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El paso de los premios Nobel de Literatura por Ecuador sacudió su cotidianidad

El paso de los premios Nobel de Literatura por Ecuador sacudió su cotidianidad
27 de abril de 2016 - 00:00 - Redacción Cultura

Pablo Neruda llegó a Guayaquil por mar, en barco. Junto a su esposa Matilde Urrutia se detuvo en diciembre de 1957 en el puerto que conservaba el aroma del café tendido sobre las veredas. Miró el paso apresurado de los cargadores agobiados bajo los enormes racimos de plátano. En ese entonces el río estaba más cercano a la gente y el tránsito por la ciudad se amilanaba con su brisa y el paso de inmensos pájaros negros.

Ese año, Neruda inició junto a Matilde un largo viaje por el mundo. Su trabajo poético cargaba con los primeros rasgos del partidismo comunista. De acuerdo al crítico literario Hernán Loyola la poesía de Neruda entre 1948 y 1957 está marcada por “cierto optimismo, a ratos voluntarista, en la visión del mundo. La óptica del hablante en Las Uvas y el Viento, en el ángulo político de Los Versos del Capitán, en Odas Elementales y en Nuevas Odas Elementales, parecía básicamente regida por la convicción de que la humanidad avanzaba -con voluntad y claridad ya enteramente decididas, con alegría y firmeza, con esperanza y resolución invencibles- hacia la pronta instauración de la ciudad dichosa, hacia la derrota de la oscuridad, de la guerra, del hambre, del dolor, de la muerte”.

Con aquella visión optimista Neruda llegó al puerto, se detuvo sobre la vida y la muerte, como le escribiría años más tarde a su amigo, el escritor guayaquileño Enrique Gil Gilbert. El día que Neruda llegó a Guayaquil el poeta manabita Fernando Cazón Vera lo reconoció al paso. La cara ovalada, los hombros anchos y la altura de aquel hombre le dieron la advertencia de estar cerca de una figura conocida en imágenes de recortes de periódicos y televisión. Su acompañante de cabello corto y delgada incrementó sus dudas y decidió seguirlos en su camino por el centro de la cuidad.

Tras varios minutos siguiéndolos se dijo “este es Pablo Neruda” y con el afán de darle a sus amigos poetas la buena noticia corrió a la Casa de la Cultura, núcleo Guayas. “Ha llegado Neruda”. Nadie le creyó. “Ya van a ver que después saldrá en los periódicos”, les advirtió. Y en las horas siguientes, Neruda llegó al lugar que advirtió Cazón Vera y Gil Gilbert convocó a algunos poetas a una velada con el autor, en su casa.

En la Casa de la Cultura, Neruda saludó con Hugo Mayo, con quien había intercambiado cartas cuando el guayaquileño dirigía la revista Motocicleta; Cristóbal Garcés Larrea, Adalberto Ortiz y la instigadora prensa.

En la casa de Gil Gilbert no hubo poesía hablada, solo risas y cangrejos. “Solo he visto a dos personas comer tan bien cangrejo, uno de ellos es Neruda”, recuerda el poeta Fernando Cazón. En la casa de los Gil se sumó a la velada Jorge Enrique Adoum, quien fue secretario personal de Neruda, y posiblemente el único a quien el poeta le avisó de su visita con anticipación, para poder encontrarlo en la ciudad.

“Hay pocas cosas que ver en Guayaquil. (...) Dos cosas me impresionaron en aquel puerto bananero, en el que hay pocas cosas que ver. Una es la muerte. Digo, el cementerio de Guayaquil, monumental, abundante de jardinería, bellísimo y suntuoso. (...) La segunda cosa que me impresionó en ese puerto fue la risa de mi amigo, es decir, la vida. Mi amigo se llama Gil Gilbert”, publicó Neruda siete años más tarde, cuando su amigo estaba preso por su militancia comunista.

Neruda llegó a Guayaquil antes de ser Nobel, pero configuró en su breve paso una idea de la dinámica en la que se mueve la ciudad. Conocía poco de la poesía ecuatoriana y reconoció su interés por la literatura del Ecuador “porque rezuma los profundos zumos vitales de su tierra. Porque no mira a Europa como otras literaturas y hasta cuando un poeta ecuatoriano escribe en francés como Gangotena -quien vivió su juventud en Francia- lo hace mejor que otros afrancesados que gozan de una discutible celebridad”.

