertos”, ganadora como mejor película iberoamericana en la última edición de los premios Goya.
Y es que Juan es, al igual que sus paisanos, un sobreviviente: “Sobreviví al Mariel, sobreviví a Angola, sobreviví al periodo especial y a la cosa ésta que vino después. A mí nada más que tú me das un filo y yo me las arreglo”, dice de entrada, mientras pesca en una pequeña balsa triangular construida con llantas viejas y otros desechos, junto a su amigo Lázaro (Jorge Molina).
El tono en que lo dice deja en claro cómo es el personaje, fuera del instinto de conservación, luego de esa cuasi declaración política, de esas que descartan de plano ese deseo latente de abandonar Cuba para irse a Miami, lugar común de la industria cultural y los disidentes cuando hablan de su patria.
Mientras pescan, un cadáver aparece en la superficie. Es un cuerpo putrefacto, que flota boca abajo. Ha picado el anzuelo de Juan -parecía pez gordo-, y luego de unos segundos -que la película deja para la contemplación y la incertidumbre-, alza la cara repentino, como recurso de suspense, y se revela el primero de muchos zombis que saldrán a lo largo de la historia.
Nunca Hollywood nos contó cómo es que los cuerpos que acaban de morir se descomponen tan rápido para convertirse en esos zombis asquerosos, llenos de pústulas, y “Juan de los muertos” tampoco lo hace. Y es que el interés de la película transita por otros lados.
“Juan de los muertos” se inunda de política y cuenta, como quien no quiere la cosa, una realidad cubana que se deja leer sutil en las entrelíneas del audiovisual.
Una vez que los zombis toman escena y empiezan a atacar a la gente, un presentador de noticias en televisión informa que éste es un ataque perpetrado por los Estados Unidos, con la ayuda de disidentes en el interior. Termina su parte convocando al pueblo a una marcha.
En una de las no pocas escenas en que se remata a los muertos, aparece Juan, parado triunfante sobre los cadáveres de zombis que acaba de liquidar. De fondo, un muro reza la popular “Patria o muerte”. Si bien son críticas que se cuentan como bromas, el filme da cuenta de cómo es relajado el control de contenidos en el cine cubano.
Mientras que los zombis empiezan a tomarse las calles de La Habana, la gente no sabe qué son esas criaturas que se reaniman en un estado de muertos en vida. Se limitan a llamarlos “disidentes”, y a Juan se le ocurre lucrar de ello. “Juan de los muertos, matamos a sus seres queridos”, es la frase con la que se contesta al teléfono en este negocio, liderado por el propio Juan, veterano de Angola.
Por su edad (40), se deduce que estuvo en África a los 18 años, durante el servicio militar, en la batalla de Cuito Cuavanale, en 1988, una de las definitivas para la retirada del ejército sudafricano en su guerra contra el comunismo.
Al equipo de cazadores de zombis (30 pesos por cuerpo), se suman Lázaro (que es igual de descarado que Juan, aunque nada inteligente); el hijo de Lázaro, Vladi California (Andros Perugorría, hijo de Jorge Perugorría); la hija de Juan, Camila (Andrea Duro); un travesti del barrio, La China (Jazz Vilá), y El Primo (Eliécer Ramírez), un negro enorme que va con los ojos vendados porque se desmaya al ver sangre.
Si bien la película es una comedia sobre zombis, no son pocas las escenas de tensión: se trata, después de todo, de situaciones donde es mucho lo que se pone en juego, incluida la vida.
Luego de rescatar a Camila, no sin antes lidiar con su ex suegra convertida en zombi, a Juan le llega esa voz de la consciencia a la que se accede más por compromiso que por decoro. Siempre la relación con su hija fue tensa, y ahora está sometido al escrutinio constante. A Camila, que fue criada por su madre en España, no le gusta para nada que el grupo de combate de Juan -a quien llama por su nombre y no “papá”- sea un negocio.
Pero el negocio pronto deja de ser rentable: hay tantos zombis en La Habana -“yo los veo igual que siempre”, dice Camila-, que todo se resume en la supervivencia.
Y tras descubrir que Lázaro tiene una herida posiblemente infectada, y de que un estadounidense les explicara que las criaturas se llaman zombis, Juan el sobreviviente se plantea por primera vez en su vida la intención de largar a Miami -pese a su desprecio por los “gusanos” y los yanquis-, en una película que termina, como empezó, con una declaración de principios.