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Ecuador, 29 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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“El poeta: un arqueólogo en busca del asombro”

A diferencia de la mayoría de poetas, Mario Arteca (La Plata, Argentina, 1960) se tomó su tiempo para publicar. Su primer libro, “Guatambú” -aunque no fue el primero que escribió- apareció en 2003, cuando el autor tenía casi cuarenta años.

Desde entonces, en esta última década, su obra, de cualidad lingüística muy singular, diríase hasta extraña, pero siempre desafiante y rica, ha cosechado un sostenido reconocimiento continental. Un año después de la publicación de Guatambú, por ejemplo, fue incluido en la importante antología “Jardim de Camaleoes” (Iluminuras, Sao Paulo. Edición y selección de Claudio Daniel); a la que siguieron, entre otras,  la también relevante “Pulir huesos. Veintitrés poetas latinoamericanos” (Galaxia Gutenberg /Círculo de Lectores. Barcelona, 2007. Selección y prólogo de Eduardo Milán) y “Antología de la nueva poesía argentina" (2009, Perceval Press, Santa Mónica, California, Estados Unidos).

Arteca, quien,  además de escritor, es periodista radial y de prensa escrita en su natal La Plata, visitó Guayaquil como invitado de la última Feria del Libro, organizada por el Ministerio de Cultura, y compartió con los asistentes, en un conversatorio abierto, sus consideraciones sobre el hecho poético. 

¿Podría ampliar esa idea suya de que el poeta trabaja con “un segundo asombro”?

Ocurre que el primer asombro corresponde a ese momento en que el autor se siente conmovido por lo que está escribiendo. Se trata de cuando la cabeza funciona sin una relación con un trabajo previo; y, más bien, en relación con las emociones... No es que desconfíe de las emociones, pero considero que el trabajo del escritor debe depender de ese segundo asombro, que es lo que ocurre, obviamente, después de ese  logro inicial de asociar palabras.

Creo que se debe ir trabajando, puliendo, sin extraviar esa lumbre primera, desde luego, pero también sin descartar  la posibilidad de que, a partir de dicho trabajo, encontrés algo absolutamente diferente de lo que surgió al principio. El escritor no debe privarse de ser una especie de arqueólogo...

Están por reeditar su  libro “Guatambú” en Perú. Ha manifestado que lo escribió aplicando una rutina que iba de las once de la noche a las tres de la mañana, con una hija recién nacida que lloraba “como un becerro”... ¿Qué circunstancias cree necesarias para que la escritura responda a un programa,  a una disciplina?

Esa disciplina es posible dependiendo de lo que te imaginés acerca de tu propia literatura. En el caso de “Guatambú”, por ejemplo, fue una etapa bastante complicada de mi vida, no tanto en lo personal íntimo, sino en lo económico.

Estamos hablando del 2000-2001 en Argentina, cuando el país se caía a pedazos (y definitivamente se cayó a pedazos). Perdía trabajos, me costaba encontrar el sustento... Y a la vez estaba feliz por el nacimiento de mi hija...

Entre esas circunstancias contrastadas, decidí trabajar una opción de largo aliento, sostenidamente; porque yo esperaba que “Guatambú” fuera un trabajo monolítico... ¡Y quién no quiso en algún instante llevar adelante el proyecto de los Cantos, de Ezra Pound!... Claro, después de él fracasamos todos... Pero esa idea de hacer una especie de gran combinación de procedimientos a mí me salvó la cabeza. Hubo, además, influencia puntual de trabajos como “Catatau”, de Paulo Leminski; “Paterson”, de William Carlos Williams; y “Mar paraguayo”, de Wilson Bueno... Creo que por allí va el parentesco de “Guatambú”.

Entonces, esa disciplina de la que hablas responde, en mi caso, al hecho de que trato de hacer libros, no colecciones de poemas. Me imagino un libro; pienso, más que en un tema, en un lenguaje, y desde allí desarrollo una noción poética; trato de ponerla en juego. A veces fracaso, por supuesto, pero esa es mi vertiente...

Acerca de su primer libro, “Bestiario búlgaro”, ha dicho que el gusto por el arte pop se ajustaba a  que intentaba plasmar “la idea de lo alto y lo bajo al mismo tiempo”, como ocurre en la obra de uno de sus escritores favoritos, John Ashbery. ¿No cree, sin embargo, que el exceso de pop ha entorpecido mucho de la obra de poetas argentinos recientes? ¿Qué sendas recorrió usted específicamente para consolidar una voz  singular, de espaldas a esa suerte de “moda”?

Creo que el pop al que te referís se relaciona con una noción más amplia, y que trabajaron algunos poetas argentinos en los noventa, hasta constituir una tonalidad estética que hasta hoy perdura, aunque con algunas variantes (que tienen que ver con el objetivismo, la palabra directa, el habla urbana)... A mí me interesó puntualmente la pintura, con el collage, el hiper-realismo, la “segunda simplicidad”... De allí mi conexión con Ashbery, a quien sigo leyendo muchísimo, a pesar de las traducciones...