Neruda se extrañó en su paso de lo poco que se leen los escritores latinoamericanos entre sí. Desde entonces, reconocía que “debería crearse una librería interamericana y la iniciativa ojalá que la tome vuestra Casa de la Cultura”, recogió de las palabras del poeta chileno Daniel Nothaf en la publicación de Cuadernos del Guayas, número 16. Si aún no existe esa librería, Neruda se encargó de mantener lazos dentro de la región.

Gabriela Mistral empezó en Ecuador el camino para obtener el premio Nobel de Literatura . La poeta chilena llegó al país en 1939. Dos años antes había declarado abiertamente su oposición al fascismo y desde Europa -donde desarrollaría su carrera consular- regresó a América Latina para publicar Tala, su tercer poemario. En esta obra, Mistral depura un poco su lenguaje formal, se vuelve más comunicativa. En Tala, Gabriela Mistral dedicó sus primeros poemas a la muerte de su madre. La ausencia materna condicionará el posterior desarrollo de la obra llevando a la poetisa a rechazar la realidad en medio de una amarga desesperanza.

A su llegada a Guayaquil, Mistral conoció a la poeta Adela Velasco. Fue ella quien, ante su resistencia a postular por el Premio Nobel de Literatura, escribió al presidente de Chile, Aguirre Cerda, para presentar su candidatura, sin siquiera consultarle. Seis años más tarde, Mistral llegó desde Brasil a la Academia sueca para recibir el Premio Nobel de Literatura, en el buque llamado Ecuador. Los lazos que tejió Gabriela Mistral en Ecuador la embarcaron en un reconocimiento internacional, a pesar de los días tristes que vivía tras la muerte de Yin Yin, su sobrino.

En 2004, luego de seis años de haber recibido el Premio Nobel de Literatura, José Saramago visitó Ecuador. Ese año había publicado Ensayo sobre la lucidez, una novela que mantiene la desconfianza frente a los gobiernos, al orden estipulado, a la ceguera que produce actuar sin tener los ojos abiertos, como en Ensayo sobre la ceguera.

Saramago estuvo solo siete horas en Guayaquil. Lo documentan medios locales. Llegó desde Galápagos a finales de febrero para dar una conferencia en Fundación Diario El Universo, en la que pocos recuerdan referencias sobre literatura. Saramago en Guayaquil habló de democracia, revoluciones interiores, derechos humanos y cambios sociales.

Allí, en medio de asistentes inusuales para su discurso, como la Reina de Guayaquil, que aplaudía cada vez que podía, lo nombraron Huésped Ilustre de la Ciudad. Saramago aprovechó para decir sarcásticamente que la ciudad que lo acogía se parecía cada vez más a Miami. “Asistí con unos alumnos de Literatura de la Universidad Católica previa llamada telefónica para separar cupos. Lo memorable de esa tarde fue la introducción de su discurso y algo que dijo sobre Guayaquil. Desde entonces mis amigos escritores y yo nos referimos al novelista portugués con el sobrenombre de ‘Saramargo’”, relata el escritor Marcelo Báez.

Saramago, según Báez, “dijo que estaba en una ciudad muy hermosa de grandes transformaciones a la que no había podido reconocer (dio a entender que había estado previamente). La gente aplaudió a rabiar cuando dijo que la había encontrado parecida a Miami. Yo no aplaudí, tampoco mis alumnos. Como les dije a ellos que tomaban conmigo la materia de Literatura Extranjera se trataba de una ironía. La regeneración urbana era uno de los temas que más se discutían en ese entonces y que un Premio Nobel hiciera esa comparación era tocar un tema polémico. Ningún medio actuó críticamente con esa perla cultivada, todos se rindieron ante el aparente piropo. Mientras hay un sector sumiso con el concepto de regeneración arquitectónica, para otros se trata simplemente de una ‘degeneración urbana’, la pérdida del origen y de la identidad”.

El escritor peruano Mario Vargas Llosa estuvo en Ecuador en dos ocasiones, a finales de los 70 y en 2007, antes de recibir el Premio Nobel de Literatura. En sus visitas, lo acompañaron sus hijos. (I)

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