Publicidad

Ecuador, 23 de Septiembre de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Comparte

Entrevista / Ricardo Corredor Cure / director ejecutivo de la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI)

"El periodismo debe narrar la manera en que las personas se reconstruyen"

"El periodismo debe narrar la manera en que las personas se reconstruyen"
Fernando Sandoval / El Telégrafo
06 de junio de 2016 - 00:00 - Redacción Cultura

Publicar las historias de nuestras ciudades es la gran expectativa del grupo de periodistas que se reunió en Quito, la semana pasada. Ricardo Corredor Cure vivió más de un lustro en Brasil y vino desde Cartagena (Colombia) -donde vive- para hablar del camino a seguir en un país que está por reconstruirse.

Asimilar una tragedia y el dolor que conlleva es complicado, incluso para el periodismo...

Queríamos hacer un taller sobre cómo cubrir las ciudades, pero al hacerlo en Quito, cerca del terremoto, incluimos una dimensión para hablar a partir de la resiliencia. Es decir, cómo hacen las ciudades para enfrentar situaciones difíciles y cómo logran recuperarse, sobreponerse y proyectarse. La última sesión -del viernes 3 de mayo- fue acerca de informar sobre situaciones como estas, qué tipo de enfoques e historias habrá, sin perder de vista la cobertura de los temas urbanos que tiene como perspectiva la Conferencia Hábitat III (17 al 20 de octubre).

Usted trabajó en la reconstrucción del terremoto del eje cafetero en Colombia, ¿hay espacio para el periodismo de largo aliento a pocas semanas de un suceso así?

Sí. En estos momentos, de situaciones tan difíciles y complejas, es necesario el ‘periodismo todo’: el que tiene que cubrir la inmediatez a través de la noticia y también tiene que haber espacio para el que da una perspectiva, que analiza y permite ver las cosas con cierta distancia. Por supuesto que durante los días de la emergencia se necesita información del día a día, pero en la medida en que pasa el tiempo y uno se puede alejar del dolor inicial, sí hay cabida para una mirada más sosegada, que nos haga entender, por un lado, los problemas que se dieron en el momento de la tragedia (situaciones de descoordinación, donde la institucionalidad no funciona, explicar esto para tratar de mejorarlo) y, por otro lado, cómo la gente logra sobreponerse a una desgracia de estas dimensiones para reconstruirse y, luego, reconstruir el tejido social. Este último se rompe después de un terremoto: no solo se caen las casas, sino que la gente tiene que huir, hay una fractura que demanda reconstrucción y el periodismo, sus historias sobre la manera en que las personas se recomponen, es muy importante. Hay espacio para las crónicas, para dar una perspectiva, claro, pero también debe haber un buen balance: hay que seguir informando de lo que está pasando, de lo que funciona y no. Hay que hacer las dos cosas al mismo tiempo, el periodismo narrativo no excluye al noticioso en estos casos.

¿Hasta dónde contar la desgracia, hasta qué punto inmiscuirse o no en lo trágico que ha ocurrido?

Los dilemas éticos es a lo que más se enfrentan los periodistas. Cómo hablar sobre dolor, la tragedia nos pondrá frente a la posibilidad de narrar lo que, a veces, es incontable. Las pérdidas y sufrimientos hacen que no sea fácil y, como todo dilema ético, no hay un fórmula, respuesta o regla para esto. Hay unos consensos, por supuesto, los del buen periodismo: el respeto a la dignidad de las personas involucradas y el cuidado sobre la información, porque lo que se diga en estas circunstancias puede tener una repercusión mucho mayor a la de otras. Los principios del oficio son fundamentales, como la independencia de las fuentes, incluso de las oficiales.

El gran dilema es cómo hablo del sufrimiento respetando la dignidad de las personas y sin ocultar que hay un problema, real y profundo. Hay que entender que las tragedias no son circunstancias normales, pero los principios son los mismos: hay que sopesar la información, contrastarla, verificarla y mostrar todas las versiones de los hechos.