... Es bastante cercano a algunos poetas de habla inglesa, lo cual se puede ver en el “temperamento” de algunos de sus poemas...

Sí, es cierto… Seamus Heaney, por mencionar  alguno, me sigue pareciendo un autor muy profundo, que  hace poesía sobre algo que uno no conoce: esa realidad irlandesa marcada por una hiper-ruralidad cotidiana, en donde se suscita una suerte de trabajo del hombre contra sí mismo.

Y de lo que está pasando en América Latina, donde el panorama es muy complejo, ¿qué lectura -a grandes rasgos- tiene?

A todos nos pasa que nos sentimos influenciados por los grandes nombres históricos, o por los mayores... Pero a mí últimamente me ha pasado que me siento muy concernido por lo que están haciendo los jóvenes en América Latina.

Lo rescato porque creo que están dando una batalla muy dura contra la sintaxis... Me gusta ese riesgo que están tomando, y lo veo en Perú, Ecuador y otras partes.

Me gusta esa poesía que no parecería tener centro, con una mixtura de géneros, con una conciencia, repito, del riesgo... Pienso, en cuanto a lo que ocurre en Argentina, por ejemplo, en alguien como Martín Rodríguez, quien trabaja todos los elementos de la poesía argentina de los noventa, pero con cierto misticismo; y otras veces como si estuviera degradando adrede precisamente esos elementos... Rodríguez siempre parece  a punto de trabajar el afuera, pero regresa a su adentro subjetivo... en ese ir y venir hace una poesía muy extraña y valiosa...

No es por quedar bien, pero veo muy interesante lo que está pasando en Ecuador con Juan José Rodríguez, Mussó (Luis Carlos), los dos Carrión (César Eduardo y Ernesto), Santiago Vizcaíno...

Ahora, hay quienes piensan que existe una vuelta al neobarroco, y me parece que ese es un error de lectura. Lo que hay es un trabajo sobre la lengua que resulta un poco más arriesgado que el de hace diez o quince años, pero desde luego que existen muy diversas estéticas en juego, el panorama es complejo...

Esa lectura, la del supuesto regreso al (o del) neobarroco, ha generado polémica...

El corpus del neobarroco está claro: tienes a Kozer, el primer Arturo Carrera, la primera Tamara Kamenszain, Perlongher obviamente, Echavarren (aunque aquí tengo mis dudas, ya que lo que en realidad lo determina es una línea inglesa,  más allá de sus destellos barrocos)... Pero ahora toda escritura que de alguna manera brilla extrañamente, que interpela a la lengua, entonces se asocia con el membrete de neobarroco, y eso es reduccionista... ¿Qué se puede escribir sin ser etiquetado?

Actualmente hay una controversia, ya que un grupo de poetas firmamos una carta abierta a raíz de la publicación de una antología llamada “Poesía ante la incertidumbre”, que sacó Visor, editorial española... Hay gente muy “piola” que publicó allí; no es nada en contra de los poetas, pero sí contra el prólogo, que dice una de las cosas más estúpidas que he escuchado en los últimos años, aquello de que parte de América Latina está virando hacia el experimentalismo, la vanguardia y la “poesía de la dificultad” como forma de ocultar su falta de talento... Más allá de una mirada un tanto colonialista y muy torpe, es una tontería producto de la desinformación.

Creo que son muy peligrosas las miradas que, aparte de que se ponen a etiquetar, dicen: “esto no sirve”... No se ponen a leer a ver de qué se trata la poesía de Ernesto  Carrión, de Maurizio Medo... Y esto no tiene que ver con el gusto: vos podés preferir o sentirte más atraído por una estética o por un estilo que por otro, lo que no podés hacer es tapar lo que está ocurriendo.

Decir: “esto no existe; esto no es poesía”, cuando lo que está pasando en muchos lugares de América Latina es que se ponen en entredicho, precisamente, las fórmulas, las recetas poéticas; eso de que para que algo sea poesía debe hablar solo de ciertos temas y en determinados tonos... porque  aquello lo que le da a la gente es, indefectiblemente, un lugar seguro; pero hay otros a los que les gusta abrir un libro y encontrar un desafío que los lleva a decir: “uy, vamos a meternos en este berenjenal”.

Allí uno se encuentra con el collage, la “conciliación genérica” entre poesía y ensayo, la experimentación... Es el desafío lo que, personalmente, me interesa; pero respeto la pluralidad de voces y, por supuesto, hago énfasis en que estamos frente a un panorama riquísimo y complejo, que no debe admitir lecturas críticas facilistas.

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