El Quito que se tragó la voraz modernidad
Un auto de los años 60, quizás un Ford de aquellos de lata dura, color pastel, y de gigantes faros se encuentra parqueado junto a una casa colonial. Al lado una estrecha vereda donde apenas pueden caminar dos personas y que parecen saludarse.
El viejo tranvía de hierros y madera transportaba a la población, aún pequeña, reflejo de una ciudad religiosa y de economía minúscula. Un viejo equipo de fútbol ya extinto jugará con Liga Deportiva Universitaria en la desaparecida cancha del Arbolito. Son las fotografías de los retratistas de la ciudad, fotoperiodistas o exploradores extranjeros que con cámara en mano deambularon por el Quito viejo tatuándolo para la historia.
Ahora todo ha cambiado. Algunas casas antiguas se las tragó la modernidad con sus ansias de devorarlo todo.
Muchas no tienen explicación, como el edificio de la Municipalidad o la Biblioteca Nacional.
El fotógrafo Luis Mejía es uno de los artífices de la conservación de la memoria. Cuenta que tomó muchas imágenes sin que se lo pidieran en el trabajo, hace varias décadas, cuando trabajaba en el diario El Tiempo. Aún recuerda que hizo fotografías a una persona de notable inteligencia en la Biblioteca Nacional. Se trataba del escritor Jorge Icaza, así como el poeta Jorge Carrera Andrade, grandes de la cultura.
“Solo con la fotografía se puede recordar aquellos lugares del Centro Histórico que los alcaldes no los mantuvieron”, comenta. Ahí destaca la Casa del Toro y la casa de Benalcázar, que pese a conservar sus fachadas, el interior no corresponde al modelo original.
El fotógrafo Cesar Moreno, que trabajó durante mucho tiempo en medios impresos locales, aduce que la migración de la gente de campo a la ciudad hizo que se perdieran muchas costumbres y respeto: “Ahora no se conoce al que vive al lado, cada cual marcha por su propio camino y no hay interés por mejorar la ciudad. Botan basura, tienen las calles sucias y uno no puede caminar tranquilo por las veredas”.
Destaca que Quito era muy conventual, donde se podía saludar a todos, “a los curitas y a las monjitas”. “Los domingos se iba a la iglesia con el mejor vestuario. La gente usaba su sombrero como señal de respeto y elegancia”, recuerda.
Moreno añade lo difícil que es capturar a la ciudad en un solo disparo por su abismal crecimiento. Antes la ciudad comenzaba en Chimbacalle e iba hasta la Alameda, de sur a norte, mientras que de oriente a occidente era San Juan y el Itchimbía era “monte”, así como El Panecillo.
“En el occidente se siguen invadiendo las laderas y los bosques ya casi no existen. La gente del campo construyó donde más le parecía”.
Moreno, ya de 75 años, añora el fútbol que se practicaba en el Estadio del Arbolito, donde nunca se quemaba tiempo. “En el fútbol era raro que un futbolista salga lesionado, ni siquiera se oía eso de quemar tiempo. Un partido duraba los 45 minutos exactos. Antes había honradez en lo deportivo”, relata el fotoperiodista.
El compilador de esta muestra es el doctor Irving Iván Zapater, quien dirige el Consejo Nacional de Cultura y que ya ha publicado varios libros sobre fotografías de décadas anteriores y de diferentes ciudades del país. Comenta que al seleccionar las fotos se consideró al urbanismo y la vida cotidiana. Además de revalorizar el trabajo de los fotógrafos en un arco de más de un siglo.
“Nuestra intención con la divulgación de estas imágenes es que nos identifiquemos con una ciudad de tantos valores urbanos como humanos. También que, al ver el pasado, nos lamentemos de las destrucciones que hemos cometido y reflexionemos sobre el valor patrimonial y, en el futuro, cuidarlo”.
Zapater explica que, más allá del patrimonio urbano, queda la nostalgia y la añoranza por una vida más tranquila. Una oportunidad para encontrarse con una ciudad oculta.