En cuanto a la cobertura de la tragedia, ¿al entrevistar se debe hacer una distinción entre las personas que han sido víctimas de desastres naturales y aquellas que lo han sido del crimen organizado?

En circunstancias de inmenso dolor el origen de aquello puede atenuar o no la situación. Si tienes a un hijo muerto porque le cayó un edificio encima o porque lo mataron unos bandidos, en ese momento no sé si haya una diferencia, la cual se dará cuando uno quiera entender las cosas más allá de la emergencia. En ese sentido, uno puede hablar de lo inevitable que es un desastre natural, el hecho de que no hay manera de controlar un terremoto, lo cual es cierto, pero una sociedad que habita un lugar en el que sabe que eso puede ocurrir, tiene que construir adecuándose a esa posibilidad. Si un edificio se cae, ¿podría haberse evitado eso a través de la construcción? En una situación de violencia, habrá otras preguntas pero, a la hora del dolor, creo que no hay gran diferencia por lo previsible que pudo ser un desastre.

Ahora tenemos un panorama: si vivimos en una región de tornados, o no construimos o lo hacemos de forma que las edificaciones sean resistentes y con un sistema de alarmas para poder evacuar cuando haya un tornado.

En cuanto a la ciudad y sus márgenes, ¿el sector del Bronx, en Bogotá -donde acaba de descubrirse un centro clandestino de supuesta tortura-, ha sido narrado desde una sola mirada?

Ese caso es emblemático, por decirlo de alguna manera, de muchos lugares de América Latina. En Sao Paulo (Brasil), por ejemplo, llaman Cracolandia a un sitio parecido al Bronx, donde se concentran consumidores de droga, gente que se ha marginado y donde hay altos índices de criminalidad. Allí hay que pensar que quienes están sumidos en la mayor marginalidad urbana terminan recluidos en un mismo lugar porque es donde encuentran comprensión, afecto incluso, y solidaridad. Estas personas tienen nombres distintos: indigentes, mendigos y la espantosa palabra ‘desechable’ que se usaba en Colombia... Entonces, si la exclusión es tan grande para ellos, que no pueden funcionar en una sociedad normal, los ciudadanos en las calles los rechazan y será casi natural que se concentren con sus propios vínculos. Lo grave es que las ciudades reaccionan a estos fenómenos cuando es demasiado tarde, cuando el problema se ha vuelto contundente. Y eso también le compete al periodismo. Antes del Bronx tuvimos un lugar igual que se llamó El Cartucho, muy cerca al Palacio Presidencial en Bogotá. Esa zona fue desalojada, ‘limpiada’ y determinó una nueva realidad. Una ciudad que solo ve un problema cuando estalla, debe hacerse preguntas urgentes y profundas.

¿Qué hace que una sociedad no sea capaz de ver lo que está pasando y actuar antes de que el problema sea demasiado grave?

Cuando la falta de previsión se extiende y en los márgenes se concentran cientos de personas, estos lugares se vuelven impenetrables para la Policía y normalizarlos es una miopía que solo se quitará cuando se vuelvan un polvorín. Me gustaría una ciudad que sea capaz de ver eso con anticipación y actúe para plantear soluciones. Yo sé que no es sencillo implementar políticas de prevención, pero tenemos que empezar a hacerlo. Hay dificultades en las urbes para anticipar los problemas que pueden traer las drogas y se miran desde un punto de vista criminal solamente, no desde la salud pública. Abordar esto de otra forma haría posible tener un sistema en el que una persona que empieza a caer en una red de adicción pueda ser atendida y pueda controlarse sin caer en una situación extremadamente violenta. Pero eso requiere una altísima inversión social y un trabajo serio. Si la tarea no se hace, pasará lo que está sucediendo en la capital colombiana. (I)

Contenido externo patrocinado

Ecuador TV

En vivo

Pública FM

Noticias relacionadas

Social media