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Ecuador, 04 de Octubre de 2024
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El Telégrafo
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El punk se escribe desde lo cotidiano

La música tiene su lado histérico, su película tipo B, una contracultura que se ha gestado con su propia fuerza e innnovación. Las Zabandijas de la 18 son parte de esa escena. Sus cuatro integrantes son de los más de cuarenta protagonistas que han pasado por el bajo, la guitarra o la batería con la dirección de la misma voz atónita y arrítmica de Marco, el único que nunca puede faltar para esta banda punk, el único que se mantiene en ella desde el principio, en 2009.

Su nombre puede marcar un precedente para el estereotipo. Nace de eso, de las quejas de un hombre por el ruido que producían en Huancavilca y la 18 (Guayaquil) donde vivían los primeros integrantes y gestaron sus primeras letras. “Ustedes son unas ratas, son unas sabandijas”, les gritaba al paso. El vecindario adoptó la queja para nombrarlos. Desde ese entonces han recorrido el país y algunas partes de Colombia con ese nombre.

Entre las consideraciones primarias para el punk está su forma ideológica, esa falsa tesis de que para construir esta melodía se tiene que protestar contra la conformación del Estado.
Con algo de eso se identificaron los primeros integrantes de Zabandijas, cuando su nombre era Kaótica Existencia, se consideraban anarco-punk y las canciones con las que trabajaban eran parte de un activismo político.

Posteriormente, la banda se refundó y vivió un proceso rompecabezas. A partir de entonces las letras empezaron a contarse desde la visión subjetiva de la realidad que tiene Marco. Durante los últimos dos años los integrantes de las Zabandijas de la 18 han sido Andrés Loor (batería), ‘Shamán’ (bajo), ‘Carevieja’ (guitarra) y Marco en la voz. Esto ha permitido que la banda mejore su sonido y que el narrador de las canciones consolide su performance sobre el escenario. “Todo lo que cuento es sobre la decadencia que vivimos, el horror y el morbo que está en el día día a día, el punk está en la calle”, dijo Marco. Con ese antecedente sobre la forma de sus canciones se comprende su furia sobre el escenario, la razón y el incentivo de la fuerza de los seguidores de este género para el ‘pogo’.

“Para el momento en escena intento expresar, meterme de nuevo en lo que hice, en lo que pensé y viví, por eso todo el desenfreno y energía suelta. La rabia y el odio nos acompaña”. Hace dos meses, parte de esas historias se grabaron en Kuerpo indikador de los estadoz mentalez, un disco en el que se narra la persecución de un metropolitano al vocalista, luego de escribir en una pared. O los quince días que pasó en la cárcel luego de sufrir un accidente de tránsito.

El punk en el país es un micrositio, una pequeña partícula que poco a poco se expande y no tiene cabida para estar de moda. Para el baterista, “el punk es políticamente incorrecto en todo sentido, no cree en nada más allá de nada, hay que vivir el presente y destruir lo establecido, los valores morales que rigen la sociedad”, por ello -como dos de sus compañeros- no cree que necesariamente se lo deba calificar como una forma de vida.

Para el vocalista, en cambio, sí lo es. “Yo lo tomo como una forma de vida, es un legado, es el rechazo, una forma de reivindicar lo que se vive”, manifestó Marco.
Esta agrupación, como muchas de las que se están gestando en la ciudad, comparten el cuarto de estudio en el que trabajó un punkero para los ensayos. En ese sitio nivelan el volumen de sus instrumentos y se preparan para la siguiente tocada.

La gente que integra esta contracultura también es la que mueve cámaras para el registro, dibuja y arma las portadas de los discos para venderlos en tableros o intercambiarlos en los bares punk en los que  contagian esa controposición ideológica que tienen de su música.

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